Cristian Rodríguez y la dignidad de seguir jugando tenis

El bogotano hace parte del equipo de Copa Davis que a partir de este viernes jugará contra Barbados.

Camilo Amaya
02 de febrero de 2018 - 03:00 a. m.
Rodríguez estuvo, como “sparring” en el repechaje que disputó nuestro país contra Croacia por un cupo al Grupo Mundial el año pasado. / Fedecoltenis
Rodríguez estuvo, como “sparring” en el repechaje que disputó nuestro país contra Croacia por un cupo al Grupo Mundial el año pasado. / Fedecoltenis

Un cuarto pequeño en el aeropuerto de Ámsterdam, tres policías turnándose para hacer preguntas inquisidoras, a ver si las respuestas eran las mismas. Tres horas que parecieron seis. No hubo oportunidad de hacer una llamada, fue un mano a mano con la Inmigración holandesa, un duelo de miradas, de mantener el rostro de póquer, de ser recursivo con la palabra, de saber justificar por qué la visa estaba vencida. Prueba dura para un joven de 17 años, un interrogatorio como en la mejor época de la Gestapo.

“Me zafé porque tenía una carta de la Federación Italiana de Tenis en la que me daban un escalafón para participar en eventos juniors. Me tocó lucharla como un campeón para que me dejaran volar a Perú”. Un recuerdo que hace palidecer a cualquiera. Cristian Rodríguez duró tres años indocumentado en Italia, jugando torneos aficionados para ganar dinero y poder viajar a eventos profesionales. Si se mira su hoja de ruta, es decir, su trayectoria desde que se radicó en Italia, es común encontrar ciudades como Hammamet, en Túnez; Antalya, Turquía; Anning, en China; Kish, Irán, y unas cuantas en Egipto. “Era muy barato ir a esos países. Pagabas 60 euros el día y te daban alimentación y hospedaje, una cifra bastante baja en comparación con otros lugares en el mundo”.

Rodríguez llegó a Roma en 2006, siguiendo a su hermano mayor Óscar, a vivir en la casa de Andrea, su prima, en un apartamento de dos alcobas en el que se acomodaron seis personas, buscando un andar optimista. A pedir trabajo en un club filial de la Academia Nick Bollettieri, a intentar materializar el sueño de ser profesional. Ganó su primer punto ATP dos años después en un futuro en Teramo, pasando los tres partidos de la clasificación y superando en primera ronda al local Laurent Bondaz (7-6 y 7-5). En segunda perdería con el argentino Damián Patriarca, pero la labor estaba cumplida: aparecer en el escalafón, ser alguien en un mundo de muchos y en el que figuran unos pocos.

En 2014 se cansó de la vida de doble desgaste, pues jugar para recoger fondos y luego para sumar puntos, lo aburrió. “Llegaba destrozado, porque puede que los otros eventos fueran aficionados, pero el nivel era altísimo y tocaba estar a tope. Entonces, claro, después no me daba el cuerpo, tampoco la cabeza”.

Se dedicó a la enseñanza, a la rutina del profesor, a servirles de sparring a tenistas juniors, a sobrevivir del tenis, de otra manera, no como antes. “Me trataban bien, cumplía mis horas y los niños me querían. Iba con ellos a los campeonatos y hacía las veces de entrenador”. Pero la alta competencia lo buscó de nuevo y volvió como vuelven todos: sin resistirse. Una llamada, una propuesta, un evento, los Juegos Nacionales de 2015. “Querían que representara a Bogotá y me sonó la idea”, Cristian siempre fue de la entraña de la liga de la capital. De hecho, allí aprendió los pormenores del deporte, cuando Carlos, su papá, lo llevaba en las tardes, con una raqueta que a su lado se veía enorme, con una gorra marca Prince y la ropa para personificar a un tenista. Aún no impactaba la bola con potencia, pero la ponía de manera milimétrica, entendiendo el principio del deporte: meter la pelota.

“Me dicen que tengo que participar en un torneo profesional antes de los Juegos, por requisito. Me dan un wildcard para un futuro en Bogotá, llego a la final, pero por un dolor en una pierna me tengo que retirar. El título se lo quedó Daniel Galán”. Seguido, para llegar con ritmo de partidos, disputó el Challenger del Club América, cayendo con el argentino Horacio Zeballos en cuartos de final (3-6, 6-4 y 7-6). En las justas que se llevaron a cabo en Ibagué, con la camiseta de Bogotá, obtuvo dos medallas de plata.

Su carácter singular, propio y alegre, ha hecho más llevadero un camino que se empeñó en alejarlo de las canchas, el único lugar en el que es sobrio, serio, a veces mesurado. “Estoy de vuelta, con mi mejor escalafón y con la intención de seguir haciendo las cosas bien”, concluye Rodríguez, el hombre que le ha entregado su vida al tenis y que apenas ahora, en pequeñas cuotas, está recibiendo los intereses.

@CamiloGAmaya

Por Camilo Amaya

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