El último salto de Orlando Duque, la leyenda de los clavados

Luego de que se le escapó su sueño olímpico en 1992 se fue a trabajar a un parque temático en Viena (Austria). Vestido de payaso, se ganaba la vida saltando a una piscina desde una grúa a 25 metros de altura. Y allí descubrió su vocación. Perfil.

Thomas Blanco- @thomblalin
15 de septiembre de 2019 - 03:02 p. m.
Redbull
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Se venía retirando desde 2007, esta vez sí es definitivo. No hay vuelta atrás: este sábado, en la parada del Red Bull Cliff Diving de Bilbao, España, Orlando Duque dio su último salto como profesional. El vallecaucano de 45 años cambiará el vestido de baño por la corbata, pero su vida seguirá ligada a los clavados. 

En 2013 fue el primer campeón de los Mundiales de Natación celebrados en Barcelona (España). El pionero y una de las máximas estrellas en la lucha para que su disciplina fuera considerada deporte acuático en 2014 por la Federación Internacional de Natación.

“A nosotros nos vieron por mucho tiempo como los locos que se salieron de la piscina y nos fuimos a un acantilado. Lo veían como algo muy peligroso, y no es que no lo sea, pero estábamos muy bien preparados. Luchando, por fin incluyeron los saltos de gran altura a la familia de deportes acuáticos. Una victoria, pero se viene la más importante: que sean incluidos en el programa de los Juegos Olímpicos de París 2024”, afirma en diálogo con El Espectador.

Paradójicamente, Duque rasguñó su participación a los Olímpicos de Barcelona en 1992. Logró los números, pero no encontró los cupos. Ahí se cansó de la monotonía de los clavados en piscinas. “Son todas iguales, en cualquier parte del mundo. Misma altura, mismo color, todo. Para mí llegó un momento en los que los clavados eran algo monótono. En la altura cambia todo: la plataforma, los metros, las condiciones, hay que adaptarse al entorno y eso le devolvió la emoción al deporte”, señala.

Llegó a los clavados de altura por pura casualidad. Luego de que se le escapó su sueño olímpico se fue a trabajar a un parque temático en Viena (Austria), el Safaripark Ganserndorf. Vestido de payaso, se ganaba la vida saltando a una piscina desde una grúa a 25 metros de altura. “Hacíamos comedias, saltaba al agua prendido en llamas. Ahí discerní que podía competir en esto. Participé en mi primer campeonato mundial en 1999 y fui segundo. Ese fue el punto de quiebre de mi carrera y ahí decidí dedicarme a los clavados de gran altura”.

Siempre quiso ser ingeniero electrónico, pero no acabó la universidad. “Mi mamá no tuvo la oportunidad de acabar sus estudios, trabajó desde muy joven, y siempre me dijo: ‘Orlando, tienes que estudiar’. Digo que soy el vago de mi casa, porque no me gradué. Igual sí le hice caso a mi madre: siempre me dijo que lo que hiciera, lo hiciera bien y…”, pausa. “Va a estornudar cinco veces”, afirma Catalina Echeverry, su esposa. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. El vaticinio de su compañera de vida se cumplió. Sin entender las risas, Orlando retoma: “Tomé los clavados como una carrera y lo di todo”.

Catalina ha sido su apoyo y soporte durante buena parte de su carrera. Lo dejó todo por él, se conocieron cuando estaba a punto de partir a realizar una especialización en Australia. A pesar de los miedos y sacrificios, no se arrepiente de nada. La publicista dedicó sus conocimientos en función de su esposo y se convirtió en su mánager.

Orlando Duque ve el futuro de los clavados de gran altura en Colombia con buenos ojos. Ve en María Paula Quintero, quien en 2017 se convirtió a sus 17 años en la primera clavadista colombiana en la serie mundial de Red Bull Cliff Diving, el futuro. Sabe que está en el tramo final de su carrera, pero su lucha continúa y sólo descansará hasta que su disciplina sea inscrita en el programa olímpico.

“Espero seguir contribuyendo a que el deporte crezca, a que lo incluyan en los Juegos Olímpicos y la idea es seguir siempre ahí. Igual seguiré involucrado y estaré metido en la parte administrativa. Soy de la comisión técnica de la FINA”, cierra el 13 veces campeón del mundo y dueño de dos Récord Guinness.

Por Thomas Blanco- @thomblalin

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