Jackeline Rentería y la importancia de no ser indiferente

La luchadora vallecaucana ganó oro en los 62 kilogramos en los Juegos del Bicentenario, pero más allá de ese triunfo hizo un llamado a la calma a propósito de los desmanes por el paro nacional.

Camilo Amaya - @CamiloGAmaya
26 de noviembre de 2019 - 12:08 p. m.
La vallecaucana Jackeline Rentería con su entrenador y amigo inseparable, Víctor Hugo Capacho. / Cortesía Indervalle
La vallecaucana Jackeline Rentería con su entrenador y amigo inseparable, Víctor Hugo Capacho. / Cortesía Indervalle

Jackeline Rentería quiere hablar, pero no de la competencia que acaba de ganar, quizá luego. Lo primero es mandar un mensaje. Y comienza con la voz fuerte, serena, con la mirada clavada en el lente de una cámara. Después hay un silencio, toma impulso y las palabras salen entrecortadas.

El sentimiento es tan fuerte que la vallecaucana no puede evitar que los ojos se enlagunen. Eso sí, se nota que hace un esfuerzo por no llorar, por no quebrantarse. Rentería es la nueva campeona nacional de la lucha en los 62 kilogramos, pero ahora hay algo más importante.

“Le pido a la gente de Cali que se tranquilice, que piensen en lo que están haciendo. Estoy preocupada por mi familia, por mi ciudad y por mi país. En Colombia no podemos matarnos los unos a los otros, sabiendo que todos buscamos lo mismo”. Después de referirse al paro nacional y a las marchas empiezan a aparecer las sonrisas, y estas reemplazan los ceños. La doble medallista olímpica vuelve en sí y se refiere al torneo que finalizó con el oro, uno de los ocho con los que su departamento fue el mejor en este deporte en los Juegos Nacionales del Bicentenario.

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“Tengo que felicitar a Andrea González y a Enid Daniela Sierra. Las dos tienen buenas cualidades”. Jackeline se refiere a las únicas rivales que tuvo en la categoría (las tres se subieron al podio) y sigue con un “eso no quiere decir nada”, a manera de regaño, cuando un periodista insinúa, o más bien trata de minimizar lo hecho por la cantidad de participantes. “Me preparé con la misma responsabilidad que lo hago para un Mundial, para unos Panamericanos y hasta unos Olímpicos. Esa es la forma de respetar el deporte, las personas que están detrás de uno y a quienes representamos”.

Con un tono doctrinal explica lo que hizo en la colchoneta en los dos combates que tuvo, sin restarles mérito a las rivales. “Saberse mover, interpretar lo que va a hacer tu oponente, y no perder la calma”.

Con 33 años es complicado que Rentería caiga en el pecado del afán, también en la vorágine presente en la antesala en una pelea, o que cometa equivocaciones; incluso que se deje afectar, como en sus comienzos, por lo que sucede a su alrededor. No es solo madurez, es el manejo del tiempo, el respeto por una rutina y la tranquilidad de haberla hecho un hábito. El calentamiento y luego el estiramiento, y después las simulaciones de las llaves y las técnicas de proyección en una posición agazapada, ubicando el torso perpendicular al suelo.

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Ver a Rentería antes de entrar en acción es tan intenso que suele ser más didáctico, pues sus intervenciones son relativamente cortas. Tanto así que algunas personas que están en las gradas del coliseo de la Unidad Deportiva Rocky Valdez, en Cartagena, prefieren acercarse lo más que pueden para verla. Y la observan en una especie de perímetro invisible que ella demarca con una mirada de concentración. “Es mejor no molestarla”, susurra un compañero de delegación.

Una vida luchando

De la vida de Jackeline Rentería no hay muchos datos, sí detalles. Se sabe que comenzó en el judo, pero que las botas y la trusa que se usan en la lucha le llamaron más la atención que el kimono y combatir descalza.

Incluso se dijo que cambió de disciplina porque una era gratis y la otra no, pero eso no está confirmado. Que su padre, un hombre dedicado a la construcción y de los primeros en vivir en Siloé, un barrio de la Comuna 20 de Cali, quería que fuera velocista para personificar el sueño propio. Y que ella era rápida; al menos eso reconocen los profesores de educación física del colegio Óscar Scarpetta.

Además, cuando empezó a ganar campeonatos locales se regó el rumor de que bajaba descalza desde su casa a entrenar al Coliseo del Pueblo, hasta que no tenía qué comer. Puras mentiras, pura estigmatización.

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Lo que sí es cierto, y muy comprobable, es que estudió derecho en la Universidad Javeriana de Cali y estudios políticos en la Universidad Militar, pero por los viajes, los torneos y las horas de entrenamiento no pudo terminar ninguna de las dos. También, que por poco se queda fuera de los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008. Un año antes, en un campeonato mundial en Azerbaiyán, los encargados del control al dopaje olvidaron notificarle que tenía que presentarse. Se sabe que Jackeline se fue de compras y que al volver al complejo donde se realizaba el certamen sus compañeros la alarmaron: “Te están buscando por todo lado para tomarte la muestra”.

Y aunque hubo lágrimas y súplicas, y mucho desespero, la organización no cambió de parecer, no quiso realizar el procedimiento y Rentería bajó al noveno puesto. Sin embargo, tras una petición oficial ante la Federación Internacional de Lucha, semanas después, la caleña recibió una carta en la que le ofrecieron disculpas y, lo más importante, le devolvieron el cupo a Pekín. Ya luego vino la medalla de bronce en los Olímpicos de 2008, el mismo metal en 2012 y el rótulo de ser la primera mujer en ganar dos preseas en dos olimpiadas diferentes.

Y el nacimiento de su hija Maily Salomé y el regreso a la competencia en menos de cinco meses tras su embarazo para ganar la plata en los 62 kg de los últimos Juegos Panamericanos de Lima. “Cierro el año de la mejor manera, cumpliendo lo estipulado y con las ganas de seguir obteniendo cosas en 2020”, concluye la luchadora que tiene claro que los deportistas pasan y que son los campeones los que quedan para siempre, y que para ser un campeón también hay que enterarse de lo que sucede fuera de los escenarios deportivos, hay que apropiarse del clamor de las gentes y de su pánico, hacerlo propio, y nunca, pero nunca, ser indiferente.

Por Camilo Amaya - @CamiloGAmaya

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