Los ladrillos que cargó María Camila Lobón

De niña, la medallista de oro de los pasados Juegos Panamericanos de Lima trabajó en construcción, recicló chatarra y sobrevivió al bulliyng de sus compañeras. Ahora va por el metal dorado en el Mundial de Levantamiento de pesas, en Tailandia.

Thomas Blanco - @thomblalin
20 de septiembre de 2019 - 03:45 a. m.
Comité Olímpico Colombiano
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A la escuela del corregimiento de La Paila, municipio de Zarzal, al norte del Valle del Cauca, llegó César Rayo, el entrenador de pesas, a ver qué estudiantes tenían proyección en su deporte. José Rodolfo Junior respondió a la convocatoria. Aunque no le fue bien.

Al día siguiente, en el desayuno, se quejó de dolores musculares. “Ah, si tú no aguantas, pues yo sí. Eres un flojo”, le respondió a los reclamos su melliza, María Camila Lobón. Por cuestión de orgullo llegó al gimnasio. Y pasó: era una dotada para su disciplina. César no dejó escapar a esa niña de once años. La recogía, le ayudaba en la alimentación y hasta a veces la dejaba dormir en su propia casa. Se convirtió en un segundo padre.

Apareció el bullying desenfrenado de sus compañeros. “Me decían que parecía un hombre. Y me tocó defenderme, peleaba demasiado”, reconoce María Camila, horas antes de que este sábado (5:00 a.m.) dispute la medalla de oro en los 59 kilogramos en el Mundial de Levantamiento de Pesas en Pattaya(Tailandia). Es uno de los últimos escalones para clasificar a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, su gran objetivo.

José Rodolfo, su padre, a quien conocen en el pueblo como “Majin Boo” por su fortaleza física, le recomendó el silencio. “Me dijo: ‘Demuéstrales que ese hombre va a llegar muy lejos’. Hoy en día me he encontrado con muchos compañeros que me molestaban. Yo solo los miro y sonrío: con su bullying me motivaron más. Este hombre ha llegado muy lejos”, dice entre risas.

Se hizo una mujer de concreto, inmune a los dardos. También porque acompañó a su papá en el oficio de la construcción. “La infancia fue dura y entendí lo que valía un plato de comida”. Pegaba ladrillos, pintaba paredes, hacía la mezcla del cemento, utilizaba la pala. Aprendió todas las maneras de un obrero.

En los tiempos libres reciclaba basura con su hermano. De ambos dependía si llevaban refrigerio al colegio. Su madre limpiaba casas y lavaba ropa. “Mi sueño es comprarle una casa. Ella sigue trabajando, es muy guerrera. No hay quien la pare, es mi ejemplo a seguir”, admite María Camila.

Y nada habría sido posible sin Manuel Valencia, su cómplice, su esposo. Lo conoció apenas cumplió la mayoría de edad, cuando salía de un entrenamiento en Tuluá. Ambos perseguían sus sueños en el deporte: ella en las pesas y él en el fútbol. Manuel jugó en el Cortuluá, hasta que un grave accidente automovilístico lo obligó a dejar de lado su carrera.

Se dedicó a ser profesor de educación física y de natación. “El choque le comprometió el pie, no pudo seguir. Su anhelo de ser un gran futbolista se trasladó a las pesas. Y pensó: ‘Si yo no pude, yo te voy a ayudar a que tú puedas’. Pasó a ser también su sueño”.

Que se ha empezado a tornar en realidad. La medalla de oro que consiguió en los Juegos Panamericanos de Lima 2019 fue la confirmación del talento de esta nueva gran promesa del levantamiento de pesas.

Mira su pierna derecha: ve su tatuaje con los cinco aros olímpicos. “Esa es la meta”. Y ya le ha puesto números para una medalla: 105 en arranque y 130 en envión. Y conociendo su fuerza y determinación, lo va a conseguir, porque no hay ladrillo ni metal tan pesado para María Camila.

Por Thomas Blanco - @thomblalin

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