Michael Poettoz, el esquiador colombiano que no habla español

El deportista de 19 años, que creció en Francia, competirá este sábado en la noche en la prueba del slalom gigante en los Olímpicos de Invierno, en Corea del Sur.

Redacción deportes
17 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.
Poettoz también estará presente en el slalom, que se llevará a cabo el próximo jueves 22 de febrero. / Getty Images
Poettoz también estará presente en el slalom, que se llevará a cabo el próximo jueves 22 de febrero. / Getty Images

La vida no le resultó tan difícil como si se hubiera quedado en Colombia con su madre, una adolescente de 15 años pasmada por la maternidad prematura, con el temor de lo desconocido, con un padre que huyó despavorido borrando su propio rastro, con una abuela de temperamento frío, como un témpano, que no titubeó en el momento de darlo en adopción.

De seguro, si se hubiera quedado, Michael Poettoz hablaría cambiando las eses por las jotas, con las consonantes más relajadas, hasta con un tono proveniente de la nariz. Sería de ritmos lentos, pausado, suave, sin afanes, es decir, un caleño del común. Sabe que nació el 21 de agosto de 1998 en la capital del Valle del Cauca, no tiene más detalles, y eso que ha hecho el esfuerzo por desentrañar su pasado, por saber su identidad.

Cuando tenía 21 meses, una pareja de franceses, Michel y Cécile Poettoz, se enamoraron de él, sin prejuicios, sin explicación lógica para una conexión ilógica, sólo sintieron en ese bebé la confianza del viejo conocido. Es posible que en ellos haya nacido, de manera instantánea, el hecho de querer sobreproteger al que sería el nuevo hijo, a quien por entonces se llamaba Miguel Ángel.

Del calor de Cali a los Alpes, del valle a las montañas, de Colombia a Francia. “Sí, yo lo sé, tengo que aprender español para que me crean que soy colombiano”, dice.

Les Carroz d’Araches es una estación de esquí en la que, en el verano, se pueden ver varias tonalidades de verde, desde el esmeralda, hasta el limón, incluso el pastel si hay de cuando en cuando una llovizna tierna.

Allí se crió Michael, allí se volvió esquiador, a los tres años, porque con un clima tan cruel es lo único que hay para hacer. “Mi papá fue el que me enseñó. Yo veía competencias en televisión y siempre me llamó la atención”. Después de mantenerse en pie, de mover la cintura para darle la dirección al cuerpo en bajadas a tumba abierta, llegaron las medallas y los torneos interclubes en Francia. Se cayó muchas veces, le dio miedo, se volvió a levantar, con la piel quemada por la nieve, con las manos raspadas, con el dolor de espalda, con la renuncia al deporte acosando. “No tenía el apoyo suficiente para competir por todo el país y, más allá de la rudeza de los eventos, sufría cuadrando la logística para desplazarme, para estar presente en un lado y en el otro”.

Nunca le ocultaron que fue adoptado. Todo lo contrario, siempre hubo verdad entre él, sus padres y su hermana Carolina, también colombiana y acogida por esta pareja francesa. “Les di las gracias por lo que hicieron por mí, por darme la opción de un presente, de construir un futuro”, dice, más allá de los sentimientos, con el razonamiento del que entiende cuándo alguien hace algo en su beneficio.

Participó en los Juegos Olímpicos de Invierno de la Juventud, en Noruega, en 2016, representando a Colombia, por un compromiso, más que con los suyos, consigo mismo, para no olvidar su origen, para recordar lo difícil que le fue llegar, lo que tuvo que dejar atrás “Soy colombiano. Me gusta mi país, la comida, la gente, la música. No puedo negar lo que soy por más que me camufle como un francés”.

Su rostro noble se altera cuando sus ojos afilados miran el trayecto por el que tiene que descender, por donde tiene que pasar antes de llegar a la meta. “Respiro, pienso, vuelvo y respiro y hablo para mí mismo. Eso me motiva, sobre todo me tranquiliza”. El año pasado se convirtió en el primer esquiador de nuestro país en conseguir un cupo a unas justas de invierno de mayores, algo histórico y hasta paradójico en una nación en la que sólo se ven copos blancos en los picos de los nevados.

“La gente me pregunta: pero dónde entrenas, si allá no neva. Y siempre les digo lo mismo: que yo me preparo a tope en Francia, como cualquier europeo, para competir como un colombiano”.

Gracias a este joven de 19 años, de voz gruesa y que admira al ciclista Nairo Quintana por lo que ha hecho a lo largo de su carrera, Colombia estará en una de las pruebas más tradicionales de las justas, una de las que más gente reúnen y en la que para ganar hay que combinar agilidad, agallas y un poco de atrevimiento.

“No vengo sólo a participar, vengo a demostrar que en los países del trópico también hay gente con talento para deportes que se ven muy lejanos y que con un impulso, como el que me dieron a mí, se puede llegar muy lejos”

Por Redacción deportes

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