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El inicio
“Siempre me gustó ir al gimnasio a levantar pesas, pero no la halterofilia, no tenía ni idea de que existía. A mi padre siempre le ha gustado practicar deportes, la actividad física, y me incentivó. Yo estaba en Cartagena y un día me contaron que el entrenador de la selección de Colombia, de ese momento, estaba en la ciudad, entonces fui”, cuenta.
Todo comenzó, entonces, entre los 14 y 15 años, recuerda Rafael, haciendo un flashback justo antes de que le entregaran el reconocimiento a la Tenacidad en el Deportista del Año de El Espectador. Vestido de paño oscuro y camisa blanca, elegante para la gala, habla de los primeros días, cuando todo comenzó: “Empecé trabajando la técnica, la preparación física interior. Vieron que tenía potencial y me dijeron: vamos a ver hasta dónde llegas”.
Eso fue en el gimnasio Chico de Hierro, en Cartagena, cerca de su casa. Y como las casualidades de la vida existen para acompañar el talento y la constancia, nada más y nada menos que el entrenador que lo recibió era Oswaldo Pinilla, el de la selección de Colombia. Levantaba 50 kilos de arranque y 90 kilos de envión.
El nudo
“Entre los 19 y 20 años fue mi primera selección Colombia juvenil y quedé campeón panamericano. Se vio entonces qué camino iba a tomar, qué rumbo iba a tomar mi carrera deportiva, porque fue mi primer Panamericano y ya quedaba campeón. Eso fue en San Salvador y gané, la verdad, fácil. Hubo una buena preparación”.
Óliver Ruiz fue, en aquella época, el entrenador que con resolución en mano le notificó que le había ido bien en el chequeo, que se iría a Cali a la concentración y que luego viajaría rumbo a San Salvador para la competencia internacional. Fue su primera vez con el uniforme de la selección de Colombia. “Recuerdo al entrenador repartiendo los uniformes, no pensaba en llegar hasta allá, estaba en segundo semestre de biología y lo recuerdo con mucho cariño”.
De los tiempos del colegio, porque allí se gestó el proceso, recuerda que salía a las 3 de la tarde directo al gimnasio a entrenar hasta las 6 de la tarde. Se graduó y en la universidad le ayudaron con el tiempo suficiente para los entrenamientos y las concentraciones, también para entregar los trabajos, “pero cuando había clase, de 7 a.m. a 7 p.m., salía y entrenaba hasta las 9 de la noche para no perder lo ganado, todos los días”. Y cuando las clases se lo permitían, iba en entretiempos con entrenamiento a doble jornada.
Pero, ¿qué pasa cuando uno se gana una medalla vistiendo la ropa que representa a su país? “No me las creía. No tenía ni idea de las marcas, simplemente entrenaba y me di cuenta de que lo que hacía estaba un poquito sobrecalificado para lo que necesitaba”. Era la primera vez que salía del país, la primera vez que usaba la trusa con los colores de la bandera, la primera vez con todo el equipo de pesas del que no conocía a nadie. Y así se iba construyendo, poco a poco, kilo a kilo, un campeón.
El desenlace
Después de esa gloria vino el tiempo de la pausa, paradójicamente. Duró dos o tres años sin ser selección Colombia, porque “salgo de juvenil y la transición a mayores es dura. Te enfrentas con los que tienen más experiencia. Yo tenía 20 años y competía contra gente de casi 30. Compañeros míos estaban Fredy Rentería y Santiago Cossio”.
Ya el tiempo de la universidad no era tan apremiante y estaba un poco más libre. Se concentró en mejorar sus marcas, podía entrenar más seguido, a doble jornada. En la mañana era técnica y velocidad, en la tarde buscaba mejorar los movimientos olímpicos. Suplía el régimen de proteínas necesario para un deportista de su talla para recuperar los músculos y en la previa de los chequeos o competencias bajaba de peso con un déficit calórico.
El sueño, y no precisamente el de conseguir una medalla, es un objetivo diario de Rafael: “Entre más, mejor, porque el sueño para recuperación es esencial. De 11 a 7 de la mañana, siempre 8 horas como mínimo”. Regresó a la selección después de la pandemia, entrenó en casa guiado con un acompañamiento de su entrenador, Luis Arrieta, quien le pedía videos para ver sus avances y poder superar sus marcas. “Nos llaman para concentración de selección Colombia para Panamericanos mayores en Dominicana. Ya levantaba 175 kg en arranque y 210 kg de envión”.
En 2022 fue medallista mundial en Bogotá, pero para Chile 2023 eran solo las categorías olímpicas, así que conversó con el entrenador que ya lo tenía en mente para la que estaba más arriba de la que compite usualmente. Tenía que subir de peso. “Sí, Rafa, vamos a subirnos a más de 102 kg, que hay bastantes probabilidades de ganar medalla de oro ahí”, le dijo.
El final…
En Santiago de Chile, durante los Juegos Panamericanos, Rafael Cerro tenía tres oportunidades de arranque y tres de envión. “En el arranque quedé segundo, el estadounidense me ganó por tres kilos. Tenía que hacer tres kilos más en envión. Salgo en 220, los hago, él hace 222. El entrenador me dice: ‘Rafa, son 225. Uno y ya’. Y esas palabras se me quedan en la cabeza. Cuando salgo, se me cae la pesa. Se me vino a la mente que había perdido la medalla de oro después de tanta preparación, de todo el proceso”.
Allí, en una imagen que además quedó captada en video, el deportista que se había construido desde una década atrás a punta de trabajo y sudor volvió derrotado al lugar donde estaba su entrenador, lejos del público, cerca de las lágrimas. Pero Luis Javier Mosquera, su compañero, mirando al entrenador dijo: “Rafa, pero si te queda un intento”. Hubo entonces un cruce de miradas en medio del desconcierto. Hubo esperanza. “Nos miramos todos, recobro los ánimos, salgo otra vez, me concentro, me inspiro, solo pensaba en hacerlo: duro, estira, recibe y es tuya. Eso pasó en segundos. Y lo logré. Nunca había experimentado algo así. No me las creía. Era irreal. Eran unos Juegos Panamericanos”.
Se colgó la medalla de oro, se volvió un ejemplo de tenacidad, de orgullo colombiano. Lo disfrutó, claro, pero ya está entrenando para los siguientes Panamericanos de febrero, previo a los Olímpicos. “Me hacen falta bastantes kilos para entrar en el ranquin olímpico, por eso voy a seguir entrenando. Si se llega, se llega”. Su fórmula: “Intentar, mucha disciplina y hacer todo con amor”, dice antes de subir al escenario del Deportista del Año de El Espectador para ser aplaudido por un público de lujo, todos deportistas de primer nivel que saben, como aquel entrenador que lo vio por primera vez en Cartagena, que en Rafael Cerro hay un futuro prometedor bajo el rótulo de lo que significa la tenacidad.
