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Dejando de lado el resultado y la dolorosa derrota Brasil (2-1), que hizo acordar la del Mundial de 2014, hay que ir más más allá y resaltar el juego de una Colombia que creyó. Y el trabajo de Reinaldo Rueda, que hizo que sus hombres creyeran.
Esto no quiere decir que antes no lo hayan hecho, solo que hubo un cambio de actitud, y con esa postura el funcionamiento fue pulcro, el adecuado. Puede que el rival de ayer haya generado una motivación especial y que la selección nacional hiciera un trabajo de hormiga, paulatino, solidario, de esfuerzo.
Brasil, que no había recibido un gol en los últimos seis partidos, estuvo ausente en el ataque -es decir que no fue letal- y también muy cerca del área colombiana. Y eso, en realidad, es casi lo mismo, porque si no se es efectivo no vale de nada ubicarse allí, en las narices de los defensores rivales. Pero ese oxímoron futbolístico (una cercanía tan lejana) tuvo sus razones.
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Yerry Mina y Dávinson Sánchez se entendieron como no pasó en otros partidos, Wilmar Barrios reemplazó a sus compañeros cuando estos se vieron colgados, sin dejar de lado que se pegó a Neymar de una forma tan incómoda que el jugador de PSG se fue para la otra banda para no perder la pelota.
Los laterales (Daniel Muñoz y William Tesillo) se preocuparon por no desarmar la línea de cuatro y por apoyar en el ataque. Cuando uno salía el otro se quedaba, principio elemental. Rueda obtuvo el orden que siempre quiso, o que el menos estaba buscando (lo dijo en las conferencias de prensa). Y, lo más importante, logró que sus dirigidos fueran claros y nítidos, obedientes, vehementes.
Entonces, siguiendo línea por línea, Juan Guillermo Cuadrado mostró la capacidad que tiene de leer el juego, de entender que hay veces en las que ser golpeado es beneficioso para el equipo y sirve para bajar las revoluciones.
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Matheus Uribe y la calma en el mediocampo, la cabeza levantada, y Luis Díaz y la opción de velocidad, de aceleración y cambio de ritmo. Además anotó un golazo luego del centro de cuadrado (un tijerazo, una de contorsionista). Y Rafael Santos Borré y Duván Zapata fueron los primeros en defender, los delanteros y otra vocación tan necesaria.
La gran moraleja del encuentro contra los brasileños, diría el argentino Juan Forn (Buenos Aires, 1959) hablando de la estructura de una novela, es que la vida, en este caso el fútbol, se entiende mirando para atrás, pero el problema a solucionar es vivirla para adelante. Y Rueda tomó nota de los aciertos contra Ecuador, de las equivocaciones con Venezuela y Perú y sacó un plan inteligente para enfrentar al mejor equipo del continente.
Hay que ir mutando, hay que ir leyendo sobre el camino, y cambiando cuando el otro lo haga. Por eso con el ingreso de Firmino, otro delantero, el DT mandó a Gustavo Cuellar. Acción y reacción, otro aprendizaje para seguir aplicando.
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Más allá del gol de Firmino, de la polémica por la pelota que tocó al árbitro Néstor Pitana y de la floja reacción de David Ospina ante el cabezazo endeble, Colombia encontró una rutina a la que se puede agarrar siempre y cuando el rival sea de este talante, de movimientos memorizados y hombres talentosos. Ahora habrá que laborar para desarrollar un planteamiento operativo cuando la iniciativa tenga que venir de este lado, y esperar no sea una opción valedera. Y sobre todo pensando en la doble amonestación de Cuadrado que no podrá estar en los cuartos de final.
Rueda tendrá la labor de mantener el ánimo arriba, y hacerles entender que las virtudes y defectos hacen parte de cualquier equipo, y las distracciones (como el tanto de Casemiro en el minuto 10 de reposición). No hay que olvidar que la Copa es un espacio para el ensayo y error.
El objetivo es seguir con la buena marcha en las eliminatorias a Catar 2022. Y por más rabia que exista tras lo sucedido con Brasil, hay que mantener la mentalidad: ni una pausa, ni una duda. Asumir con coraje lo que pasó y pensar en lo que viene.