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“Si nos caemos 10 veces, 10 veces nos vamos a levantar. Qué piedra haber perdido así, pero no tengo absolutamente nada que reprocharle a este equipo”, dijo este sábado Catalina Usme luego de la derrota de la selección de Colombia ante la de Brasil en la final de la Copa América, en una dramática definición por cobros desde el punto penalti, tras haber empatado 4-4 en los 120 minutos de juego.
No hubo revancha. Hace tres años, en Bucaramanga, la tricolor también cayó frente a Brasil, pero en este torneo, con sede en Ecuador, quedó claro que cada vez está más cerca de la gloria. Fue la mejor y más apretada final de la historia y futbolísticamente Colombia estuvo a la altura del equipo que ha ganado nueve de las 10 ediciones que se han disputado.
Pero el camino continúa y los obstáculos se convierten en motivaciones como ha ocurrido durante toda la historia del fútbol femenino en el país, que lleva escribiéndose varias décadas, cuando las pioneras empezaron a organizarse para jugar a la pelota y soñaron con que algún día los logros que hoy ha acumulado la selección femenina dejaran de ser solo un sueño.
La génesis del fútbol femenino en Colombia
Mucho antes de la explosión que tuvo el fútbol femenino en Colombia con la llegada del nuevo milenio, sobre todo en la década de 2010 —con las primeras clasificaciones a mundiales y el nacimiento de la liga profesional en 2017—, el balompié jugado por mujeres en el país empezó a gestarse. Durante décadas, jugadoras en distintas regiones del país se abrieron camino en un entorno que les daba la espalda, organizando partidos y torneos de manera artesanal.
En Cali, en 1971, se realizó uno de los primeros encuentros femeninos conocidos, cuando dos equipos improvisados representaron a Deportivo Cali y América en un partido de exhibición. Esa iniciativa impulsó la creación de campeonatos aficionados que, entre interrupciones y obstáculos, permitieron que un grupo de futbolistas consolidara el primer torneo nacional en 1991, dando un gran paso hacia una estructura federada.
Simultáneamente, en Medellín, pioneras como Liliana Zapata comenzaron a moldear el fútbol femenino desde la base, en una época en la que no existían equipos oficiales y mucho menos respaldo institucional. Zapata, quien cuenta que empezó jugando en las calles y clubes de barrio, integró la selección de Antioquia y fue testigo de cómo, poco a poco, las ligas departamentales se organizaban para disputar el primer Torneo Nacional Interligas. Fue en esa competencia donde cerca de 18 departamentos, con equipos formados desde el esfuerzo colectivo, dieron el puntapié inicial a la historia oficial del fútbol femenino en el país.
En Bogotá, Myriam Guerrero y Patricia Vanegas fueron las figuras claves de un movimiento que se abrió espacio en las universidades y clubes locales. Guerrero, después de formarse en Rusia, fundó el Club Vida y dirigió al equipo de la Universidad Nacional, mientras que Vanegas encontró su camino al leer un aviso sobre un torneo de fútbol femenino. Aquel encuentro fue determinante: mujeres de diferentes departamentos coincidieron en Medellín en 1991 para disputar un campeonato que fue más un torneo: se convirtió en un acto de afirmación.
Ese proceso de consolidación permitió que en 1998 Colombia tuviera por primera vez una selección femenina en un torneo internacional, el Suramericano de Mar del Plata, Argentina. La base de ese equipo surgió de los campeonatos interligas y clubes como Formas Íntimas en Antioquia o Internacional en Bogotá, fundado por Vanegas.
Fue una generación que, sin liga profesional, sin apoyo económico y en medio de la precariedad, sembró las semillas de un cambio histórico. Esas jugadoras formaron la columna vertebral de la selección que años después comenzaría a disputar mundiales, abriendo el camino a una irrupción que cambiaría el fútbol femenino colombiano en la década de 2010.
Una era revolucionaria
Los torneos regionales que surgieron en los años 90, impulsados por clubes creados a pulso como Formas Íntimas, Generaciones Palmiranas, Vida o Internacional, fueron la cantera silenciosa de una generación que apareció con fuerza en la década de 2010. Las jugadoras que crecieron en esos procesos, con escaso respaldo institucional, fueron las que lograron el primer gran salto internacional del fútbol femenino colombiano.
La historia cambiaría desde 2008, cuando la selección sub 17 logró el título del Suramericano de Chile. Fue el primer equipo ganador del fútbol femenino colombiano y la base del plantel que el 28 de junio de 2011 debutó en el Mundial de mayores en Alemania, marcando un antes y un después para la disciplina en el país.
Aquel equipo llegó al Mundial sin una liga profesional, sin ritmo de competencia oficial y en medio de las dificultades. Sin embargo, traía consigo el impulso de una camada joven que también venía de sorprender al mundo un año antes, al llegar a las semifinales del Mundial Sub-20 de 2010, cuando terminó en el cuarto lugar. Ese resultado fue el aviso de que Colombia tenía talento, aunque el camino fuera cuesta arriba.
El 2010 también fue el año del primer subcampeonato en la Copa América Femenina, que otorgó el cupo al Mundial absoluto de 2011. Esa misma generación, en 2009, consiguió el oro en los Juegos Bolivarianos (después repetiría en 2013, 2017 y 2022). Sin infraestructura profesional, pero con un grupo de jugadoras dispuestas a romper barreras, Colombia se preparó para el desafío más grande de su historia. En Alemania, no obstante, el sorteo fue despiadado: Suecia, Estados Unidos y Corea del Norte integraron el llamado “grupo de la muerte”. Las colombianas no lograron marcar goles y terminaron eliminadas en fase de grupos, pero el impacto de su presencia en la Copa del Mundo fue enorme.
Ante la cruel sentencia de las estadísticas, aquella participación pudo parecer un fracaso. No obstante, clasificar a un Mundial sin liga profesional, sin competencia oficial en el país y frente a selecciones con décadas de ventaja, fue en sí mismo un acto de rebeldía y determinación. Además, aquel plantel estaba formado por nombres que luego serían insignias del fútbol colombiano: Sandra Sepúlveda, Natalia Gaitán, Lady Andrade, Yoreli Rincón, Catalina Usme y Daniela Montoya, entre otras.
La consolidación de este proceso llegaría cuatro años después, en Canadá 2015. Colombia repitió subcampeonato en la Copa América de 2014 y obtuvo nuevamente su boleto a la cita orbital. El equipo llegó más maduro y con la experiencia de haber roto la barrera del debut. La historia comenzó a escribirse desde el primer partido, cuando Daniela Montoya anotó el primer gol de Colombia en un Mundial de mayores, con un remate inolvidable contra México, en un empate 1-1 que dejó huella.
El golpe de autoridad llegaría días después, cuando Colombia derrotó 2-0 a Francia, entonces tercera en el ranquin FIFA. Lady Andrade y Catalina Usme convirtieron los goles de una victoria histórica que cambió para siempre la percepción del fútbol femenino en el país. Las cafeteras avanzaron a octavos de final como una de las mejores terceras, firmando su mejor actuación en una Copa del Mundo, pese a caer en el tercer partido de grupos ante Inglaterra. El sueño se topó, nuevamente, con la potencia mundial: Estados Unidos. Las norteamericanas, que ya habían vencido a Colombia en 2011, repitieron la dosis en octavos con goles de Megan Rapinoe y Carli Lloyd. Sin embargo, el recorrido de la selección en Canadá quedó en la memoria como la gesta que llevó al fútbol femenino a otro nivel. Era la prueba definitiva de que, a pesar de las adversidades, Colombia tenía un lugar para soñar con la élite.
El impulso de Canadá fue clave para que en 2017, tras años de exigencias, Colombia diera el paso hacia la profesionalización. La creación de la Liga Profesional Femenina fue la consecuencia lógica de años de lucha, aunque su desarrollo ha sido irregular y plagado de dificultades. Aun así, la liga sirvió como plataforma para hazañas como el título de la Copa Libertadores logrado por Atlético Huila en 2018, y los subcampeonatos internacionales de América y Santa Fe en 2021. En 2019, además, la selección consiguió la histórica medalla de oro de los Juegos Panamericanos de Lima, un hito.
El proceso abrió la puerta a nuevas generaciones. Jugadoras como Linda Caicedo y otras promesas del fútbol colombiano comenzaron a forjar sus sueños con referentes que ya habían roto barreras. El legado de las pioneras, combinado con la experiencia de futbolistas como Usme y Montoya, se transformó en una selección que empezó a soñar con cimas más grandes.
Una actuación consagratoria en Ecuador 2025
El subtítulo de la selección de Colombia en la Copa América 2025 no es uno más. El equipo demostró jerarquía y como nunca antes enfrentó a Brasil de tú a tú. De hecho, futbolísticamente fue mejor en la final, más allá de que las verdeamarillas sacaron la casta y equilibraron el marcador a punta de ganas y empuje.
Eso no es consecuencia de la suerte, sino el resultado de una historia de resistencia, de partidos jugados en el anonimato, de equipos formados sin recursos, y de mujeres que, a fuerza de talento y convicción, derribaron barreras hasta lograr que Colombia se codeara con la élite del continente.
Desde hace varios años la selección nacional le compite a Brasil, la potencia histórica de Suramérica, pero esta vez en verdad la hizo sufrir, la hizo ver mal. En 2022, Colombia plantó cara, pero no se ilusionó en ningún momento con el título, al punto que quedó conforme con la clasificación al Mundial del año siguiente, cuando cayó con Inglaterra —hoy bicampeona europea— por la mínima diferencia en los cuartos de final, y a los Juegos Olímpicos de París 2024, cuando perdió en la misma instancia contra España, la campeona del mundo.
Ahora la sensación es diferente, porque Colombia fue mejor en la cancha, lo que genera satisfacción y amargura. Había cómo superar el hito que cimbró los cimientos del fútbol colombiano: el subcampeonato de la selección sub-17 en el Mundial de India en 2022. Aquella generación, liderada por una brillante Linda Caicedo, consiguió el mejor resultado en la historia de Colombia en cualquier torneo FIFA, sumando hombres y mujeres. Y todo lo consiguieron en medio de carencias estructurales. Aunque el apoyo se ha multiplicado muchísimo en los últimos años, todavía prima la ausencia de una liga profesional estable, la falta de inversión y constantes crisis organizativas.
La profesionalización, que comenzó en 2017, fue un anhelo cumplido para las pioneras que vieron el sueño materializarse con 18 clubes en competencia. Sin embargo, en medio de contextos de gloria, también hubo retrocesos. Entre 2019 y 2021, la liga sufrió cancelaciones, denuncias de acoso y condiciones laborales precarias. Solo cinco equipos formalizaron contratos en 2021. A pesar de organizar en 2022 un torneo especial con 150 partidos y romper récords de asistencia, la Dimayor canceló el campeonato del segundo semestre, dejando en evidencia la fragilidad institucional del fútbol femenino en Colombia. Hoy, en 2025, la Liga Femenina solo tiene un torneo, garantizando apenas cinco meses de competencia para las futbolistas del país. La selección sigue rompiendo barreras internacionales, mientras en el ámbito local la lucha continúa.
El título de Copa América sigue siendo una cuenta pendiente, un objetivo que sabemos que se puede conquistar. La lucha por conseguirlo seguirá. las mujeres que defienden el fútbol femenino en Colombia seguirán adelante, con el corazón, con rebeldía y con la convicción intacta en que las niñas del país, el futuro del deporte, puedan seguir jugando a la pelota.
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