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El grato recuerdo de mi Colombia, campeona suramericana en 2005

Eduardo Lara cuenta detalles del torneo que ganó con una de las generaciones más exitosas de la historia del fútbol colombiano.

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Eduardo Lara* y Valentina Fajardo
09 de febrero de 2025 - 04:00 p. m.
Eduardo Lara fue el director técnico de la selección colombiana campeona del Sudamericano Sub-20 2005.
Eduardo Lara fue el director técnico de la selección colombiana campeona del Sudamericano Sub-20 2005.
Foto: EFE - Miguel MenÈndez V.
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Si bien siempre he sido una persona a la que no le gusta mirar atrás y vivir en el pasado, en los últimos días se me ha venido a la cabeza un gran recuerdo, de esos que nunca se olvidan. Ya han pasado 20 años desde que la selección de Colombia se consagró campeona del Suramericano Sub-20 en el Eje Cafetero. Por supuesto, todos los jugadores tienen muchos recuerdos y han hablado de ellos, pero esta es una oportunidad de que la persona que dirigió el equipo pueda contar los suyos.

Semanas antes del inicio del campeonato tuve una primera gran misión: elegir a quienes quería que fueran parte del plantel. Ya tenía a la mayoría de jugadores bajo el radar, y en más de una ocasión los había convocado a microciclos para ver cómo trabajaban juntos en la cancha. En realidad, para mí fue muy fácil poder elegir. Conocía su presente, sus dotes, las grandes personas que eran y tenía la certeza de que serían capaces de representar al país de la mejor manera.

En esta lista estaban, entre otros, Hugo Rodallega, Libis Arenas, Radamel Falcao García, Cristian Zapata, Abel Aguilar, Hárrison Morales, Christian Marrugo, Juan Carlos Toja, Camilo Zúñiga, Dayro Moreno, Wason Rentería, Freddy Guarín, Carlos Valdés, Mauricio Casierra y Sebastián Hernández. Me perdonarán si se me pasó mencionar a alguno mientras recuerdo ese grato momento.

Debo admitir que hubo un par de futbolistas que de verdad me dolió no haber llamado, o haber dejado por fuera. Quizás el más doloroso fue el caso del volante Daniel Machacón, quien en ese entonces venía brillando con el Junior de Barranquilla. Se lesionó días antes del inicio del Suramericano y no pudo ser parte de la selección.

El otro fue Pablo Armero. A pesar de que ya sabía de su calidad, para ese torneo solo podía llevar a dos laterales derechos y dos izquierdos. Justo en ese momento ya tenía a unos titulares que no podía dejar de lado.

Recuerdo que un día, camino a un entrenamiento, Pablito nos pidió llorando desconsolado que no lo dejáramos por fuera. Ambos sabíamos que él no podía ir con nosotros, entonces le dije: “Tranquilo, Pablito, el fútbol no termina acá y te llegará una nueva oportunidad”. Varios años después, tanto Armero como yo nos dimos cuenta de que no estaba errado.

Ya con todo listo para nuestro debut, el jueves 13 de enero, salimos con toda la fe y el amor a la cancha del estadio Centenario, de Armenia. El rival en ese partido era la selección de Bolivia, y de mucho nos sirvieron las horas de entrenamiento y trabajo, porque goleamos 5-0 a los dirigidos por Wálter Cata Roque.

Tras la victoria en el juego inaugural, seguimos preparando duro los partidos del Grupo A. Entrenábamos muy temprano todos los días, todos con el sueño de cumplir la meta que nos habíamos propuesto, que era salir campeones. Nuestra dedicación, pasión y ganas de seguir creciendo nos permitieron imponernos también sobre Perú y Venezuela.

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A pesar de que ya estábamos clasificados a la fase final, sabíamos que se nos venía un gran reto: enfrentar a Argentina en el cierre de la fase de grupos. Al igual que nosotros, ellos venían de ganar sus partidos previos. En el 11 titular contaban con un jugador de 18 años que ya había empezado a brillar: nada menos que Lionel Messi.

Los muchachos y yo sabíamos que ese sería un verdadero termómetro para saber cómo estábamos. Por supuesto que el partido ante Argentina no fue nada fácil. Se jugó en el estadio Palogrande, y al minuto 28 Falcao abrió el marcador. Comenzando el segundo tiempo, Hernán Peirone anotó el empate. Para nosotros fue un resultado agridulce, porque lo pudimos ganar.

Cuando terminó la primera fase, e hice la evaluación, me di cuenta de que todos mis jugadores habían sido figuras en algún momento, pero sobre todo que habían jugado con el corazón.

Era injusto destacar solo a uno, porque el colectivo en general había logrado brillar y se había visto muy sólido. Pero, claro, en los deportes las estadísticas son importantes, y Hugo Rodallega había mostrado su mejor nivel. El entonces jugador de Deportes Quindío anotó en seis oportunidades en los tres primeros partidos. Sus condiciones y el gran momento que atravesaba me confirmaron que no podía dejarlo en el banco.

Arrancamos la fase final con la convicción de que podíamos levantar el trofeo. Sigo insistiendo en que nosotros no tuvimos suerte, sino que cumplimos con lo que se había trabajado desde hacía meses, y cada oportunidad que tuvimos la aprovechamos al máximo. Nuestros rivales fueron Argentina, Chile, Uruguay, Venezuela y Brasil, siendo este último con el que estuvimos más parejos.

Durante las primeras dos fechas, tanto los dirigidos por René Weber como los míos veníamos de sumar de a tres puntos. Después les ganamos por la mínima diferencia, con un gol de Rodallega, por lo que quedamos líderes del hexagonal.

Pero seguía Argentina, que volvió a ser un problema para nosotros. En nuestro segundo enfrentamiento contra los defensores del título volvimos a empatar, lo que hizo que dependiéramos de nosotros para ser campeones si le ganábamos a Venezuela en el último partido.

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Sabíamos que no podíamos fallarnos y mucho menos a los colombianos que nos estaban apoyando. Así que dimos el ciento por ciento y vencimos a la vinotinto 2-0. Apenas sonó el pitazo final nos consagramos campeones, sin importar lo que pasara después en el duelo entre Argentina y Brasil.

En ese momento sentí una alegría inmensa, pero no fue solo por mí, sino por todo lo que cada uno de los muchachos del equipo había hecho en el torneo. El país entero se había dedicado a apoyar a la selección y fortalecieron anímicamente a ese plantel.

Cada uno de nosotros entregó el alma y el corazón para lograr el objetivo que nos habíamos propuesto desde el primer día. En ningún momento, ni los jugadores ni yo, pensamos que la meta era inalcanzable. Fuimos un grupo realmente maravilloso en el cual había mucha confianza, alegría y fortaleza.

Finalmente, demostramos todo lo que estábamos dispuestos a hacer por el país. Le cumplimos al fútbol colombiano, y tras 18 años nos volvimos a consagrar campeones del Suramericano Sub-20, pues lo habían logrado en 1987, también en casa.

Siempre supe que todos esos jugadores iban a triunfar en el profesionalismo y que tendrían cuerda para rato. Era seguro que tras lo logrado en ese campeonato iban a salir disparados para clubes del exterior. Esto no fue algo extraño para ninguno, ya que estas competencias siempre son una gran vitrina y un escenario perfecto para brillar.

Meses después empezaron a emigrar al fútbol internacional, aunque Falcao ya estaba en River Plate, Rodallega se fue al Monterrey de México y Libis a la Lazio italiana, de los que recuerdo que salieron primero.

Si el hecho de verlos brillar alrededor del mundo fue una gran satisfacción para mí, no hay manera de explicar lo que siento con lo que lograron hacer después con la selección de mayores.

Esos chicos fueron la base de los equipos que llevó el profesor José Néstor Pékerman a los mundiales de Brasil 2014 y Rusia 2018. Estuvieron en algo tan hermoso que me hacen sentir aún más orgulloso de ellos y admirarlos cada vez más cuando los veo en una pantalla de televisión.

De ese Suramericano Sub-20, anécdotas tenemos muchas, muchísimas, pero debería tener la autorización de todos ellos para poder contarlas en detalle. Nos pasaron muchas cosas en las concentraciones, los viajes, en todos los lugares que logramos recorrer cuando participamos ese mismo año en el mundial sub-20 en Holanda.

Ellos eran como mis hijos y todavía los sigo tratando de igual manera. Realmente acá no hay secretos: lo dimos todo y al final alcanzamos lo que más deseábamos. Espero que cada uno de ellos sepa que los apoyé desde que empezaron a brillar y que los estaré viendo y siguiendo hasta el día en que decidan dejar las canchas, como ya algunos lo han hecho.

Le tengo fe a la sub-20 de César Torres

A pesar de que no dirijo a una selección de Colombia hace un buen tiempo, sigo sintiendo un amor profundo por ella. Justo en las últimas semanas no me he perdido ni un solo partido de los dirigidos por César Torres en el sudamericano sub-20 de Venezuela. Desde ese primer juego me di cuenta de que tenemos grandes jugadores y un colectivo muy sólido.

El profesor Torres supo elegir un buen grupo para buscar de nuevo el trofeo que llevamos 12 años sin levantar. Siempre intento darles a los demás jugadores el mismo consejo que les di a los míos: escuchen siempre al profe para poder lograr el objetivo.

Por supuesto que será maravilloso que se convirtieran en la cuarta generación que gana el título continental, pero primero está ya muy cerca el objetivo de asegurar un puesto para el mundial de Chile.

Jordan García, Neyser Villarreal, Yeimar Mosquera, Andy Batioja, Jordan Barrera y los demás jugadores que han estado en la cancha me hacen soñar de nuevo con una corona. Créanme que, ganen o no, se viene un buen futuro para la selección colombiana de mayores. Con estos muchachos habrá una gran tricolor para rato.

*Entrevista y texto adaptado por Valentina Fajardo.

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Por Eduardo Lara*

Por Valentina Fajardo

Comunicadora social y periodista e historiadora con énfasis sociocultural de la Universidad Javeriana. Principal interés en la historia deportiva, el fútbol y el tenis.@valfajardomvfajardo@elespectador.com

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