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El 6 de marzo de 1994, luego de perder 6-1 con Palmeiras en la Copa Libertadores, a César Luis Menotti, entrenador de Boca Juniors, le pidieron que hiciera un balance del partido. Y el argentino, tan pragmático, se limitó a decir: “Elaboré una táctica para este día, apareció algo imprevisto y la táctica se fue a la mierda. El planteamiento es programático y en el mundo de la acción, como lo es el del fútbol, eso tiene mucho sentido”. Lo anterior no quiere decir que los planes no valgan. Para nada. Solo que así como hay cosas que se siguen al pie de la letra, el jugador debe estar en la capacidad de adaptarse al cambio repentino si el rival así lo exige.
Y puede que eso sea lo que le está pasando a la selección de Colombia en esta Copa América: no hay ese juego generoso que permita modificar lo que no está saliendo bien. Pero, claro, eso resulta más difícil porque desde un principio la estrategia del pizarrón es muy lejana a lo que ocurre en el terreno. Entonces, en una especie de reacción en cadena, surge la atmósfera sombría, cosas como Juan Guillermo Cuadrado tratando de ser desequilibrante por la banda, la triple marca del rival y la falta de ayuda para un hombre que funciona mejor cuando cuenta con alguien para asociarse.
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El error no está en que intente ir hasta la línea y gambetear a un rival, sino en que, cuando el recurso no causa efecto, no haya nadie para tocar, para ir al espacio y para comenzar de nuevo. Juntarse en los últimos 15 metros, la zona más importante de todas, siguiendo por la línea de Menotti. Y ahí se evidencian las maneras forzadas, con Duván Zapata lejos del área -donde hace mucho daño- intentando tener contacto con la pelota, y Edwin Cardona muy lejos del contacto con esta. Y cuando el volante paisa no entra en el circuito se pierde, y de qué manera.
Y ya no se defiende bien, aunque muchos lo hagan. Dávinson Sánchez y Yerry Mina no se complementan, William Tessilo -que no es lateral- procura ser limpio por la banda izquierda y por el otro lado, quien sea que juegue (Daniel Muñoz jugó contra Ecuador y Venezuela, y Stefan Media frente a Perú) está más preocupado por volver y armar la línea de cuatro que en tener vocación y aportar en el ataque. Y es comprensible, cuando se entiende que el rival está siendo más punzante con el balón. Wílmar Barrios, que cumple labores de todero, no logra contagiar a los demás de su energía, y quita balones, sí, pero no siempre tiene una opción clara para entregarlos. Y ahí se pierde todo.
Y volvamos a Menotti, que les perdonaba a sus jugadores que no corrieran, que no metieran, pero que los condenaba cuando no pensaban. En esta desconexión Rueda no ha podido identificar el cortocircuito y se ha demorado con las soluciones (como pasó contra Perú), o a veces no las ve tan diáfanas. Las limitaciones no se marchan solas, hay que dejarlas a un lado y ser práctico por encima de cualquier cosa, sobre todo si el rival es el Brasil de Tite, la mejor selección del continente, la de los siete goles a favor y ninguno en contra, la que domina las eliminatorias a Catar 2022 con velocidad crucero.
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Primero, confianza y fortaleza mental, ya después que venga el fútbol. Si bien Brasil solo ha perdido uno de los últimos 19 encuentros con Colombia (11 victorias y siete empates), hay que decir que esa caída fue en una Copa América, en la de 2015, la que cargó con los vestigios del duelo de cuartos de final del Mundial de 2014, y con gol de Jeison Murillo (centro de Cuadrado) y las expulsiones de Carlos Bacca y Neymar. Pero así como hay puntos muy bajos, hay que destacar los pocos altos que ha tenido el conjunto nacional. David Ospina está en un gran nivel, algo muy importante sabiendo que los locales son el conjunto que más disparos al arco acumulan por encuentro (ocho) y el segundo con más opciones creadas (12,5). Sumado a eso, en los nueve partidos más recientes ha anotado 14 veces.
Se viene la gran prueba de esta Colombia convaleciente que quiere salir de la encrucijada, donde podrán estar Luis Díaz y Matheus Uribe, que ya pagaron la fecha de suspensión y que podrían darle otra dinámica a la selección. El hábito de trabajar mejor para llegar a la tal identidad que tanto se pide, sin importar el número de ajustes.