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Shai Gilgeous-Alexander: la rutina secreta del nuevo campeón de la NBA

El canadiense no solo le dio el anillo de campeón a Oklahoma City Thunder, además quedó MVP de la fase regular y de las finales.

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Fernando Camilo Garzón
23 de junio de 2025 - 05:59 p. m.
Shai Gilgeous-Alexander, el hombre del momento en la NBA.
Shai Gilgeous-Alexander, el hombre del momento en la NBA.
Foto: Getty Images
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En medio de los festejos por el título de la NBA de Oklahoma City Thunder, todas las ovaciones condujeron a Shai Gilgeous-Alexander. Y más de una recordó las palabras del canadiense, cuando fue escogido como el Jugador Más Valioso (MVP, por sus siglas en inglés) de la temporada regular: “No podría haberlo hecho sin mis compañeros. La cantidad de victorias que sumamos es, probablemente, la razón por la que gané el MVP”.

La estrella de OKC, los nuevos dueños del anillo, acaba de cerrar una de las temporadas más imponentes en la historia reciente de la NBA: MVP de la temporada regular, MVP de las Finales de Conferencia, MVP de las Finales de la NBA, anillo de campeón y máximo anotador del año.

Con apenas 26 años, Shai ya comparte su nombre con leyendas como Shaquille O’Neal, Michael Jordan y Kareem Abdul-Jabbar, los únicos que habían logrado esa hazaña antes que él.

Oklahoma fue un equipo arrollador esta temporada. La cifra es tan abrumadora como simbólica: 68 victorias y apenas 14 derrotas, con una diferencia de +12.9 puntos por partido, la mejor marca colectiva de toda la era moderna. No fue un equipo de fogonazos ni de rachas. Fue una maquinaria constante, paciente, invencible. Desde octubre hasta junio, los Thunder dominaron cada tramo de la temporada y confirmaron su reinado en unas Finales épicas frente a Indiana Pacers, con un séptimo juego resuelto por jerarquía, carácter y defensa.

El título tiene un sabor especial. Es el primero desde que la franquicia se mudó a Oklahoma, aunque cuenta en sus registros con el campeonato de 1979, cuando todavía eran los Seattle SuperSonics. No obstante esta vez, el anillo llegó con una identidad completamente nueva: la de un equipo joven, atlético y autodidacta. Un equipo construido sin atajos ni traspasos estelares. Un equipo que confió en su proceso, apostó por el desarrollo y cosechó con humildad.

Shai, la gran estrella de OKC tiene un método secreto

En el centro de ese proyecto estuvo siempre Shai Gilgeous-Alexander. Su estilo —una mezcla de elegancia, control y fiereza— desafía las lógicas modernas del juego. En una NBA obsesionada con el triple, el pace-and-space y las estadísticas de eficiencia, Shai optó por la pausa. Por la media distancia. Por la lectura. Ataca como un ajedrecista en pleno juego medio: mide al rival, lo obliga a moverse en su tablero, lo empuja hacia decisiones erradas. Lo castiga sin prisa.

Ese tipo de baloncesto no se improvisa. Se cultiva. Se entrena. Dwayne Washington, un entrenador poco ortodoxo, fue clave en su formación. Juntos, exploraron la cancha como un mapa de triángulos invisibles. No repetían jugadas, descifraban patrones. No corrían sistemas, estudiaban geometrías. Cada espacio era una puerta; cada pausa, una trampa. El ritmo lo era todo: inhalar antes del dribleo, exhalar al lanzar. Shai no fue creado para correr. Fue diseñado para pensar.

“Hoy, mientras todos intentan jugar baloncesto, él juega ajedrez”, resumió su entrenador con una frase que se volvió mantra. El impacto fue tan profundo que aún se refleja en su rutina: respiración controlada, decisiones quirúrgicas, un tempo imposible de perturbar. Gilgeous-Alexander no solo esquiva rivales: los hipnotiza.

La mentalidad del MVP se sembró desde joven. Cada sábado, tomaba el metro en Toronto junto a Washington. Caminaban por las vitrinas de Holt Renfrew —el lujo hecho vitrina— y regresaban sin compras, pero con una enseñanza clara: todo se gana trabajando.

A los 15 años cruzó la frontera para estudiar en Estados Unidos. Su paso por Kentucky fue breve pero decisivo. En su único año universitario ya era evidente que su cabeza iba por delante de sus pies.

Esa ética del esfuerzo tiene raíces familiares. su madre, Charmaine Gilgeous, fue atleta olímpica en los Juegos de Barcelona 1992, donde representó a Antigua y Barbuda en los 400 metros planos. Entrenaba a las cinco de la mañana y volvía a casa con las piernas rendidas, pero nunca sin antes preparar el desayuno. Shai creció viéndola correr entre sus turnos de trabajo y la pista, y entendió que el talento no basta sin sacrificio. De ella heredó la disciplina, la resistencia y el hábito de convertir el cansancio en rutina. En casa, el éxito no era una meta: era una consecuencia del trabajo diario.

El camino a la cima del MVP

Fue seleccionado en el puesto 11 del Draft 2018 por los Clippers, pero su destino cambió con un giro tan brutal como providencial: el traspaso que llevó a Paul George a Los Ángeles también envió a Shai a Oklahoma. Para muchos, era apenas un movimiento más en una reconstrucción larga. Para Sam Presti, el gerente general, fue el inicio de un plan maestro.

En 2020, con el mundo en pausa por la pandemia, Shai se encerró a trabajar. No en instalaciones de élite, sino en gimnasios comunitarios. Doce horas de rigor: pesas, bandas, tiro, lectura. Cuando la liga volvió en la burbuja de Orlando, él ya era otro.

Chris Paul fue su mentor silencioso. Le enseñó cómo se lidera. Cómo se observa. Cómo se escucha. Y cuando partió, Shai heredó el timón. Lo sostuvo con firmeza. No impuso su voz, impuso su ejemplo. Fue el primero en llegar y el último en irse. Así lideró un equipo en el que Chet Holmgren emergió como la muralla que todos esperaban, en el que Jalen Williams se consolidó como escudero ideal, y en el que todos jugaron al ritmo de un MVP distinto, de esos que no buscan luces, sino victorias.

Estadísticamente, su temporada fue histórica: 32.7 puntos, más de seis asistencias por juego y más del 54% en tiros de campo. Solo Michael Jordan había firmado una combinación así. Lo que hizo de Shai una figura incomparable fue su impacto emocional: su serenidad en el caos, su lenguaje corporal sin estridencias, su capacidad para elevar a quienes lo rodeaban. Ganó el MVP por números, sí, pero también por significado.

Oklahoma City Thunder no solo ganó el campeonato. Lo construyó. Lo soñó, lo planeó y lo ejecutó. Lo hizo con humildad, con trabajo, con visión. Mientras otras franquicias perseguían estrellas, ellos sembraban cultura. Ahora, con un núcleo joven, disciplinado y ambicioso, miran hacia el futuro con hambre de más. Este anillo es una confirmación, pero también una advertencia: Oklahoma no fue una sorpresa. Fue el mejor equipo desde el primer día hasta el último.

Y Shai Gilgeous-Alexander, el muchacho que creció con el ejemplo de su mamá, hoy aspira a las grandes cimas. Ya es historia. Pero lo mejor, seguramente, todavía está por escribirse.

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