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Chocó es un departamento productor de nombres poco frecuentes. Tutunendo, por ejemplo, se llama un lluvioso corregimiento de la capital, Quibdó, enclavado en la vía que conduce a Medellín. De allí es un futbolista llamado Carmelo, que hizo famoso a su pueblo porque comentaristas y aficionados, a falta de remoquete, lo apodaron Carmelo Tutunendo Valencia. Pero de allí también es un técnico de atletismo llamado Valentín, Valentín Gamboa, que acaba de ganar el premio a Vida y Obra que otorga El Espectador como parte de su reconocimiento a los deportistas del año.
“Nací el 2-02-46”, responde, únicamente con esos números, ante la pregunta por su fecha de nacimiento. El cálculo indica, entonces, que tiene 69 años, que en un mes y medio cumplirá 70 y que por eso miente cuando completa su presentación afirmando: “estoy más viejo que la panela”.
La suya es una historia larga que uno puede resumir, en tono telegráfico, contando que salió a los ocho años de Tutunendo para irse a vivir con su familia a Cali. Se hizo atleta vinculado a las Fuerzas Armadas, con las que también practicó pentatlón militar, deporte que involucra ramas como natación con obstáculos y tiro. Incluso, en 1968 participó en un campeonato suramericano de esa disciplina. Se definió por el atletismo después de que lo enviaron a especializarse a México. De regreso a Colombia pasó por ligas como las de Risaralda y Antioquia, hasta que aterrizó en Bogotá.
Ha sido, para redondear, un entrenador exitoso. Ha participado en cinco Juegos Olímpicos y se le atribuye buena parte de la responsabilidad de que Colombia haya llevado una treintena de atletas a Londres 2012, una participación histórica. Ese año, antes de las justas, su ojo de viejo zorro le permitió vaticinar en una entrevista con este diario –más allá de cualquier optimismo vacuo– que Caterine Ibargüen estaba lista para subirse al podio del salto triple. El profesor Valentín estuvo en Londres tan comprometido como hace cinco meses en el Mundial Juvenil de Cali, donde fungió como coordinador de entrenadores de la Selección Colombia y los 43 muchachos no alcanzaron ningún podio.
En uno u otro escenario, ayer y hoy, ¿qué es eso que lo destaca? “El sello mío –responde– es la repetición del diario hacer, que para el deporte es asistir todos los días al campo de entrenamiento donde los atletas me esperan. Yo voy, vayan o no vayan, porque allá también hago mis ejercicios. Una de las labores del técnico es estar comprometido, metido en su trabajo. Si los atletas ven que usted va todos los días, ellos sabrán que se requiere compromiso”.
Será difícil abandonar esa rutina. Por eso piensa que su retiro debe ser paulatino porque qué tal “uno 40, 50 años metido en una cosa, y dejarla de una, se muere uno al otro día”. Sus planes son, para empezar, viajar menos fuera de Colombia (conoce más de 50 países) y centrar sus periplos, cuando sea necesario, dentro de este país que, con modestia, dice conocer poco. “Por ejemplo, el Chocó lo conozco muy poquito”.
El profesor Valentín le tiene fe a su departamento, no solo como destino turístico, sino porque, volviendo al atletismo, “allá está la sangre, la materia prima para este deporte, así como en Jamaica”. Su declaración, entonces, se vuelve una invitación a la dirigencia, o a quien pueda interesarle, para que pongan el ojo allí, porque “esculcando el Chocó y haciendo unos programas interesantes, de allá tendrá que salir un Usain Bolt”, refiriéndose al jamaicano de 29 años conocido como “el hijo del viento”, que ha cruzado más rápido que cualquier otro hombre los 100 metros planos, con 41 zancadas en 9,58 segundos. Chocó tiene esa sangre, la misma que le ha corrido al disciplinado profesor Valentín toda su vida, toda su obra.
Por Carlos Hernández Osorio
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