Cuando la locura se confunde con el amor

Los asociamos por culpa de la literatura. Sin una dosis de lo último no se logra lo primero. Sin embargo, la psicología concibe al amor como una decisión deliberada.

Por Natalia Tamayo

16 de noviembre de 2018

Ilustración: Éder Leandro Rodríguez.

Ilustración: Éder Leandro Rodríguez.

Sin discriminar que sus familias llevaban casada una rivalidad de años, Romeo y Julieta se enamoraron sin remedio, sin mediar consecuencias, sin saber que ese amor fortuito e inesperado sería su verdugo: obsesionados con la idea de que el tiempo era un desperdicio si no estaban juntos, se entregaron ante un altar sin más testigo que Dios. Vivieron en la clandestinidad para que ese amor no fuera pecado, ni reproche de una guerra parental de la que se sentían excluidos. Pero las presiones no cesaron y el afán de ser uno solo los llevó al suicidio como única alternativa para evitar una separación.

La obra de Shakespeare es un claro ejemplo de que “cuando el amor no es locura, no es amor”. Sin acudir a la ficción, la abdicación del rey Enrique VIII de Inglaterra, en 1936, para unirse de por vida a la dos veces divorciada Wallis Simpson, podría encasillarse en las historias que refuerzan la idea de que amor y locura son una fórmula ineludible, pulsional y trágica.

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Quizá se piense que la locura se confunde con el amor o que el verdadero amor lleva una dosis de locura. Pero, más allá de las interpretaciones banales y generalizadas de la literatura, la academia desmiente esa relación, y califica de neuróticos comportamientos como los de Romeo y Julieta, y Enrique VIII: no es por amor, sino por causas biológicas que se produce el enamoramiento en los cuerpos.

“Ese es un estado transitorio de alteración química, donde tanto endorfinas como oxitocinas -que son las dos sustancias que nos dan un mensaje de bienestar-, están presentes y se afianza con las relaciones sexuales. Entonces la persona confunde esa noción de éxtasis con lo que es el verdadero amor y, en ocasiones, empiezan a asumir conductas que no son típicas: la persona en búsqueda de placer deja a su familia, entra en un proceso de infidelidad porque está bajo el influjo de las hormonas”, explica la psicóloga clínica Natalia Izquierdo.
Además del engaño en una relación, según la experta, existe la codependencia, que se trata de estar con alguien para llenar los vacíos de la soledad o porque se cree que esa persona lo sacará de una situación adversa como la drogadicción, por ejemplo. 

Para la psicología, el romance es una construcción mutua, en la que, en vez de acciones desmedidas, cegadas y locas, hay decisiones, conciencia y una prevalencia del amor hacia el yo que está por encima del otro. En ese sentido, Romeo y Julieta, y Enrique VIII no entendieron que primero hay que mirarse hacia adentro para después entender al otro como un complemento y no como a la vida misma. 

Por Natalia Tamayo

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