Abrir la educación a la inversión privada

El estado de la educación en Colombia es un desastre nacional. Y sin educación no hay desarrollo y el país está condenado a sufrir los vaivenes de las exportaciones de los productos básicos.

Martín E. Díaz Plata
12 de diciembre de 2017 - 03:00 a. m.
Los países desarrollados siguen su progreso imparable en educación. / Wikimedia - Creative Commons
Los países desarrollados siguen su progreso imparable en educación. / Wikimedia - Creative Commons

Los resultados más recientes de PISA ocasionaron que el presidente Santos se felicitara a sí mismo y declarara con tono triunfal que Colombia se acerca a Chile, “líder regional en calidad educativa”, según sus propias palabras. Lo que no mencionó Santos es que Colombia quedó en matemáticas en el puesto 61 de 70 (en ciencias y lectura los resultados son similares) y que Chile es 48. Poniendo estas posiciones en perspectiva futbolera, eso indicaría en el escalafón de la FIFA que Colombia está a niveles de Santa Lucía y Chile entre Botsuana y las Maldivas. O sea, somos unos troncos.

Mientras tanto, los países asiáticos siguen su progreso imparable, ocupando siete de los 10 primeros lugares, tanto en ciencias como en matemáticas. Y con el avance educativo van de la mano las industrias de avanzada. Un empresario indonesio me dijo hace unos meses que sólo hay tres sitios en el mundo con suficientes ingenieros de sistemas para servir a las grandes compañías tecnológicas del mundo: China, India y Estados Unidos.

En la más reciente medición del número de patentes concedidas, China encabezó la lista con casi un millón; Corea quedó cuarta, con 210.000, y Brasil décimo, con 30.000. ¿Colombia?: 2.000 patentes.

No es exagerado decir que sin progreso educativo no hay diversificación de ingresos, y sin poder salir del ciclo de las materias básicas, Colombia está condenado a ser un país pobre, sujeto a las variaciones de la economía mundial y viviendo de las sobras que le dejen los que están produciendo los bienes de valor agregado para la humanidad. Un país bananero en resumidas cuentas.

A pesar de la urgencia en la reacción del Estado que requeriría un tema de tanta importancia, sucesivos gobiernos colombianos no logran abrir la educación al sector privado. El sector privado generaría competencia y dinamismo al esclerótico manejo estatal que está atado de manos por un poderoso sindicato de profesores que se rehúsa a cualquier tipo de medición de resultados para determinar el nivel de compensación de los profesores.

Es irónico que los profesores, que pasan gran parte de su tiempo calificando, le tienen pavor a que a ellos mismos sean juzgados y compensados por sus capacidades y resultados. Cambiar esta mentalidad desde adentro va a tomar décadas y, mientras tanto, sucesivas generaciones de jóvenes colombianos van a perder la única oportunidad de su vida de educarse.

De otro lado, la presencia actual en Colombia de colegios y universidades privadas con alto nivel educativo, pero también matrículas inalcanzables para gran parte de la población, preserva la ya de por sí enorme brecha existente entre estratos sociales.

Por ejemplo, en Brasil, el Gobierno ha creado una serie de incentivos que van dirigidos a que cualquier estudiante de clase baja pueda acceder a la educación privada, bien por vía de financiamiento con tasas y plazos preferenciales, o para cierto número de estudiantes, también de familias de bajos ingresos, con becas que cubren el 100 % de sus estudios concedidas obligatoriamente por colegios y universidades privadas al 10 % del total de sus estudiantes a cambio de tener un tratamiento impositivo más benévolo.

Para que puedan crecer, las universidades privadas tienen que cumplir ciertos parámetros de calidad mínimos. Si la educación mediocre gratuita tiene que ser mejorada, la educación paga y mala tiene que ser directamente prohibida. El resultado de la entrada del sector privado en Brasil ha sido que entre 2002 y 2008 los establecimientos universitarios se incrementaron 50 % y el número de estudiantes se dobló. Asimismo, las universidades privadas han logrado bajar en más de 30 % el costo de educación por estudiante en comparación con el sector público.

El sector privado va obviamente a buscar rentabilidades adecuadas en la educación, pero es hora de romper el mito de que rentabilidad y calidad están disociadas en la educación. ¿O son los hospitales privados peores que los estatales porque buscan lucro? ¿O sería mejor que los supermercados fueran del Gobierno (como lo intentó Chávez con desastrosas consecuencias) y no del sector privado? La educación es un servicio tangible que tiene que ser administrado de forma eficiente y con resultados concretos: calidad educativa y, en últimas, empleos.

P.S. Los torneos colombianos de fútbol son de una complejidad innecesaria con exceso de cuadrangulares y promedios. Tres soluciones prácticas copiadas de los campeonatos europeos: un solo torneo todos contra todos y el que gana es campeón, los tres últimos descienden y los tres primeros de la B suben, y la Copa Colombia es de eliminación directa.

Por Martín E. Díaz Plata

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