El FMI y la economía global: prevé beneficios de corto plazo y peligros de largo plazo

En nuestra serie Pensadores 2017-2018, el economista jefe del Fondo Monetario Internacional revisa el panorama de la economía para 2018.

Maurice Obstfeld / Especial para El Espectador / Washington
16 de enero de 2018 - 04:16 a. m.
Maurice Obstfeld advierte que entre 2018 y 2022, el crecimiento anual “per capita” de las economías avanzadas sólo alcanzará el 1,4 %. Venía en un promedio de 2,2 %. / EFE
Maurice Obstfeld advierte que entre 2018 y 2022, el crecimiento anual “per capita” de las economías avanzadas sólo alcanzará el 1,4 %. Venía en un promedio de 2,2 %. / EFE
Foto: EPA - SHAWN THEW

El crecimiento del PIB sigue aumentando en gran parte del mundo, lo que marca el repunte cíclico más amplio desde el inicio de la década. En toda Europa y Asia, y en Estados Unidos y Canadá, las expectativas de crecimiento han aumentado, mientras que en algunas economías emergentes importantes, que hasta hace poco se estaban achicando –por ejemplo, Brasil y Rusia–, el crecimiento se ha reanudado.

Varios países siguen teniendo dificultades, inclusive muchos exportadores de combustible y economías de bajos ingresos que sufren una guerra civil o desastres naturales, especialmente sequías. Pero una recuperación más rápida está beneficiando aproximadamente a dos tercios de la población del mundo.

Estos progresos se producen luego de años de un crecimiento geográficamente desigual e intermitente después de la crisis global de 2008-2009 y el subsiguiente rebote de 2010-2011. Recientemente, en 2016, la economía mundial chisporroteó, lo que llevó el precio del petróleo a casi 25 dólares por barril (hoy está en torno de los 60 dólares) y produjo la tasa de crecimiento global más débil desde la contracción rotunda de 2009. En consecuencia, de cara al 2018, la sensación de alivio entre muchos responsables de políticas económicas es palpable.

¿Por qué ha mejorado el desempeño económico? Si bien hubo un marcado ascenso de los indicadores de consumo y ánimo empresarial y, con ellos, de la inversión, sería un error atribuir el reciente rebote enteramente a la casualidad o a “espíritus animales”. Han incidido también otros factores fundamentales, en particular las políticas macroeconómicas.

Desde hace mucho tiempo, y aún hoy, la política monetaria ha sido acomodaticia en los países más grandes. Aunque la Reserva Federal de Estados Unidos sigue aumentando gradualmente las tasas de interés, ha sido cautelosa y ha sabido responder a la turbulencia de comienzos de 2016 posponiendo las alzas de las tasas que se habían previsto. El Banco Central Europeo ha empezado a reducir sus compras de activos de gran escala, pero también ha señalado que los aumentos de las tasas de interés son una perspectiva lejana.

En consecuencia, las condiciones financieras han sido fáciles, y han fomentado el préstamo y elevado los precios de los activos a nivel global. La política fiscal en las economías avanzadas, en conjunto, ha dejado de ser contractiva y se ha vuelto prácticamente neutra en los últimos años, mientras que China ha ofrecido un respaldo fiscal considerable desde que su crecimiento se desaceleró a mediados de la década, con importantes efectos positivos para sus socios comerciales.

A pesar de tanto estímulo, las tasas de inflación siguen siendo relativamente bajas –de hecho, a niveles inclusive desconcertantes en las economías avanzadas–, aun cuando las brechas entre el PIB real y el potencial se han achicado o desaparecido. Algunos podrían ver la actual configuración de un crecimiento más robusto y una inflación baja como un punto ideal –el mejor de todos los mundos posibles–

Sin embargo, para muchos países las perspectivas de crecimiento de más largo plazo son menos alentadoras. Las fuerzas laborales que envejecen, el crecimiento más lento de la productividad y las cargas de deuda más elevadas desde la crisis ensombrecen el panorama. Por ejemplo, el crecimiento anual per capita en las economías avanzadas promedió el 2,2 % en los diez años posteriores a 1995, y naturalmente se hundió luego de la crisis; pero inclusive, entre hoy y 2022, el crecimiento anual per capita sólo alcanzará el 1,4 %, según proyecciones del Fondo Monetario Internacional.

A falta de cierto crecimiento no previsto de la productividad, el actual rebote en las economías avanzadas inevitablemente se moderará: el crecimiento se desacelerará en tanto se ajusten las políticas monetarias y las condiciones financieras, y los países se vean obligados a consolidar las finanzas públicas, agobiadas por deudas gubernamentales elevadas y un gasto creciente en pensiones y atención médica. A su vez, un crecimiento general más lento hará que resulte más difícil contrarrestar el lento crecimiento salarial, especialmente entre los trabajadores no calificados, lo que agravará la carga de desigualdad y de resentimiento resultante. Muchas economías de mercados emergentes y de bajos ingresos también enfrentarán vientos en contra.

Los responsables de las políticas económicas en todo el mundo, por lo tanto, enfrentan dos desafíos importantes. Primero: ¿pueden tomar medidas para impulsar los niveles de producción en el más largo plazo? Segundo: ¿pueden aumentar la resiliencia e inclusión de sus economías y, al mismo tiempo, reducir la probabilidad de que la recuperación actual termine en una desaceleración abrupta o inclusive en una nueva crisis?

Estos dos desafíos están estrechamente vinculados. Las condiciones económicas favorables de hoy ofrecen una ventana de oportunidad para políticas que puedan enfrentar a ambos. La clave para mejorar las perspectivas de crecimiento a largo plazo y de justicia percibida es invertir en la gente. La inversión educativa aumenta la productividad de los trabajadores y la capacidad de transitar una transformación estructural, ya sea como consecuencia del comercio o de la tecnología.

Es más, los programas de formación pueden ahorrar recursos que se pierden por el alto desempleo juvenil, a la vez que la orientación y la recapacitación pueden prolongar la vida laboral. Por el contrario, una inacción en estas áreas sería desestabilizadora, ya que las perspectivas laborales débiles y las desigualdades de ingresos alimentarían un rechazo más fuerte por parte de los votantes del multilateralismo en las relaciones internacionales y de las políticas económicas prudentes en casa.

A pesar de lo esenciales que son estas inversiones, requieren desembolsos fiscales. Para evitar inflar cargas de deuda pública que ya son elevadas, los gobiernos tendrán que reformar los regímenes tributarios, mejorando los ingresos sin desalentar el crecimiento. Deberían diseñarse sistemas impositivos que aumenten la inclusión, sobre todo promoviendo la participación de la fuerza laboral. Y los ciudadanos tendrán más confianza en la justicia del sistema si se cierran los canales para la evasión impositiva utilizados por las grandes corporaciones y los ricos.

También es necesaria una mayor resiliencia económica para fomentar la confianza. A medida que se van desvaneciendo los recuerdos de la última crisis financiera, la inestabilidad financiera plantea una creciente amenaza. Muchos países mejoraron sus marcos macro-prudenciales después de la crisis, inclusive aumentando el capital y la liquidez de los bancos. El período prolongado de bajas tasas de interés luego de la crisis, sin embargo, ha llevado a una búsqueda de rendimientos y a un crecimiento de la deuda global que podrían resultar problemáticos para algunos deudores una vez que aumenten las tasas de interés.

Varios estudios económicos, inclusive del FMI, sugieren que aun si los auges de deuda están asociados con un crecimiento más rápido en el corto plazo, suelen acabar mal. Algunos países deben controlar el crecimiento excesivo del crédito y reducir o eliminar los subsidios fiscales a la emisión de deuda, mientras que otros siguen necesitando resolver el problema de los préstamos incobrables que dejaron las recesiones anteriores. Los países deberían fortalecer la supervisión financiera, así como la cooperación regulatoria internacional, evitando así una carrera hacia el abismo en materia de política prudencial.

Las economías emergentes y de bajos ingresos enfrentan algunos desafíos que se asemejan a los de las economías avanzadas. Los líderes de China, por ejemplo, han reconocido los desequilibrios en el sistema financiero del país y están tomando medidas para resolverlos. Pero varios de los desafíos son distintos. Más allá del reciente rebote de los precios de las materias primas, los países que producen materias primas necesitan diversificar las exportaciones de sus economías para respaldar el crecimiento futuro.

Como la recuperación actual es amplia, también es el momento oportuno para tomar medidas en una gama de prioridades multilaterales. Probablemente la más urgente sea desacelerar el cambio climático a largo plazo que resulta de la dependencia de los combustibles fósiles.

La investigación del FMI demuestra lo vulnerables que son los países de bajos ingresos al probable incremento de la temperatura en lo que queda del siglo, aún si el acuerdo climático de París de 2015 logra su objetivo de mantener el alza de la temperatura en menos de 2°C sobre los niveles preindustriales. Pero las economías avanzadas también son vulnerables, inclusive a través de los efectos de la inestabilidad política y de la inmigración masiva que se origina en las regiones más cálidas. Les conviene abrazar objetivos de emisiones más ambiciosos y favorecer los esfuerzos de adaptación de los países de bajos ingresos.

La conclusión es que las fantasías de un punto económico ideal amenazan con engañar a los responsables de las políticas y llevarlos a experimentar una falsa sensación de seguridad. Los buenos tiempos actuales muy probablemente sean temporarios –por cierto, las fuerzas que producen este rebote tal vez no duren mucho más–. Para que la recuperación sea más duradera, los responsables de las políticas deberían aprovechar la oportunidad actual e implementar reformas mientras todavía puedan hacerlo. De lo contrario, el futuro puede estar más cerca de lo que pensamos.

Copyright: Project Syndicate, 2017.www.project-syndicate.org

La perspectiva de Colombia, según el FMI

Gonzalo Hernández, Ph.D. en economía de la Universidad de Massachusetts-Amherst  y profesor asociado de economía y director de investigación de la Pontificia Universidad Javeriana, revisó el caso de Colombia en su balance económico de 2017, publicado en El Espectador el 31 de diciembre, según las proyecciones del FMI, de acuerdo con las perspectivas para el hemisferio occidental. “Reconocen como efecto positivo el fortalecimiento de la economía mundial, resultado de un mayor crecimiento de la demanda doméstica en los países avanzados, en China y en otras economías emergentes grandes. Reconocen también, como efecto negativo, que los precios de varias materias primas importantes para América Latina y el Caribe continuaron débiles en buena parte del segundo semestre de 2017. Con ese contexto, de acuerdo con el FMI, Colombia terminará 2017 con una tasa de crecimiento de 1,7 % frente a un crecimiento de América Latina y el Caribe de 1,2 %. Esta comparación con toda la región, sin embargo, no debería ser usada por nuestro Gobierno con ánimo triunfalista. La tasa de crecimiento colombiana (1,7) —en términos porcentuales— será quizás superior a la proyectada para Brasil (0,7), Chile (1,4), Ecuador (0,2) y, por supuesto, Venezuela (-12), afectado por una severa crisis política y económica. Pero también está la lista de algunos países suramericanos con tasas superiores: Argentina (2,5), Bolivia (4,2), Paraguay (3,9), Perú (2,7) y Uruguay (3,5). Además, la proyección de crecimiento para México es 2,1 %, y para un grupo de países centroamericanos conformado por Costa Rica, República Dominicana, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá, el FMI espera un crecimiento promedio de 4,1 % para este año. Más importante que la referencia coyuntural con economías cercanas geográficamente —en algunos casos con similitudes productivas— es que la región, en general, ha estado marcada por su dependencia al comercio con Estados Unidos y a los vaivenes de los precios de las materias primas. Esto ha condicionado por mucho tiempo el desempeño económico de la región al norteamericano y a mercados internacionales en los que la región tiene poco poder. Ninguna de las economías latinoamericanas parece tener consolidada o garantizada una agenda de crecimiento y competitividad que mitigue la vulnerabilidad a los choques de la economía internacional. Y es triste ver que los gobiernos colombianos piensan menos en una estrategia efectiva de crecimiento y competitividad que en tratar de convencernos de que, por crecer 1,7 y no 1,2 %, ‘en el reino de los ciegos, el tuerto es el rey’”.

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https://www.elespectador.com/economia/balance-economico-de-2017-articulo-731021

Por Maurice Obstfeld / Especial para El Espectador / Washington

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