El resurgir de la palma de aceite en María la Baja

En esta región, casi un tercio de las plantas fueron afectadas por la enfermedad de la pudrición del cogollo. Empresarios, agricultores y técnicos cuentan cómo lograron frenar la explosión epidémica.

María Alejandra Medina C. / @alejandra_mdn
10 de junio de 2017 - 07:41 p. m.
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Foto: Bloomberg - Alejandra Parra/Bloomberg News

En María la Baja, departamento de Bolívar, casi un tercio de las 10.800 hectáreas de palma de aceite sembradas allí llegaron a ser afectadas por la que es, quizá, la peor de las gangrenas que puede dañar ese cultivo. Se trata de la pudrición del cogollo (PC), que básicamente impide el desarrollo de las plantas enfermas.

La actividad palmera en esta región se empezó a consolidar a finales de los años noventa, a través de un modelo de alianzas productivas entre pequeños, medianos y grandes productores, liderado por el grupo Oleoflores, del empresario Carlos Murgas. Bajo este modelo, todos los asociados tienen una participación accionaria en la planta extractora de aceite de este municipio en los Montes de María.  

Con 500.000 hectáreas, Colombia es el primer productor latinoamericano de palma de aceite y el cuarto a nivel mundial. De acuerdo con Antonio Arteta, gerente de operaciones agroindustriales del grupo Oleoflores, en María la Baja se pueden ver productividades de hasta 30 ó 40 toneladas por hectárea al año, que, a causa de la enfermedad, cayeron a alrededor de 20 toneladas.

Uno de los agricultores afectados fue Jorge Martínez, un antioqueño que empezó a sembrar palma en 2003 y que, en una etapa inicial, llegó a tener 20 hectáreas en este municipio de Bolívar. De esas, aproximadamente siete años después, la mitad se echó a perder.

De acuerdo con James Coral, coordinador de sanidad vegetal del grupo, las buenas prácticas que se empezaron a aplicar en la zona luego del fenómeno de La Niña que ocurrió en el país entre 2010 y 2011 estuvieron precisamente muy enfocadas en el manejo del agua. La implementación de drenajes para evitar encharcamientos fue clave.

Asimismo, fueron fundamentales el tratamiento de los suelos, cincelando para descompactarlos, y un manejo adecuado de fertilizantes. Según Arteta, la situación se logró controlar, hoy la incidencia de la enfermedad se ha reducido a su mínima expresión y las productividades han vuelto a niveles de 30 ó 35 toneladas por hectárea al año.

Aunque reconoce que fue un poco terco al principio, no atendiendo las recomendaciones de los técnicos de Oleoflores, Martínez pudo recuperar las pérdidas y renovar el cultivo con el acompañamiento sanitario de la alianza. Hoy tiene 150 hectáreas, de las cuales 130, dice el agricultor, se pudieron sembrar con la renta de las primeras 20.

Por su parte, James Coral cuenta que, para los asociados a la planta, el acompañamiento fitosanitario se cobra apenas en 20%. El resto lo asume la extractora. Los agricultores independientes pudieron recibir el censo de la enfermedad de forma gratuita y acceso al servicio técnico pagando el 100%.

Julián Becerra es coordinador nacional de manejo fitosanitario del Centro de Investigación en Palma de Aceite, Cenipalma. Según él, la región de María la Baja es “el mejor ejemplo que se tiene de que afrontar los problemas fitosanitarios no se trata solo de intervenir las palmas”. Para él, atajarlos desde la prevención, con coordinación en la aplicación de las prácticas entre todos los asociados, es una manera correcta de actuar.

“Sale más caro no hacer que hacer. El costo de lo que estamos haciendo para la recuperación de un lote o una plantación debe verse como inversión y no como costo. María la Baja estaba pronosticada como la tercera explosión epidémica, después de Tumaco y Puerto Wilches. Pero hubo criterio, decisión, unificación, administración y todos tirando hacia el mismo lado”, dijo Becerra.

El impacto y futuro del cultivo

Más del 80% de los 820 palmicultores que trabajan con Oleoflores en María la Baja son pequeños productores, es decir, tienen menos de 10 hectáreas. Sobre la rentabilidad que esta actividad significa para un trabajador del campo, Arteta resalta que, por hectárea, pueden quedar utilidades de entre dos o tres millones de pesos al año.

Es decir, quien tenga 10 hectáreas puede llegar a recibir $30 millones anuales, sin contar los réditos por la participación accionaria en la planta. Al respecto, Jorge Martínez no se quiso pronunciar, a pesar de que reconoce que es una actividad mucho más rentable que la ganadería, a la cual también se dedica.

Pero no todo alrededor del cultivo ha sido visto positivamente por los lugareños. Hace cuatro años, Indepaz publicó un estudio según el cual, entre otras cosas, mientras el 100% de los miembros de las alianzas productivas creía que en la zona hay suficientes cultivos de pancoger, la mayoría -el 69% y 46%, respectivamente- de los demás habitantes y de los funcionarios públicos creía que no era así.

De acuerdo con Arteta, de Oleoflores, el grupo alienta a los productores a que tengan cultivos de pancoger. “Los agricultores vivían quebrados, los bancos les habían cerrado las puertas. Pero, volvieron su cultivo sostenible, algunos también tienen represas con tilapia, cultivos de pancoger, han desarrollado su agricultura de forma sostenible y han crecido con el tiempo. Ahora los bancos los buscan, les dan crédito, cuando antes no tenían ese acceso”, añadió.

Hace cerca de 10 años, cuando se puso en marcha la planta extractora, el área dedicada a palma de aceite en María la Baja rondaba las 7.000 hectáreas. Hoy está en 10.800, de las cuales un poco más de 1.000 son de Oleoflores. Según el gerente de operaciones agroindustriales del grupo, la idea es que el área siga creciendo.

Pese a la mala reputación que este cultivo se ha ganado en diferentes partes del mundo, principalmente en África y Asia, en Colombia el gremio palmicultor trabaja con la convicción de que impacta positivamente a la sociedad, no sólo en la calidad de vida de los trabajadores del campo, sino con una visión de sostenibilidad ambiental.

“Cuando se siembra palma se siembra un bosque, que no es nativo, pero no intervenimos bosques nativos. Normalmente sembramos en sabanas o praderas que tradicionalmente estaban en ganadería extensiva. La palma captura carbono y lo entierra. Eso no se logra con cultivos transitorios, en los que constantemente están arando la tierra. Con buenas prácticas puede ser altamente sostenible”, aseguró Jens Mesa, presidente de Fedepalma, en entrevista con este diario.

Sin embargo, por más de que los palmicultores resaltan la búsqueda por la sostenibilidad en su actividad, las dudas no cesan. En su estudio, Indepaz señaló: "La producción y expansión de los cultivos de palma aceitera han ejercido históricamente una presión sobre ciénagas, playones, madres viejas, humedales, caños y quebradas".

Más recientemente, un trabajo de Semana Sostenible publicó la situación que denuncian los habitantes de Palo Altico, en los Montes de María, que están "rodeados de agua pero viven con sed". Según el medio de comunicación, "el monocultivo de palma aceitera secó sus pozos y contaminó sus fuentes de abastecimiento".

Allí se recogen, además, testimonios de cómo las víctimas del conflicto armado, que en la zona se manifestó con deplazamientos y masacres como la de Las Brisas y Mampuján, al retornar a sus tierras, se encontraron con el impacto de la expansión del monocultivo.

Consultado sobre el destino de los drenajes en la zona, Arteta aseguró no tener mayor conocimiento, pero señaló que el manejo está a cargo de Usomaría, la Asociación de Usuarios del Distrito de Riego de Marialabaja. "Según los miembros del comité (de Acceso al Agua Potable de Palo Altico), la prioridad en el uso del agua es el riego de los monocultivos, defendido por los palmeros que componen la directiva de Usomaríalabaja, por encima de las necesidades básicas de las comunidades de la zona", dice el informe de Semana Sostenible. 

Por lo pronto, los palmicultores están interesados no sólo en seguir produciendo un aceite que está presente en una cantidad inimaginable de productos -desde la margarina, los chocolates, helados o cosméticos- sino en ser una alternativa energética, a través de los biocombustibles, y la generación eléctrica, usando los subproductos que quedan tras la extracción del aceite.

“Los productores y empresarios deben avanzar en la búsqueda de su certificación en estándares de sostenibilidad, en tanto que el gremio, de la mano de las principales empresas del sector y de la cadena productiva, debe gestionar un posicionamiento favorable para el aceite de palma colombiano en los diferentes mercados, local y de exportación”, señaló Mesa, durante el Congreso Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite, que terminó este viernes en Barranquilla.

Por María Alejandra Medina C. / @alejandra_mdn

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