Entorno macroeconómico adverso

Sin una economía generadora de empleo, que reduzca la desigualdad y la pobreza, a los cimientos de la paz se les pone un suelo de lodo. Sin embargo, es importante mencionar que, aunque el crecimiento del producto es débil,

Gonzalo Hernández
28 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.
El precio del petróleo bajó 26 dólares entre agosto de 2010 y abril de 2017. / Bloomberg
El precio del petróleo bajó 26 dólares entre agosto de 2010 y abril de 2017. / Bloomberg
Foto: Bloomberg - Martin Divisek

Los acuerdos de paz son el logro de largo plazo más importante del Gobierno. Sin embargo, este avance se ha dado en medio de un entorno económico difícil, condicionado, sin duda, por el escenario internacional. El desempeño macroeconómico de Colombia se ha traducido recientemente en desconfianza y afecta el discurso sobre las ventajas de dejar atrás el conflicto armado. Sin una economía generadora de empleo, que reduzca la desigualdad y la pobreza, a los cimientos de la paz se les pone un suelo de lodo. La política económica conservadora no ayuda, tampoco que la oposición siga empecinada en desarmar lo construido por el presidente Santos.

Los últimos indicadores muestran que la economía cojea. El producto interno bruto (PIB) del país creció 2 por ciento en el año 2016, con una tasa de crecimiento anual de 1,2 por ciento para el tercer trimestre y 1,6 por ciento para el cuarto. En el primer trimestre de 2017 creció 1,1 por ciento. Hemos presenciado, también, las reacciones sensacionalistas a las cifras de la industria manufacturera de febrero y marzo. Los números para este sector, poco claros, parecen en un sube y baja de yoyo dependiendo de si el mes tiene más o menos días hábiles (días de producción) que el mismo mes en el año anterior. Así, la industria manufacturera “retrocedió” en febrero de 2017 con una tasa anual de -3,2 por ciento y “ganó terreno” con una tasa de 4,8 por ciento en marzo. Curiosa, simple y determinante fragilidad en la aparente solidez de los datos.

De todos modos, es innegable que hay pesimismo. Algunas proyecciones han sido revisadas a la baja. Por ejemplo, en el último Informe del gerente del Banco de la República, la autoridad monetaria confirmó que su crecimiento esperado para Colombia en el 2017 es 1,8 por ciento –en lugar de 2 por ciento–. El Fondo Monetario Internacional anunció en abril una tasa esperada de crecimiento de 2,3 por ciento, mientras su proyección de octubre pasado era 2,6 por ciento. Es importante mencionar que, aunque la economía es débil, no estamos en una recesión.

Buena parte de la explicación del mal momento se encuentra en lo que pasa afuera y en la vulnerabilidad externa de nuestra economía. Colombia es una economía pequeña en el ámbito mundial y tiene una estructura productiva concentrada en materias primas. Estos rasgos la exponen a choques de comercio internacional que determinan los vaivenes del desempeño macroeconómico. Y como buena parte de las críticas al Gobierno vienen del uribismo, no sobra anotar que al presidente Santos le ha tocado un escenario desfavorable en comparación con el de su antecesor. La economía mundial creció 3,6 por ciento entre 2002 y 2008; no ha consolidado su recuperación luego de la desaceleración de 2009. Mientras el precio de nuestro principal producto de exportación (petróleo) subió 48 dólares por barril entre agosto de 2002 y agosto de 2010, el precio bajó 26 dólares entre agosto de 2010 y abril de 2017. Y, no menos importante, un destacado comprador histórico de nuestras manufacturas, Venezuela, está enfrentando una crisis económica aguda. Este panorama es bastante diferente al del período 2002-2010, cuando Venezuela creció a una tasa anual de 4,7 por ciento.

Frente a este entorno, el Gobierno está maniatado. Ha tenido que arreglárselas con los pocos instrumentos que la ortodoxia le permite, y sin margen político para zafarse de la presión. Debe quedar clara la ironía: aquellos que disfrutaron las ventajas de la bonanza de los precios de las materias primas entre 2003 y 2008, sin aprovechar la oportunidad para crear mecanismos estabilizadores para la descolgada, son quienes aprietan hoy la camisa de fuerza del Gobierno.

La apuesta por concretar los acuerdos de paz, un reto económico e institucional que trasciende los cambios de gobierno, debería ser suficiente para que el Gobierno juegue tranquilo al ajedrez en un solo tablero y para que flexibilice su política económica con el fin de atender las necesidades propias de un momento de transición tan especial para el país. Podría hacerse con un acuerdo nacional que permita incrementar momentáneamente el déficit fiscal para impulsar la implementación de los acuerdos y con una política monetaria más orientada a mejorar la competitividad internacional de los bienes y servicios colombianos, tanto para exportación como para sustitución de importaciones.

El Gobierno juega, sin embargo, una partida de simultáneas, con una oposición férrea en casi todas las mesas. Decidió, entonces, no enfrentar más riesgos y preservar el statu quo de la política económica. Ante la imposibilidad de reducir algunos de los compromisos de gasto público –varios de ellos derivados de los acuerdos de paz– y ante las amenazas de las calificadoras internacionales –exigían una reducción del déficit fiscal–, el equipo del Gobierno respondió con una reforma tributaria “estructural”, que en realidad se enfoca en incrementar el ingreso tributario mediante el aumento del IVA. Este impuesto afecta relativamente más a aquellos de bajos ingresos, pero se antepuso el fácil recaudo sobre la regresividad, eso sí, con los costos políticos correspondientes.

En relación con la política monetaria, en ejercicio de su independencia, el banco central elevó la tasa de interés de intervención –para los préstamos que les hace a los bancos comerciales– de 5,75 a 7,75 por ciento entre enero y diciembre de 2016, en respuesta a los efectos inflacionarios del fenómeno de El Niño. Al banco le preocupó más que las expectativas de inflación se desanclaran que la posible contribución de la tasa a la desaceleración del PIB. Desde finales de 2016, para contrarrestar el enfriamiento de la economía, la tasa de interés de intervención ha disminuido. No obstante, apenas se encuentra en los niveles de abril del año pasado y las tasas de mercado no reaccionan aún. El Banco de la República se ve un poco como un volador de cometa que luego de halar el hilo se da cuenta de que la cometa quedó en sus manos. Sorprendido, empieza después a soltar la pita para darle vuelo, pero la cometa sigue ahí.

Parte de la inefectividad de la política monetaria expansiva se debe a que el sistema financiero es el que al final fija las tasas de mercado de los créditos. Habría sido mejor, quizás, que el banco hubiera creído en sus propios anuncios: que el fenómeno de El Niño era un evento transitorio y que el choque inflacionario desaparecería al pasar el hecho climático. No habríamos tenido el sube y baja de las tasas de interés, no estaríamos cruzando los dedos para que las tasas de interés del mercado reaccionen rápidamente y el ministro de Hacienda no tendría que pedirles respetuosamente a los bancos que bajen el costo del dinero.

En resumen, la economía colombiana no está en un buen momento, pero no está en recesión. La política económica (fiscal y monetaria) está condicionada por el poco margen para elevar el déficit fiscal, la reciente reforma tributaria y el esquema de inflación objetivo del Banco de la República. Difícil así para el gobierno del presidente Santos o para cualquier gobierno colombiano enfrentar entornos internacionales adversos. Fácil aprovechar las bonanzas, sin contribuir mucho a la diversificación productiva, para luego criticar los débiles indicadores macroeconómicos. Independientemente de los vaivenes de corto plazo, nadie le podrá quitar al Gobierno su avance institucional y económico de largo plazo al desmantelar buena parte del conflicto armado. El próximo gobierno tendrá que implementar la paz y crear un consenso nacional para que las políticas respondan a los objetivos de desarrollo del país para una paz estable y duradera, y no a la terquedad de la ortodoxia económica.

*Profesor Asociado de Economía y director de Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana.

Por Gonzalo Hernández

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