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La reactivación no es tan fácil como la pintan

La recuperación de la economía, lejos de los manuales de esta ciencia, puede tomar un largo tiempo y probar ser más complicada de lo que se anuncia. Este período bien puede servir para analizar los errores del pasado y orientar el crecimiento hacia nuevos sectores.

Diego Guevara* / @diegoguevaro
31 de mayo de 2020 - 02:00 a. m.
La reactivación de la economía no implica la recuperación inmediata de un equilibrio entre oferta y demanda.
La reactivación de la economía no implica la recuperación inmediata de un equilibrio entre oferta y demanda.
Foto: Jorge Londoño

La palabra de moda —que despierta optimismo entre todos los actores de la economía— es “reactivación”, que se repite como un mantra con la ilusión de que la economía vuelva a ser como era antes del choque del COVID-19.

Si la complejidad económica pudiese reducirse a un modelo de juguete de oferta y demanda, como los que solemos enseñar en los cursos básicos de economía, la reactivación podría entenderse simplemente como un retorno a un punto de equilibrio, en el que la oferta y la demanda funcionaban al ritmo de un reloj suizo.

En esos mundos ficticios, en donde los modelos son representaciones simplificadas de la realidad que se usan para explicar algunos conceptos básicos, el COVID-19 deja de llamarse exclusivamente virus para asumir el disfraz, la personalidad, de choque: un impacto, un poco más agresivo que de costumbre, que alteraría el equilibrio de los mercados.

Sin embargo, a medida que se flexibilizaran las medidas de confinamiento y el virus redujera su propagación, la perturbación en el sistema desaparecería y la economía volvería por sí sola justo a ese punto en el que todos los actores de ese sencillo mercado (productores y consumidores) estaban felices.

Infortunadamente, la realidad no funciona en el tiempo lógico en el que están configurados los modelos de los libros de texto, sino en el tiempo histórico.

Si el tiempo lógico fuera real, bastaría con poner fin a la cuarentena para que la reactivación se diera en un par de días, en los que se llegaría de nuevo a un equilibrio. Un buen ejemplo de ello es el de un colega economista, quien dijo que sería suficiente quitar los festivos del año para recuperar una parte del tiempo perdido en la cuarentena. En ese modelo, siendo muy extremos, se podrían adicionar sábados y domingos como días laborales para todos: en un ejercicio ideal de perfecta sustitución de días salvaríamos así el año económico.

Esta propuesta está anclada en la ilusión del tiempo lógico, en donde no importan las dimensiones histórica y temporal, pues desconoce de entrada que durante la pandemia se destruyeron y se destruirán muchos empleos, que ya no existirán después. Algunas empresas habrán quebrado también.

Aquí vale la pena detenerse un momento, porque este es otro de los puntos que ayudan a explicar la disociación entre el tiempo lógico y el de verdad. La pérdida de tejido empresarial y de empleos no solo implica a personas muy reales, con problemas que bien le pueden parecer surreales a un sueco o un alemán (parte del encanto de Macondo, si se quiere), sino también trae la erosión de relaciones humanas.

Estos tratos son todos mediados por confianzas y miedos, por el acople a formas de trabajo y de ver la vida, y al final son asuntos que se construyen en el tiempo: en meses y años de lidiar los unos con los otros, y muchas veces son el factor clave para que una empresa sea exitosa o no, para que sume un decimal lejano más a las cifras de empleo o desempleo, que sí vienen a hacer parte de los libros de texto y de los tiempos lógicos.

Además, durante la pandemia también cambiarán las expectativas de los actores de la economía y, por lo tanto, el campo de juego será otro. Así, por ejemplo, aunque hiciéramos las mejores políticas nacionales, la demanda del resto del mundo por materias primas —que han sido el principal motor de la economía colombiana en el siglo XXI— no será la misma en el corto plazo.

Nota al margen, pero no por eso menos importante: el cambio en el apetito energético de los mercados debe ser una lección para que los temas de la transición energética y la estructura de nuestro modelo de crecimiento económico sean parte de un debate serio e insistente entre quienes aspiren a tomar las riendas del país durante esta tercera década del siglo.

Ahora bien, no solo es imposible volver al mismo lugar en el que estábamos antes de la pandemia, sino que ese punto no estaba tan bien como lo anunciaban los titulares. Aunque se puede inferir que la actividad económica en el país empezaba a recuperarse del choque petrolero de 2014, y las cifras de crecimiento del DANE para el primer trimestre de 2020 proyectaban un crecimiento del 4,1 % si la pandemia no hubiera llegado, la economía colombiana ya presentaba señales contradictorias con la narrativa del todo bien.

A pesar de ese crecimiento, la cifra de desempleo venía en aumento y —como lo mostramos recientemente en un artículo con Camilo Rodríguez— desde 2015 hay una caída en la tasa de creación de empleo, con el agravante de que entre 2018 y 2019 se destruyeron cerca de 192.000 puestos de trabajo.

Por otra parte, los datos del sector externo mostraban una mayor salida de capitales y la depreciación de la moneda local —que posicionó a Colombia dentro del top five de las divisas que más han perdido valor en los últimos cinco años— se profundiza con la crisis actual.

Los movimientos sociales del año pasado en Latinoamérica y el paro de noviembre de 2019 en Colombia, que se puede calificar como histórico, habían puesto sobre la mesa el problema alrededor de la concentración del ingreso y la riqueza y, sobre todo, las volátiles condiciones por las que pasa la población sándwich, que ya describimos en este diario.

Bajo este escenario valdría la pena preguntarse si se estaba bajo un patrón de crecimiento sostenible o si los resultados contradictorios antes de la crisis del COVID-19 eran síntomas de una economía en riesgo, que disfrutaba de una alegría inducida por la explotación minero-energética, el endeudamiento y la fuerte la dependencia del sector externo.

La pregunta de si crecíamos sobre bases de arena y lodo la resolverá la historia, pero el desespero de miles de familias en esta crisis muestra una economía en la que la consolidación de la clase media podría no ser más que un espejismo quizá promovido por la deuda y por unas cifras de pobreza, que mejoraron con programas de transferencias condicionadas, pero que no produjeron un cambio estructural progresivo.

Es importante subrayar estos problemas porque sin duda una reactivación de la economía que propicie su recuperación tendrá que mirar los errores del pasado. Conceptos como el de la economía naranja dejarán de ser la prioridad durante los próximos años y quedarán como una de las utopías del gobierno Duque.

Esto no implica que el sector de las industrias culturales y otros asociados no sean importantes, sino que en un país con alta dependencia externa la mirada estructural debe estar en sectores generadores de divisas, intensivos en empleo y con mayor valor agregado.

Irónicamente, si antes se hablaba de los “felices años 20” para hacer referencia a una década de auge económico, gran desarrollo y sueños cumplidos para las economías del norte, esta época, con la crisis del COVID-19 y sus efectos devastadores sobre el PIB de todos los países, puede pasar a la historia como “los tristes años 20”.

Serán amargos también en las economías emergentes, si efectivamente se sigue pensando en retomar el rumbo a partir de los ajustes de austeridad que vienen siendo anunciados por quienes anhelan volver a un statu quo similar al existente antes del COVID-19, a un capitalismo favorable para unos pocos.

En todo caso, la reactivación no será tan fácil ni siquiera para ellos, menos con las recetas de ajuste de toda la vida. El mundo ya cambió y los grandes retos venideros no se podrán afrontar si se ven la reactivación y la recuperación como el simple ejercicio de retomar un camino que, para muchos, puede conducir de la nada hacia ningún lugar.

*Profesor de la Escuela de Economía de la Universidad Nacional de Colombia.

Por Diego Guevara* / @diegoguevaro

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