La mayor parte de las exportaciones totales del país están altamente concentradas en pocas empresas y en pocos productos y no alcanzan a traer suficientes dólares para satisfacer las amplias necesidades de consumo. En consecuencia, el déficit —en dólares— que arrastramos con el resto del mundo se hace inviable.
Este déficit afecta también a las finanzas públicas, porque buena parte se paga con más deuda, más beneficios a la inversión y más exportación de colombianos trabajando en otros países. Entonces, el esfuerzo que debe hacer el Gobierno Nacional para cumplir con el servicio de esa deuda es mayor, lo que deja menos recursos disponibles para las inversiones sociales y de infraestructura.
Esta situación debe transformarse, haciendo que cada vez más productos de la canasta familiar se paguen en pesos y no en dólares. Es decir, se debe reindustrializar, produciendo más oferta nacional y reduciendo la dependencia externa. Importar mercancías o servicios es necesario y deseable; de hecho, es una de las maravillas de la globalización; lo malo es no tener con qué pagarlas.
Hoy los dólares que llegan a Colombia vienen principalmente de exportaciones de hidrocarburos, lo que nos deja muy vulnerables a los vaivenes de los precios de los commodities, que presentan gran volatilidad.
Los dólares que necesita atraer Colombia deben provenir de la producción diversificada, lo que implica conocer, acompañar y estimular actividades agropecuarias, manufactureras y de servicios existentes y nuevas, en las regiones y con capacidad de volverse competitivas en los mercados mundiales.
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Corea del Sur lo hizo. No se destruyó ni se fugaron los capitales; al contrario, pasó de ser una “tierra de miseria y caos”, según el escritor estadounidense John Caldwell, a ser la décima economía del planeta, el sexto país más industrializado, uno de los diez de más alta calidad de vida en Asia, con ingresos promedios por persona de US$2.900 al mes. Allí la cartilla fue diferente a la que se implementó en Colombia.
El fracaso de la política económica exterior es monumental e inocultable. Para poner solo un ejemplo, en los primeros diez años del TLC con Estados Unidos, las exportaciones colombianas se redujeron en la mitad. Su revisión, como lo propone el programa de gobierno de Petro-Márquez, está más que justificada.
Esto no implica lesionar las relaciones con algún socio comercial; por el contrario, implica estudiar dónde se deben ajustar, con el propósito de ampliar la relación comercial, pero en condiciones de beneficio recíproco. Entonces, es importante trabajar en la creación de una misión del comercio y los acuerdos internacionales, como la han apoyado las centrales sindicales y algunos gremios productores.
En este sentido, la lógica del Conpes de internacionalización (4085) de 2022 es desacertada, pues parte del enunciado de que “le vendemos al mundo lo que producimos, y producimos lo que sabemos hacer”.
El gran problema de la internacionalización del país es su limitada capacidad de producir. No vendemos más justamente porque no producimos suficiente, y no producimos porque no ha existido una decisión política. La política exterior del país se ha concentrado en promocionar lo poco que se produce, pero, en lo esencial, la promoción de la producción es marginal, dispersa y concentrada en pocas regiones. Por fortuna, esto está por cambiar.
El programa de gobierno entrante ha establecido una ruta para transformar esta situación, de manera que el comercio exterior se articule con los objetivos de convertir a Colombia en una potencia mundial de la vida. Se necesita construir una economía para que luche contra el cambio climático, supere el extractivismo y reduzca las desigualdades y la discriminación de todo tipo. Se hará por medio de unos pactos que ejecutarán acciones frente al trabajo, el campo, la industria, la economía popular y el turismo, entre otros.
Es un pacto que se construirá con las poblaciones, los movimientos sociales, sindicales, gremiales, la academia y todas las autoridades del Gobierno Nacional, regionales y locales. El objetivo es que la producción sea la principal fuente de creación de riqueza. Tendrá que coexistir con las otras formas, pero la meta es que la producción y el trabajo vinculado a ella sean lo más importante.
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El papel del dólar
El 87 % de las transacciones comerciales globales se realizan en dólares. Este sigue siendo el principal medio de intercambio. Colombia necesita traer dólares a su economía, en una muy buena medida, para pagar las compras de mercancías foráneas.
Por ejemplo, el 58,2 % de las manufacturas que consumimos son importadas y eso nos cuesta más de US$57.000 millones al año. También el 30 % de los alimentos. Hace una década, nuestras exportaciones participaban con dos terceras partes de la obtención de dólares y hoy participan solo con la mitad.
El propio gerente del Banco de la República, Leonardo Villar, ha establecido que las principales causas del incremento del precio del dólar son externas, en especial ligadas al petróleo. También ha influido el incremento de las tasas de interés en EE. UU. porque hace más atractivo tener los dólares allá.
No obstante, en la medida en que Colombia incremente su capacidad de recibir dólares por su producción y creando oferta exportable competitiva, su vulnerabilidad será menor.
Una parte importante de la posibilidad de cumplir con las metas de transición energética se dará con el rompimiento de esta dependencia externa actual, sustituyendo exportaciones de bajo valor por un comercio más sofisticado y complejo en términos de sustentabilidad ambiental, contenido científico, tecnológico y de mayor productividad laboral.
* Coordinadora para la Friedrich Ebert Stiftung en Colombia. Miembro del equipo de empalme de los sectores de comercio, industria y turismo.
** Director del centro de investigaciones Conexión Análisis. Miembro del equipo de empalme de los sectores de comercio, industria y turismo.