¿Reequilibrar el comercio según EE. UU. o el modelo chino?

Dos gurús del gigante asiático analizan las tendencias de las dos economías que marcan presente y futuro: inestabilidad versus equilibrio. De nuestra serie Pensadores globales 2019.

Zhu Min y Miao Yanliang * / Especial para El Espectador / Beijing
18 de enero de 2019 - 12:00 p. m.
China ha demostrado que no es una potencia mercantilista, sino más bien un participante global responsable en busca de un crecimiento de largo plazo equilibrado y sostenible, dicen los expertos. / AFP
China ha demostrado que no es una potencia mercantilista, sino más bien un participante global responsable en busca de un crecimiento de largo plazo equilibrado y sostenible, dicen los expertos. / AFP
Foto: AFP - STR

La disputa comercial entre Estados Unidos y China reformuló el panorama económico y financiero del mundo en 2018, y podría seguir haciéndolo durante muchos años más. Con bienes potencialmente afectados por un valor sin precedentes de US$600.000 millones, vale la pena considerar cuán útiles son realmente los aranceles para corregir los desequilibrios de cuenta corriente, que es el objetivo manifiesto de Trump. La mayoría de los economistas ven el comercio desde una perspectiva multilateral, centrándose en el equilibrio general de una economía con el resto del mundo. Y Estados Unidos ha tenido déficits comerciales generales desde 1976.

El déficit de Estados Unidos alcanzó un pico del 5,5 % del PIB en 2006, pero normalmente representa alrededor del 3 % del PIB. En 2017 fueron US$552.000 millones: el mayor déficit del mundo en términos absolutos. Los déficits aumentan cuando un país gasta más de lo que produce, lo que significa que no están tan arraigados en el comercio como en los ahorros domésticos y el comportamiento de inversión. En Estados Unidos, la inversión representa el 21 % del PIB, en sintonía con el promedio entre las economías avanzadas (22 %), mientras que los ahorros representan menos del 19 %, muy por debajo de los pares de Estados Unidos.

La tasa de ahorro de Estados Unidos refleja el comportamiento tanto del sector público como del privado. La tasa de ahorro personal era de apenas el 3 % en el período previo a la crisis financiera de 2008, después de la cual subió al 7 % —una tasa todavía muy por debajo de la de comienzos de los años 1990. Por otro lado, el sector público históricamente ha ahorrado aun menos. Estados Unidos ha tenido un superávit de presupuesto federal en solo cinco de los últimos cincuenta años y ha mantenido los déficits en un promedio de más del 4 % del PIB desde 2002. En 2018, el déficit creció un 17 % debido a recortes impositivos y a un mayor gasto en defensa, moderando aun más los ahorros públicos. (Más Pensadores globales 2019: el futuro de Europa).

Detrás de la baja tasa de ahorros de Estados Unidos está la condición del dólar como la principal moneda de reserva global. El dominio del dólar le confiere a Estados Unidos lo que alguna vez Valéry Giscard D’Estaing, entonces ministro de Finanzas de Francia, calificó de “privilegio exorbitante”, en la medida que le permite a EE. UU. financiar sus déficits con poca constricción externa, pidiendo prestado cada vez más en el exterior y ahorrando menos fronteras adentro. Para fines de 2017, los extranjeros tenían la mitad de los US$12 billones de títulos del Tesoro de Estados Unidos en manos de privados que actualmente están pendientes.

Como deja en claro la perspectiva multilateral, el déficit de cuenta corriente de Estados Unidos solo se puede reducir mediante reformas estructurales para encarar el desequilibrio entre ahorros domésticos e inversión. Esas reformas se han vuelto mucho más urgentes ante el crecimiento descontrolado del gasto en programas de ayuda social, y más ahora que el unilateralismo estadounidense en materia de comercio pone a prueba la confianza global en el dólar.

A pesar de estas realidades económicas, la administración Trump ha adoptado una perspectiva bilateral. Sus aranceles a las exportaciones chinas están destinados a mejorar la balanza comercial de Estados Unidos con respecto específicamente a China. Pero si Estados Unidos importa menos de China, simplemente importará más de otros países. Su déficit comercial general probablemente siga siendo el mismo o incluso crezca aún más, como sugieren los datos más recientes.

Peor aun, los aranceles vienen de la mano de costos de amplio alcance. Como observó el economista estadounidense Henry George hace 132 años, “lo que la protección nos enseña es a hacernos a nosotros mismos en tiempos de paz lo que los enemigos intentan hacernos en tiempos de guerra”. Por cierto, la historia está llena de casos de aranceles elevados que transforman las caídas económicas en depresiones importantes. E incluso en un momento de crecimiento, los aranceles de la administración Trump no solamente obligarán a los norteamericanos a pagar más por las importaciones; también minarán la producción de Estados Unidos, al distorsionar los incentivos comerciales y asignar mal los recursos. Es más, los aranceles son difíciles de revertir, porque alimentan intereses especiales e invitan a la represalia.

Sin embargo, a pesar de sus elevados costos de largo plazo, los aranceles son adictivos como un dispositivo político, porque les permiten a los gobiernos ofrecer endulzantes de corto plazo en lugar de reformas estructurales más difíciles. Pero aun si los políticos estuvieran dispuestos a hacer la vista gorda ante los riesgos del proteccionismo, los mercados no lo harán, como quedó evidenciado en la volatilidad de los mercados bursátiles de Estados Unidos en octubre de 2018.

En cuanto a China, su apego a la perspectiva multilateral en materia de comercio la ha llevado a reducir su desequilibrio externo mediante reformas estructurales. A diferencia de Estados Unidos, China ha tenido demasiados ahorros y un gasto demasiado bajo. Pero en la década transcurrida desde la crisis financiera global ha introducido políticas para achicar la brecha de ingresos entre las zonas urbanas y rurales y fortalecer la red de seguridad social, impulsando así el consumo y reduciendo el ahorro.

Esas reformas han achicado el excedente de cuenta corriente de China de casi el 10 % al 1 % del PIB en los últimos diez años. En los tres primeros trimestres de 2018, el gasto de consumo final representó casi el 80 % del crecimiento del PIB chino, lo que refleja el hecho de que la economía está cada vez más impulsada por la demanda interna. Al reducir activamente su superávit externo, China ha demostrado que no es una potencia mercantilista, sino más bien un participante global responsable en busca de un crecimiento de largo plazo equilibrado y sostenible.

De cara al futuro, China debería seguir aplicando reformas estructurales que abran su economía, sobre todo mejorando la protección de la propiedad intelectual y creando un campo de juego nivelado para la competencia entre empresas domésticas y extranjeras. Esos objetivos están perfectamente en línea con el objetivo de un crecimiento equilibrado y sostenible.

Sin duda, China ha sido acusada de hablar de la boca para afuera sobre una apertura, particularmente por parte de inversores extranjeros a quienes les ha resultado difícil ingresar al mercado chino. El verdadero problema, sin embargo, no es una falta de compromiso con las reformas, sino más bien una burocracia administrativa, de la que también se quejan los electores domésticos. Medidas recientes, como el programa “Una parada, un viaje, un papel” en la provincia de Zhejiang, demuestran que China habla en serio sobre mejorar el ambiente comercial para todos.

Que la perspectiva multilateral prevalezca o no por sobre la estrategia bilateral tendrá consecuencias importantes en el mediano y largo plazo. Obviamente, la visión multilateral ofrece una mejor comprensión de los desequilibrios comerciales que la perspectiva bilateral, de la misma manera que las reformas estructurales son una mejor alternativa que los aranceles. Al final de cuentas, los desequilibrios externos solo se pueden resolver corrigiendo los desequilibrios domésticos. Como China ha adoptado este principio, su economía cada vez será más equilibrada y sostenible, sin importar el camino que elija Estados Unidos.

* Zhu Min, ex vicedirector gerente del FMI, es presidente del Instituto Nacional de Investigación Financiera en la Universidad Tsinghua.
Miao Yanliang, economista jefe de la Administración Estatal de China para el Mercado de Cambio, ha sido miembro del Foro 40 de Finanzas de China desde 2015.
Copyright: Project Syndicate, 2018.
www.project-syndicate.org

Continúan negociaciones EE. UU. - China en busca de acuerdo

Ayer, jueves, se informó que el vicepremier chino, Liu He, principal negociador comercial de su país con Estados Unidos, mantendrá nuevas conversaciones en Washington el 30 y el 31 de enero, para intentar poner fin a la costosa guerra arancelaria que libran los dos países y aspiran a superar antes del plazo fijado para el próximo 2 de marzo. El presidente Donald Trump aceptó suspender hasta esta fecha un alza de los aranceles de importación del 10 % al 25 % sobre una serie de productos chinos que representan US$200.000 millones anuales, pero amenazó con imponer otros si no hay acuerdo. Tras una ronda de negociaciones a principios de enero en Beijing, Liu He viajará por invitación del secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, y del representante de Comercio, Robert Lighthizer, para “trabajar juntos para ir más allá del consenso” logrado por los presidentes Xi Jinping y  Trump durante su reunión del 1° de diciembre, dijo el portavoz del Ministerio de Comercio, Gao Feng.
 

Por Zhu Min y Miao Yanliang * / Especial para El Espectador / Beijing

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar