La masacre de Múnich: Cuando la violencia protagonizó las olimpiadas
Hace 50 años, el 5 de septiembre de 1972, la guerrilla palestina Septiembre Negro tomó como rehenes a los miembros de la delegación israelí que participaban en los XX Juegos Olímpicos.
Daniela Cristancho
No había amanecido aún en Múnich cuando se abrió fuego en la Villa Olímpica. “Lo único que nosotros sentimos fue una explosión a las cuatro y media de la mañana. Lo sé porque me extrañó el ruido, miré el reloj y me pregunté a quién se le había caído algo grande a esa hora”, contó Darwin Pineyrua, el martillista uruguayo que dormía en el último piso del edificio donde sucedió el ataque. En él se alojaban las delegaciones de Uruguay, Hong Kong e Israel. Era esta última el objetivo de la guerrilla palestina Septiembre Negro. Algunos técnicos habían visto las figuras de los guerrilleros escalando la cerca que rodeaba la Villa, pero lo habían dejado pasar. Creyeron que se trataba de atletas que regresaban en la madrugada después de celebrar en el centro de la ciudad. Fue hasta la mañana siguiente, sobre las 7:30, cuando se dirigían a los comedores para desayunar, que los participantes de las olimpiadas entendieron lo que en realidad estaba sucediendo. Los intrusos se habían introducido hasta las habitaciones de los deportistas israelíes, a quienes tenían como rehenes, y en su paso habían asesinado a dos de ellos. Según contó la delegación uruguaya, cuando escucharon los gritos en el primer piso, saltaron por las ventanas y otros salieron por la puerta delantera, aprovechando la confusión. Habían comenzado las 20 horas de violencia que terminarían con la vida de más de una decena de personas.
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No había amanecido aún en Múnich cuando se abrió fuego en la Villa Olímpica. “Lo único que nosotros sentimos fue una explosión a las cuatro y media de la mañana. Lo sé porque me extrañó el ruido, miré el reloj y me pregunté a quién se le había caído algo grande a esa hora”, contó Darwin Pineyrua, el martillista uruguayo que dormía en el último piso del edificio donde sucedió el ataque. En él se alojaban las delegaciones de Uruguay, Hong Kong e Israel. Era esta última el objetivo de la guerrilla palestina Septiembre Negro. Algunos técnicos habían visto las figuras de los guerrilleros escalando la cerca que rodeaba la Villa, pero lo habían dejado pasar. Creyeron que se trataba de atletas que regresaban en la madrugada después de celebrar en el centro de la ciudad. Fue hasta la mañana siguiente, sobre las 7:30, cuando se dirigían a los comedores para desayunar, que los participantes de las olimpiadas entendieron lo que en realidad estaba sucediendo. Los intrusos se habían introducido hasta las habitaciones de los deportistas israelíes, a quienes tenían como rehenes, y en su paso habían asesinado a dos de ellos. Según contó la delegación uruguaya, cuando escucharon los gritos en el primer piso, saltaron por las ventanas y otros salieron por la puerta delantera, aprovechando la confusión. Habían comenzado las 20 horas de violencia que terminarían con la vida de más de una decena de personas.
Para la vigésima edición de las olimpiadas modernas, en 1972, El Espectador tenía como enviado especial al periodista deportivo Mike Forero Nougués. “Los seis hombres bien armados penetraron a la villa olímpica misteriosamente sin que hasta ahora el gobierno alemán haya podido explicar cómo lograron hacerlo. Sin embargo, y de manera exclusiva, podemos decir que este periodista logró entrar en la tarde a la Villa, sin tener credencial especial [...] En una palabra, aquí había mucho control para todo el mundo y en especial para los periodistas, pero, así como entramos nosotros pudieron hacerlo otros tantos, con propósitos proclives”, escribió para el diario que fue publicado el 6 de septiembre de aquel año, titulado “Martes sangriento en Múnich”. De acuerdo con el periodista, unos días antes unas personas de piel morena estaban utilizando las copiadoras automáticas para imprimir sus credenciales. “Nada tiene de raro que estas copias, pegadas a la cartulina, hayan servido para aparecer como acreditados y así haber entrado libremente”.
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Sin tener claro cómo, la política se había vuelto una con el deporte, como ya había sucedido y ha sucedido desde entonces en las justas. Era el momento en el que Alemania no era una, sino dos, y un muro literalmente dividía a Berlín. Pero, aún en medio de la Guerra Fría, en aquella ciudad donde se celebraran los juegos las tensiones políticas se volcaban al conflicto entre Israel y Palestina. Para no asesinar a los rehenes, Septiembre Negro exigía la liberación de más de 200 palestinos presos en Israel. En el comunicado del grupo guerrillero aquel 5 de septiembre definió a Israel como el “Estado cliente y mensajero de muerte del imperialismo norteamericano” y afirmó que había irrumpido en la sede israelí de la Villa Olímpica “a fin de obligar a las instituciones militares israelíes a hacerse más humanas para con el pueblo palestino. La ocupación israelí de Palestina ha sometido al pueblo palestino al método más inhumano y sistemático de tortura y colonialismo”.
Los calificativos que utilizaron las autoridades para describir el ataque de los palestinos fueron similares a los que estos acuñaron para describir a los israelíes. “La paz olímpica se ha roto”, dijo en su momento Avery Brundage, el entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, quien describió los hechos como un “bárbaro crimen”.
Durante el día se confirmó que Moshe Weimberg, el director técnico del equipo de lucha israelí, había muerto producto de tres disparos cuando intentó detener el ingreso de los terroristas a los dormitorios; y Joseph Romano, levantador de pesas, había sufrido heridas fatales cuando los atacantes dispararon a través de la puerta. Las olimpiadas se suspendieron por 24 horas. Todo se congeló. A Mark Spitz, el judío de la delegación de Estados Unidos, que consiguió en esa edición siete preseas doradas y rompió el récord de victorias conseguidas en unas mismas justas, no se le permitió hablar en una rueda de prensa por motivos de seguridad. Los partidos, como el de Hungría contra Alemania Occidental, se aplazaron, y Alfonso Pérez, el boxeador colombiano, tuvo que dejar sus guantes colgados por un día, antes de ganar, el 6 de septiembre, la primera medalla de bronce para Colombia.
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Los atletas, al igual que los miles de periodistas y turistas, esperaban noticias de las negociaciones que habían empezado a tener lugar. Visitantes judíos se manifestaron suplicando el fin de los juegos: “Detengan los juegos inmediatamente. Ustedes no pueden sacrificar las vidas de nuestros amigos por los juegos. Ellos vinieron por medallas, no por balas”, decían los afiches. Por su parte, la delegación colombiana observaba desde sus balcones los movimientos de la Villa Olímpica. “Todos están muy bien. Como nada ocurre, de pronto algunos colombianos, armados de sus binóculos, han captado otras escenas que son para ellos muy interesantes: el amor que en los jardines se hacen los atletas que ya han terminado su campaña”, contó Forero Nougués.
Hacia las 8 de la noche, Willy Brandt, el canciller de Alemania Occidental, que había viajado desde Bonn para dirigir personalmente las negociaciones, dijo que estas habían resultado infructuosas. Dos horas más tarde se dio a conocer que los guerrilleros y los rehenes vendados habían salido en tres helicópteros, que aterrizaron en una pista improvisada frente a la Villa, hacia el aeropuerto de Fürstenfeldbruck, base a disposición de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). Los palestinos demandaban su salida segura de Alemania Occidental, en un avión que los llevaría, junto con los israelíes, a un país desconocido, que se sospechaba sería Túnez. Cuando los insurgentes descendieron a revisar el Boeing de Lufthansa que supuestamente cumpliría ese propósito, los tiradores alemanes abrieron fuego contra ellos.
La primera noticia que obtuvieron los deportistas olímpicos que seguían en la sede de las justas fue positiva. Según Conrad Ahlers, el vocero de prensa del gobierno alemán, la operación de rescate había sido un éxito y los atletas prisioneros habían sido liberados sanos y salvos. Pero la esperanza duró poco: la información era errónea. Media hora de balas cruzadas terminó con la explosión de uno de los helicópteros y la muerte de otros nueve competidores, cuatro guerrilleros y uno de los pilotos. Al parecer, al verse sin salida, uno de los guerrilleros había hecho estallar una granada.
Así describió don Guillermo Cano lo que se vivió ese 5 de septiembre en Alemania Occidental: “No hace muchos días habíamos escrito que estos Juegos ya no eran juegos. Por lo menos no eran puros juegos deportivos. La irrupción de la violencia, con toda su roja estela de muerte, ha inyectado a las olimpiadas una nueva y ominosa droga letal mucho más peligrosa que otras drogas que ya estaban minando su organismo: el doping y su publicidad. En la madrugada, los disparos de fogueo que le dieron gloria a un campeón colombiano se escucharon de otra manera. No rompían figuras de papel ni se clavaban en los círculos dibujados. Eran tiros de verdad. Que herían y mataban. De ese instante en adelante la olimpiada de Múnich entró en una dolorosa, prolongada, terrible agonía [...] Múnich está triste. Los estadios están cerrados. En la imagen de televisión, un terrorista palestino fuma un cigarrillo en la ventana del apartamento donde asesinaron a un deportista israelí. Los Juegos de Múnich ya no son juegos… la medalla de hierro la ganó la violencia”.
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¿Qué era Septiembre Negro?
Septiembre Negro era “una escuadra clandestina de venganza, formada en 1971 para eliminar a ‘todos los enemigos de la revolución palestina”, de acuerdo con el texto de United Press International, publicado en El Espectador el 6 de septiembre de 1972. Asumió la autoría del asesinato del primer ministro de Jordania y la explosión de varias fábricas en Alemania Occidental y Holanda, que suministraban armamento y material electrónico a Israel, entre otras acciones. Era una célula de la guerrilla Al Fatah, que fue derrotada en septiembre de 1970, a raíz de la guerra civil entre palestinos y las tropas del rey Hussein, de Jordania. “Se refieren a este periodo como Septiembre Negro porque se vieron obligados a abandonar el país después de la derrota”.
El 5 de septiembre de 1972 en Colombia
Durante el día de la masacre de Múnich los colombianos estaban atentos a la radio, al igual que el embajador de Israel en Colombia, Víctor Eliachar. “La actuación de este grupo guerrillero en Múnich es una muestra más del deseo de sangre y sevicia contra gente inerme y desprevenida”, afirmó. En Bogotá, estudiantes israelíes se reunieron en la Casa Hillel, organización que agrupa a estudiantes universitarios judíos de todo el país, y escribieron una declaración de rechazo ante los hechos ocurridos durante las justas. Max Wagner, presidente de la colonia hebrea en Medellín, calificó el ataque como “criminal y cobarde”. De manera similar se expresaron los líderes de la comunidad en Cali y Barranquilla.