El Magazín Cultural

Aventuras eróticas de un hombre sofá

Los sofás tienen muchas historias que contar, pero están condenados al silencio. Aun así, y como la ficción hace posible lo imposible, Louis Charles Fougeret de Monbran, un bohemio botafuegos y provocador, le dio vida a un canapé en un escrito de 1741 y lo convirtió en escenario de proezas libertinas protagonizadas casi todas por miembros del clero.

Alberto Medina López / @albertomedinal
23 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.
Portada del libro de Louis Charles Fougeret de Monbron.
Portada del libro de Louis Charles Fougeret de Monbron.

El canapé color de fuego cuenta la historia de un joven que fue convertido en sofá por el hada Poltronina en venganza por no concederle los favores del sexo. El muchacho perdió el impulso cuando vio que los enormes senos de la mujer caían sobre sus rodillas.

El joven pudo relatar los sucesos de su experiencia porque un procurador, último dueño del mueble, había aplicado el antídoto de la metamorfosis al no ponerse a la altura de los deseos de su mujer. Les relató su aventura desde el día que conoció a una hermosa hada llamada Primaveral. Estaba en el bosque y ella le contó que la reina Poltronina le había puesto la tarea de buscarlo porque estaba prendada de él. El joven se enamoró de la emisaria y se lo confesó sin rodeos. Para estar cerca, Primaveral lo convirtió en perrito a cambio de volverlo hombre cuando estuviesen a solas en su aposento.

Llegaron a palacio, le contó a Poltronina que no había encontrado al joven y todas se congraciaron con el animalito: “… me refugié bajo las faldas de mi amable amada, donde vi por adelantado una parte de los encantos que me prometía inventariar a mis anchas cuando estuviera en su cuarto”.

Ya en el cuarto, y en condición de hombre, “no empleé mi tiempo en otra cosa que en lamer (…) Pasamos dos terceras partes de la noche sumidos en lo más delicioso y exquisito que el amor tiene”.

Cayeron en un profundo sueño y Poltronina los sorprendió en el lecho al amanecer. A Primaveral la desapareció y al joven, a quien intentó seducir sin lograr entusiasmarlo, lo castigó sin clemencia. “Para expiar la injuria que me has hecho, en adelante se tomarán en ti los placeres que no has podido procurarme. Servirás indistintamente a todo el mundo, amo y criados; todos te harán gemir bajo sus sacudidas”. Lo volvió sofá y para ser hombre alguien debería cometer una falta como la suya: ser incapaz de asumir una faena sexual, como le ocurrió al procurador.

Fue vendido a una alcahueta, cuyos clientes, en su mayoría, eran clérigos. Al procurador le impactó que fuera precisamente gente con esos hábitos la usuaria de esas desvergüenzas. El joven le respondió con una pregunta: “la ropa apostólica, ¿es acaso un preservativo contra la incontinencia?”. Como canapé, fue testigo de diálogos obscenos, engaños a vírgenes, y masoquismos y orgías que terminaron desvencijándolo.

Por Alberto Medina López / @albertomedinal

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