El Magazín Cultural

Betty Garcés: orgullo del pacífico colombiano

Agencia AFP | 4 de agosto
Juan Barreto / AFP
Creció en un puerto menesteroso del Pacífico de Colombia al ritmo de tambores, marimbas y el eco de la violencia. Aunque en Buenaventura jamás escuchó una ópera, hoy Betty Garcés seduce al mundo como una de las soprano afro más importantes de América Latina.
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De sonrisa dulce y conversación apacible, la mujer de 39 años nunca ambicionó el éxito que la llevó a vivir en Alemania desde el invierno del 2009 y cantar en escenarios de más de veinte países.
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"Nunca me imaginé que me fuera a ocurrir a mí, porque lastimosamente el entorno en el que crecí en Buenaventura no me daba muchas oportunidades de soñar", sostiene Garcés en conversación con la AFP en el Teatro Colón de Bogotá.
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Del llanto al canto
Cumbias, currulaos, arrullos, salsa y otros ritmos de influencia africana vibran en cada esquina de Buenaventura, pero la enseñanza profesional es escasa. Garcés descubrió su sensibilidad artística siendo muy niña gracias a sus abuelos, la una sorda y el otro ciego.
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Tenía dificultades para comunicarse con el resto de su familia, sufría acoso escolar, por lo que la casa de sus abuelos se convirtió en un refugio. Su abuelo "tocaba la armónica empíricamente" y ella, recuerda, se "tendía sobre el piso, ponía el oído para que se amplificara el sonido" y se "imaginaba que estaba en otro mundo".
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Cuando su abuela falleció sintió que perdía el "polo a tierra" sin sospechar que del llanto y la desolación emergería "un nuevo lenguaje": la música. Pero un día, en medio de las lágrimas, "empecé a gemir" y "de ese gemido empezaron a salir melodías sin palabras. Era mi alma buscando una salida para tanto dolor y tantas emociones", detalla aún emocionada.
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Una voz para otros
La voz de Garcés vuela potente en el teatro capitalino de la mano de Richard Strauss y la ópera "Ariadna en Naxos". De peluca rubia y vestido brillante, la cantante hipnotiza y divierte con una pieza paródica y crítica sobre el mundo del teatro.
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En esta versión, el director Joan Anton Rechi de Andorra mezcla una tragedia clásica con un espectáculo popular de flamenco y lo sitúa en una fiesta durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando Garcés hace la venia final el teatro estalla en aplausos: "el cariño con el que te recibe el público colombiano (...) hace que quieras simplemente derramarte en el escenario", dice.
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Hoy mira atrás y se sorprende que "a pesar de las dificultades siempre de alguna forma se abren las puertas". Y si cuenta su vida es "con la esperanza que la escuche algún joven" dubitativo:Porque "si yo fuera aún aquella niña que fui, esta historia me daría una fuerza para intentarlo".
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