El Magazín Cultural

“Casablanca”

Protagonizada por Humphrey Bogart, Ingrid Bergman y Paul Henreid, fue escrita inicialmente como una obra de teatro. Ganó tres premios Óscar: mejor película, mejor director y mejor guion adaptado. Esta es la tercera entrega de nuestra serie Cinema 90.

Maria Paula Lizarazo Cañón
23 de septiembre de 2017 - 04:30 a. m.
Humphrey Bogart a la izquierda y Dooley Wilson en el piano. En Marruecos, un bar abrió con el nombre “Café de Rick’s” en honor a este lugar. / Archivo
Humphrey Bogart a la izquierda y Dooley Wilson en el piano. En Marruecos, un bar abrió con el nombre “Café de Rick’s” en honor a este lugar. / Archivo

Era imprescindible tomar el camino a Casablanca, colonia del entonces Régimen de Vichy (francés) en el norte de África. Allá los franceses, contrario a lo que podía ofrecerles su país, recién tomado por el Tercer Reich, buscaban resguardo mientras lograban subir a un avión que los llevara a Lisboa, para tomar allí otro hacia América, el paraíso intangible para la guerra europea.

Ilsa Lund y su esposo, Víctor Laszlo, llegaron a Casablanca, quitándose de encima la angustia que soportaban desde que Laszlo escapó de un campo de concentración. Ya en la ciudad marroquí, se posó sobre ellos una nueva preocupación: al parecer no tenían modo de ir a Lisboa, no por la vía legal, pero la vía ilegal, que consistía en un mercado negro en el que se compraban visas falsas, también era una opción poco factible porque Laszlo seguía en la mira del nazismo, lo que les imposibilitaría salir.

Como si estuvieran en un desierto cuyo ambiente se sume a 50 grados y, deslumbrantemente, el brillo blanco del sol les permitía ver algo de agua a distancia. Lund y Laszlo vieron en un tal Blaine la anhelada oportunidad de salir de Casablanca con destino a la capital portuguesa.

Pero cuando Laszlo tomó la iniciativa para conversar con Blaine y le ofreció más de 2.000 francos, la respuesta de Blaine fue simple:

—No. —¿Por qué? —Pregúntele a su esposa.

La respuesta no evocaba las venerables caricias vueltas erotismo que intercambiaron Lund y Blaine en el lapso de su vínculo pasional; la respuesta evocaba la carta en la que Lund dejó sus letras más tristes y dulces, como el Trilce de Vallejo, donde le escribió a Blaine que no podía ir con él, desvaneciéndose de su ensueño como la tinta de la carta se diluía por las gotas de lluvia hasta que este hombre terminó de leer el último “Te quiero”.

Esas escenas, así como en la que los franceses que están en el Café Rick’s entonan La Marsellesa para acallar a los alemanes que también cantaban, son algunos de los esplendores de mayor conmoción o de mutismo, un misterioso mutismo atrapador, que enriquecen este drama romántico.

Aun así, significar un clímax de la película es una empresa un tanto innecesaria y fallida. El clímax de Casablanca es el guion mismo, esa magnificencia que sostiene y pasma al espectador en una experiencia estética de comienzo a fin. Con un sorprendente guion sembrado de profundos diálogos, vuelto realidad por el director austrohúngaro Michael Curtiz, quien alcanzó a rodar más de 160 películas en 50 años de carrera, Casablanca no se acerca al resultado que pretendía el primer guion. Murray Burnett y Joan Allison habían escrito una obra de teatro llamada Everybody Comes to Rick’s (Todo el mundo viene a Rick’s), que nunca fue estrenada.

Un analista de guiones que trabajaba para la Warner Bros. encontró en Everybody Comes to Rick’s una historia con potencial, que necesitaba de algunos cambios por la “insuficiencia de imágenes”, entre otras razones. Así, la obra tomó forma de guion cinematográfico y pasó a ser revisado por Julius Epstein y Philip Epstein, quienes trabajaron bajo el propósito de que la película narrara la canción que la atraviesa: As Time Goes By. Al equipo de los hermanos Epstein se sumaron Howard Koch y algunos guionistas independientes.

La película fue grabada en orden cronológico. Los actores sólo fueron conociendo el guion según las escenas que tuvieran que rodar por día, con excepción de Rick (Humphrey Bogart), quien ayudó notablemente, muy por encima del rodaje, a decidir sobre una frase u otra.

Michael Curtiz, el director, estudió en la Universidad de Markoszy y en la Real Academia de Teatro y Arte de Budapest. En 1911, cuando tenía 25 años, se incorporó a la compañía de Teatro Húngaro, gracias a las obras que venía presentando en la ciudad de Szeged, pero, místicamente, un año después, como si su talento fuera evocado para tener al mismo tiempo más de un personaje en la cabeza, el escritor Iván Siklósi guio sus pasos y los encaminó a la dirección del filme húngaro de ficción Ma es hoínap.

En 1913 viajó a Copenhague (Dinamarca) para seguir estudiando técnicas cinematográficas. Allí volvió a actuar para la película Atlantis, de August Blom. A partir de entonces contribuyó inmensamente al cine húngaro (hasta 1918) y retomó el trabajo de director con Bánk Bán, en 1914. Pero ese año su carrera se vio interrumpida por la Primera Guerra Mundial y tuvo que servir al ejército austrohúngaro durante un año. Ya en 1915 volvió al cine. Ese año se desplazó a Viena. Allí dirigió alrededor de 21 películas, de las que se destacan Sodoma y Gomorra, y la doblada al inglés y presentada en Estados Unidos como La luna de Israel, por la que fue invitado a dirigir para la Warner Bros.

En Estados Unidos, Curtiz dirigió tanto películas mudas como sonoras. Su consagración en el medio del cine fue Casablanca, película con la que ganó el único Óscar de toda su carrera, una carrera germinada a través del reflejo que mostró su infaltable conciencia política. Hacia los años 50 se desvinculó de la Warner para seguir trabajando de forma independiente.

Curtiz será eternamente recordado por Casablanca y, sobre todo, por la última escena, cuando Lund y Laszlo están a punto de subir a un avión que los llevará a Lisboa, y Blaine, el antiguo amante, camina con el capitán nazi Louis Renault, tal vez para olvidar que dejó ir a la mujer que quería.

Por Maria Paula Lizarazo Cañón

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