El Magazín Cultural

Cecil Taylor, memoria libre del free-jazz

El 6/abril/2018 murió el pianista, compositor, bailarín y eximia figura del free-jazz, la mayor parte de sus 86 u 89 años vanguardista e improvisador libre. Nacido, no se sabe, en Long Island, 15/mar/1933, o en NY, 25/mar/1929, de ancestros indios y escoceses: su padre, cocinero y sirviente de un senador dueño de un sanatorio, cantante, guitarrista y narrador de mitos e historias del pueblo afroamericano; su madre, pianista, políglota y teatrófila.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento
27 de abril de 2018 - 09:08 p. m.
Cecil Taylor, quien siempre acompañó su música con otros medios de expresión como la poesía y la danza.  / Cortesía
Cecil Taylor, quien siempre acompañó su música con otros medios de expresión como la poesía y la danza. / Cortesía

Ella lo induce a estudiar música desde 1938 y bajo la orientación de una maestra vecina aprende la llamada clásica: la perpetuamente contemporánea. Hoy resulta inclasificable por su densidad a menudo impenetrable que se alimenta de tradiciones incluso ajenas a la música: poesía, narrativa, pintura, danza, teatro, hasta crear un mundo único e incomparable. Con el esposo de la vecina estudia percusión, mientras imita al batería y rey sin corona del Swing, Chick Webb: como lo era Count Basie por encima del autodenominado Rey, blanco y clarinetista, Benny Goodman: “El swing es algo que hace marcar el ritmo con el pie”, decía Basie. El vínculo de Taylor con la familia de Sonny Greer lo lleva a las big-bands de Lunceford y Calloway, éste autor del primer diccionario jive y de quien reproduce sonidos y gestos. Al comienzo, reticente a Ellington, por preferir otras bandas y la batería. En 1954 acompaña a los intérpretes de claqué Buck & Bubbles.

Tras la muerte de su madre deja el piano y se consagra al deporte. Después, gana un premio en un concurso de radio para aficionados. Un director escucha el programa, lo contrata y hace su primer concierto en un gran hotel de los montes Catskill. El patrón no tolera una banda en la que haya un músico negro: la orquesta permanece, él se va. En 1951, marcha a Boston, tiene familia y en el 52 se inscribe en el New England Conservatory. Por tres años estudia arreglos y armonía, resiste al racismo del profesor de composición y gracias al saxo Andrew McGhee, descubre el bebop, revolucionario estilo que deja atrás la decadencia y el prurito comercial del Swing, para recuperar los blues y su sentido contracultural, gracias a figuras como Parker, Gillespie, Coltrane, Davis, Christian, Monk y Clarke, casi todos miembros del PC gringo. También en el año 51, en el club Hi-Hat, ve por primera vez a Parker. Influido por el pianista Lennie Tristano, solo hasta después de escuchar el tema Un poco loco se vuelca al sonido de Bud Powell. Luego vendrá el encuentro con Ch. Mariano, S. Rivers y S. Chaloff, que ya había tenido con Art Tatum, Erroll Garner y la reina del piano Mary Lou Williams: con quien hará un dúo en Carnegie Hall, 1977. Toca luego con Hot Lips Page, Johnny Hodges y Steve Lacy: la crema del jazz.

Tras la muerte de su padre, Taylor se hace psicoanalizar. En 1957, junto a Buell Neidlinger, Dennis Charles y Steve Lacy, participa en Newport. En 1958, la United Artists le propone una grabación aunque le impone sus socios: Coltrane, Israels, Hayes y Durham. A partir de los 60, aparte de participar en la obra The Connection, con Archie Shepp, inicia su labor con Jimmy Lyons y Sunny Murray, con quienes va a Copenhague y allí graba dos álbumes en el Café Montmartre. De regreso a NY toca por última vez con Albert Ayler, en el Lincoln Center. En 1964, tras ser parte de la Jazz Composers Guild, de Bill Dixon, será, junto a su cuarteto, invitado de la Jazz Composers Orchestra, de Michael Mantler (1968). Debido al rechazo de las disqueras, a inicios de los 70 crea su propia compañía, la Unit Core. Paralelamente, enseña en la U. de Wisconsin, en el College de Antioch, Ohio, en el Glassboro State College, de New Jersey, y obtiene una beca Guggenheim en 1973.

Taylor siempre acompañó su música con otros medios de expresión como la poesía y la danza. La historia lo considerará una de las figuras supremas del free-jazz, en tanto vanguardista e improvisador que, al tiempo, es compositor. Su toque es una demostración de virtuosismo, una prueba de su fuerza en el piano, una experiencia emotiva de rara intensidad. Evocó la tradición percutiva del piano, hizo una analogía entre sus dedos y los cuerpos danzantes, recuperó la herencia sonora no occidental, para elaborar una estética única, reconocible al instante, que se traduce en largos temas lentos y complejos, siempre fascinantes. Hablar de él implica relacionarlo con palabras claves: vanguardia, improvisación, composición, rebeldía, singularidad, percusión, drive o fuerza expresiva, danza, movimiento. Constantes en su obra que siempre se esforzó en dominar como si hiciera deporte antes que una académica repetición, a fin de danzar sobre el teclado en performances que amalgaman tradiciones musicales/coreográficas, de las que hacen parte fenómenos de trance y ancestrales sonidos africanos. Taylor, memoria libre del free-jazz.         


 

Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento

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