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                                                                                                                              Cien años de Alejandro Obregón

                                                                                                                              Ensayo sobre la vida y obra de Alejandro Obregón, uno de los artistas plásticos que introdujo en el país el arte moderno. La producción del artista hace parte de la exposición “100x8”, del Museo Nacional, que estará abierta al público hasta enero de 2021.

                                                                                                                              Eduardo Márceles Daconte*

                                                                                                                              Alejandro Obregón nació en Barcelona el 4 de junio de 1920.
                                                                                                                              Foto: Nereo López.

                                                                                                                              Cuando Pedro Obregón Arjona, padre de Alejandro, regresó a Barranquilla con Carmen Rosés, su esposa catalana, y su hijo de seis años de edad, el niño quedó deslumbrado por la luminosidad y el calor abrasador del trópico, su exuberante flora y fauna silvestres, aves de diferentes tamaños y colores, el intenso azul del mar Caribe, ríos, ciénagas y caños repletos de peces. Para él era la libertad tan ansiada después del encierro de Barcelona. Su padre, amante de la caza y la pesca, lo llevaba en su bote los fines de semana a recorrer el delta del río Magdalena y sus afluentes, las riberas de la isla de Salamanca hasta Bocas de Ceniza, para pescar mojarras y sábalos o cazar caimanes asoleándose en los playones. El niño Alejandro, nacido el 4 de junio de 1920, nunca olvidaría estas primeras aventuras de su vida en el Caribe, más bien las traduciría a la pintura, el lenguaje que mejor llegó a dominar a través de su vida.

                                                                                                                              Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

                                                                                                                              Alejandro Obregón nació en Barcelona el 4 de junio de 1920.
                                                                                                                              Foto: Nereo López.

                                                                                                                              Cuando Pedro Obregón Arjona, padre de Alejandro, regresó a Barranquilla con Carmen Rosés, su esposa catalana, y su hijo de seis años de edad, el niño quedó deslumbrado por la luminosidad y el calor abrasador del trópico, su exuberante flora y fauna silvestres, aves de diferentes tamaños y colores, el intenso azul del mar Caribe, ríos, ciénagas y caños repletos de peces. Para él era la libertad tan ansiada después del encierro de Barcelona. Su padre, amante de la caza y la pesca, lo llevaba en su bote los fines de semana a recorrer el delta del río Magdalena y sus afluentes, las riberas de la isla de Salamanca hasta Bocas de Ceniza, para pescar mojarras y sábalos o cazar caimanes asoleándose en los playones. El niño Alejandro, nacido el 4 de junio de 1920, nunca olvidaría estas primeras aventuras de su vida en el Caribe, más bien las traduciría a la pintura, el lenguaje que mejor llegó a dominar a través de su vida.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Después de una temporada de cuatro años en un colegio de estricta disciplina inglesa cerca de Manchester (Inglaterra), su familia lo envió a proseguir sus estudios en Boston (Estados Unidos) durante dos años hasta que regresó a Barranquilla en 1934. Era un adolescente sin rumbo, su padre intentó por todos los medios convencerlo de que se preparara para asumir la administración de la empresa textilera de la familia. El joven se rehusó, pero terminó trabajando en los telares por un tiempo hasta que descubrió que su única misión en la vida era la plástica. Sin embargo, lo sedujo la idea de conocer la selva y se enroló como chofer de camiones en las petroleras del Catatumbo, un lugar para él lleno de magia y misterio, territorio de los indios motilones, donde aprendió los rigores del trabajo pesado, pero lejos del escritorio de gerente que su familia tenía reservado para el hijo pródigo.

                                                                                                                              Cuando regresó a Barranquilla, su padre, ya resignado a la terquedad de su hijo, lo llevó de vuelta a Boston para que estudiara arte. No fue tan fácil, así que tuvo que afrontar alguna humillación antes de ingresar tiempo después a la Escuela del Museo de Bellas Artes de Boston, pero faltando seis meses para terminar, un telegrama de su familia con la noticia de que había sido nombrado vicecónsul en Barcelona lo llevó una vez más a su ciudad natal. Ya se escuchaban los cañones de la Segunda Guerra Mundial y los prolegómenos de la Guerra Civil Española. Obregón sabía que allí se estaba cocinando una corriente artística de vanguardia, con el genio de Pablo Picasso a la cabeza, que retaba los cánones académicos convencionales, y donde también dejaban su huella artistas innovadores como Salvador Dalí, Antoni Gaudí y Joan Miró. En 1943 —el mismo año de su matrimonio con Ilva Rasch, hija de Miguel Rasch Isla, destacado poeta barranquillero— organizó una exposición individual en una galería de Barcelona con las obras que había realizado mientras se desempeñaba como diplomático ad honorem.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              De vuelta a Colombia, exhibió en Bogotá, en marzo de 1944, una selección de sus obras en el contexto del V Salón de Artistas Colombianos y fue nombrado profesor en la Escuela de Bellas Artes de la capital. Más tarde, para contribuir a su presupuesto familiar, sus allegados le encargaron un par de murales en un salón interior y el vestíbulo del Hotel El Prado, propiedad de la familia Obregón. Eran, según recuerda el periodista Alfonso Fuenmayor, escenas bucólicas de bueyes arando y campesinos en su faena. Sin embargo, por algunas críticas adversas que lastimaron su amor propio, esos murales desaparecieron bajo espesas capas de pintura sin dejar rastro.

                                                                                                                              Estos trabajos, y un pequeño mural de principiante ubicado en la casa familiar de Puerto Colombia titulado Mujeres conversando, fueron los primeros de una serie de murales que pintó en principio bajo la influencia del muralismo mexicano, aunque sin el contenido ideológico que animaba a aquellos artistas. A lo largo de su vida ejecutó una docena de murales en edificios públicos y casas privadas de Barranquilla, Bogotá y Nueva York (ONU), testimonios de su interés por este género artístico, incluyendo el telón de boca del Teatro Amira de la Rosa, de Barranquilla, alegoría que recuerda la leyenda y la danza del caimán cienaguero.

                                                                                                                              A su llegada a Bogotá, a mediados de la década de los 40, Obregón encontró que la escena artística la protagonizaba un grupo de pintores y escultores que se denominaban los Bachués, un conglomerado heterogéneo que se iba acercando, si bien de manera tímida aún, al arte moderno con una estética de carácter social y una propuesta nacionalista de ruptura con el academicismo y la marcada influencia del muralismo mexicano de la época. Su producción estaba centrada en sus raíces ancestrales a través del rescate de la iconografía precolombina, sus mitos, leyendas y la cultura popular.

                                                                                                                              Le sugerimos: El pintor David Manzur, condecorado con la Orden de Isabel La Católica

                                                                                                                              La auspiciosa bienvenida que tuvo su trabajo tanto en Barranquilla como en Bogotá se confabuló para que lo nombraran director de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional entre 1949 y 1950. Ese año aceptó el reto de radicarse en Alba-la-Romaine, sur de Francia, y en París, donde se casó con Sonia Osorio, su segunda esposa. Ella era hija del reconocido escritor y dramaturgo Luis Enrique Osorio, había nacido en Bogotá, pero fue criada en Barranquilla. Andando el tiempo, llegó a ser una famosa bailarina y coreógrafa, fundadora del Ballet de Colombia (1955), compañía que popularizó el folclor nacional con grandes triunfos alrededor del mundo. En 1954, se separó de Obregón y regresó a Colombia. Tiempo después, Obregón conoció en París a la pintora inglesa Freda Sargent, con quien convivió en Barranquilla y Cartagena hasta su separación, en 1970, año en que ella retomó la pintura que había desatendido desde su llegada al país para criar a Mateo, hijo de ambos, nacido en 1959. La pintura de Sargent se enfoca en temas clásicos como paisajes, retratos, bodegones o interiores en amplios espacios de matices sutiles y poéticos, un triunfo de la síntesis entre la figuración y la abstracción colorística. En algún momento, Obregón admitió que Freda fue clave en el desarrollo de su pintura.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Obregón nunca fue indiferente a las injusticias sociales ni a la represión contra la protesta popular; en cierto sentido, fue un cronista visual de su época. Por eso, antes de partir a París, había pintado en Bogotá su rechazo a la violencia indiscriminada que generó el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, como puede verse en su obra Masacre 10 de abril (1948). Se trata de una pintura con fragmentos de las víctimas y símbolos de destrucción física, composición inédita en el contexto de la plástica nacional hasta aquella fecha. Es también un desgarrador testimonio que remite a Guernica (1937), la famosa pintura de Picasso, que resume el horror de los bombardeos aéreos alemanes e italianos contra esa ciudad vasca durante la Guerra Civil Española.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Bajo el influjo propicio de las corrientes modernistas que se sucedían en la capital francesa de la segunda posguerra, Obregón maduró su pintura teniendo como referentes el elegante cromatismo de Paul Cézanne, el cubismo de Braque, especialmente los osados y prodigiosos experimentos visuales de Picasso, el equilibrio cromático y sensual de Henri Matisse y los fauvistas en sus paisajes y retratos, que admiraba en galerías y museos de la ciudad. En julio de 1955 regresó al país con un equipaje repleto de ideas, colores y argumentos visuales, iniciando así la etapa más fructífera y versátil de su carrera artística. Recién llegado, participó en el Salón de Pintura Contemporánea en el Museo Nacional con cinco obras de reciente factura.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              En una entrevista con el autor de este ensayo, la crítica de arte Marta Traba aseguró que, en aquel tiempo, Alejandro Obregón transformaba las características del arte colombiano. Era el único que substancialmente había modificado la construcción de un cuadro, la percepción de la realidad, que no había hecho unas simples modificaciones accidentales. Obregón reconstruyó la naturaleza de acuerdo con un sistema pictórico y rehízo la imagen dentro de una concepción personal e innovadora. (Los recursos de la imaginación: artes visuales de la región andina de Colombia, 2010, págs. 281-290).

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              En este punto decidió establecerse en Barranquilla, la ciudad de su infancia, un reencuentro con sus recuerdos más vitales de la geografía caribeña, su exuberante naturaleza, la luz del trópico y ese aire de libertad que se respira a orillas del mar y el río Magdalena. Se vincula de inmediato al mundo cultural del Grupo de Barranquilla en su sede del bar La Cueva. En ese ambiente bohemio, entre cerveza de sifón, ron de caña y cigarrillo Pielroja, desarrolló una creativa amistad con escritores y artistas como Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas Cantillo, el fotógrafo Nereo López, los pintores Alfonso Melo y Orlando Figurita Rivera, cuya muerte trágica mereció el homenaje de una de sus pinturas. En ese momento ya García Márquez trabajaba como corresponsal de El Espectador en París, pero tiempo después, en sus esporádicas visitas a la costa caribeña, estrecharon una amistad que se puede vislumbrar en los artículos que Gabo escribió sobre su obra artística y su fogosa personalidad.

                                                                                                                              Podría interesarle: Algunas obras de David Manzur, condecorado con la Orden de Isabel La Católica

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                                                                                                                              Obregón se encerró en su estudio para producir pinturas que deslumbraron a una ciudadanía que empezaba a familiarizarse con el arte moderno. Dentro de un espíritu entre ecológico y mágico, en ocasiones barroco, recuperó entonces las visiones de su mitología personal: la fauna y la flora caribeñas que había admirado siempre: barracudas, mojarras, alcatraces, garzas, iguanas, arpías y toros, sin olvidar el símbolo más representativo de la región andina: el cóndor, así como paisajes que revolucionaron la concepción del espacio hasta aquella época. A lo largo de su vida, nunca abandonó los temas clásicos que visitaba de manera periódica, como bodegones, retratos y autorretratos. En algún momento se representó como Blas de Lezo, héroe de la defensa de Cartagena contra la flota inglesa del almirante Edward Vernon en el siglo XVIII.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Hacia finales de la década de los 50 y durante los años 60, Obregón dio un giro hacia una pintura semiabstracta de colores oscuros y restringidos, como era la corriente generalizada en aquella época. En algunas de sus obras incursionó también en composiciones geométricas con elementos abstractos, como en Ganado ahogándose en el Magdalena (1955), Bodegón en amarillo (1955), La mesa del Gólgota (1956) o Torocóndor (1958). De igual modo, se pueden incluir aquí Paisaje para un cóndor (1958), Amanecer en los Andes (1963), Jardín barroco (1965), Ícaro calcinado (premio en la Bienal de São Paulo, 1967) y su serie Volcanes, de rojos encendidos y símbolos de su cosecha personal.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              A raíz del impacto que produjo su obra entre la comunidad artística de la ciudad, fue nombrado decano de Artes Plásticas en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico 1962-1963, donde ejerció una positiva influencia entre el estudiantado que, a partir de su seminal ejemplo, exploró caminos desconocidos hasta entonces. Por su indeclinable amor a la naturaleza, pintó la serie Manglares en defensa de esta vegetación indispensable para la conservación y el equilibrio del medio ambiente que estaba en peligro en la isla de Salamanca. También se interesó por el Carnaval de Barranquilla, tema que introdujo en el mural Símbolos de Barranquilla, comisionado por el Banco Popular de esa ciudad, ejecutado en 1956, así como en sus obras Máscaras (1952), de orientación cubista, y su pintura Entierro de Joselito Carnaval (1957), donde alude al martes de carnaval, cuando se celebra de manera simbólica el funeral de este personaje mitológico, que muere para resucitar al año siguiente a fin de mantener vivas las carnestolendas.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              También desató su aspiración por un país más justo y equitativo con pinturas que aludían a la represión y la violencia: Velorio por estudiante fusilado (1956), Homenaje al estudiante muerto (1957) y Violento devorado por una fiera (1963). Se trata de obras que patentizan su enérgico rechazo a la sangrienta represión durante el régimen despótico del general Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957). También cabe destacar en este sentido sus pinturas Homenaje a Camilo Torres (1968) y Zozobra: el grito de Galán (1976). Más tarde, cuando el país cayó en la vorágine del terrorismo criminal y narcotraficante en la década de los 80, Obregón pintó con furia e intenso dolor su reacción al secuestro y asesinato de Gloria Lara, líder del Partido Liberal: Muerte a la bestia humana (1983) es una de las imágenes más contundentes del arte colombiano sobre estos trágicos episodios de nuestra historia.

                                                                                                                              Hacia 1966 abandonó el óleo que consideraba obsoleto y se pasó a los colores en acrílico. En el proceso, su pintura perdió algo de misterio, pero sus trazos se volvieron más dinámicos y luminosos con ráfagas expresionistas, en especial horizontales, que imprimen movimiento y gestualidad a sus argumentos visuales. Siempre mantuvo la mirada en la realidad de su mundo objetivo, excepto en aquellas obras donde exaltó el valor de los símbolos y alegorías de la naturaleza tropical.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Pero ninguna obra es más elocuente de su rechazo a los horrores de la época que La Violencia, pintura que Alejandro Obregón realizó a principios de la década de los años 60 en Barranquilla como reacción a las noticias y fotografías que publicaba la prensa nacional sobre los sangrientos suplicios, ultrajes, masacres y despojos que sufrían los campesinos de la región andina. Tal situación se había agravado desde el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá. Los llamados bandoleros circulaban por las cordilleras colombianas dejando tras de sí un reguero de víctimas con señales de sevicia y tortura.

                                                                                                                              “La Violencia” fue pintada por Alejandro Obregón a principios de la década de los 60.
                                                                                                                              Foto: Archivo particular
                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Podría interesarle: Una línea definida por el arte

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                                                                                                                              Alejandro Obregón murió el 11 de abril de 1992 a los 71 años de edad en su casa de Cartagena.

                                                                                                                              *Escritor, curador de arte y periodista cultural, su actividad más reciente ha sido la cocuraduría de la exposición 100x8 en el Museo Nacional de Colombia (hasta enero, 2021) la cual celebra la trayectoria de ocho iluminados artistas colombianos nacidos en 1920.

                                                                                                                              Por Eduardo Márceles Daconte*

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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