El Magazín Cultural

Colette, la mujer a la que París tuvo que acostumbrarse

La escritora creció entre el olor de las hojas de los árboles y el de las páginas de los libros de Balzac. Quisieron moldearla, pero su vida se convirtió en una lucha constante por desechar todas las reglas que le impedían gozar de sus derechos como mujer y escritora.

Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad
08 de junio de 2019 - 12:00 a. m.
Una de las novelas más famosas de Colette fue "Gigi", llevada al cine por Vincente Minnelli en 1958. / Cortesía
Una de las novelas más famosas de Colette fue "Gigi", llevada al cine por Vincente Minnelli en 1958. / Cortesía

Colette, Sidone-Gabrielle Colette, le dijo a su madre: “Hay que acostumbrarse al matrimonio”, y ella le respondió: “Mejor que el matrimonio se acostumbre a ti”. No solo el matrimonio se acostumbró a ella, sino cada absoluto que se le cruzó por el camino. A cada regla le sacó su pluma salvaje.

Nació en 1873 y se crió en un pueblo pequeño, en el que pudo leer y aprender a pensar. Sus rasgos dan cuenta de una mujer que quería probar, explorar, conocer. Creció cercana a los árboles y se apasionó por ellos, por todas las posibilidades que se veían entre sus verdes. Cerca de la naturaleza, la niña y adolescente se convenció de que vivir con intensidad iba ser su única prioridad. Entendió que la vida más importante era la de ella.

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Su madre se casó cuatro veces y se alejó rápidamente de la religión y las imposiciones de la sociedad francesa: conservadora, llena de formas, apariencias y moralismos. Sidonie Landoy, a quien le decían Sido, apodo que también heredó Colette, educó a su hija sin mirarle el género y la dotó de armas que más adelante le sirvieron para defender su libertad.

Colette fue escritora, artista de cabaré y periodista. Su carrera literaria se inició con Henry Gauthier-Villars, a quien le decían Willy, su primer esposo. Un estirado de sombrero 13 años mayor que ella, dedicado fortalecer su firma con textos ajenos. Tenía “fantasmas” trabajando para él. Los presionaba para que escribieran obras maestras en tiempo récord, como si escribir algo capaz de estremecer dependiera de la rapidez de los dedos. Para Willy, cada escritor debía trabajar sin descanso. Les aconsejaba que se encerraran y que sumaran cada día una hora más al trabajo.

Durante su noviazgo se intercambiaron cartas. Cuando se mudaron a París, casados y algo quebrados gracias a los excesos de Willy, este le pidió que escribiera alguna de las historias de su infancia que ella le contó por medio de las cartas. Colette lo hizo. Por esos días nació Claudine, el personaje con el que develó el poder que tenía para narrar su propia vida a través de híbridos entre realidades y ficciones; pero, lo más importante, descubrió su capacidad para crear y darle vuelo a las alas que había dejado dormir gracias al éxtasis del amor y la influencia de París y Willy, que le quisieron vender la idea de las formas, los manuales y la sumisión. Colette se convirtió en uno de los esclavos literarios de Willy, quien firmó cada una de las entregas de las Claudine, las historias más exitosas y solicitadas que pudo suplantar.

Mi nombre es Claudine, vivo en Montigny, probablemente no muera aquí”

“Claudine en la escuela” fue la primera entrega de una serie que volvería visible la cara de Willy, y también la de Colette, imagen del ideal que replicaron las mujeres parisinas. Ellas, las jóvenes, madres y esposas, compraron el libro. En esas páginas había alternativas. Podían reflejarse en una mujer que también vibraba. Colette les prestó sus alas, y ellas, por primera vez, entendieron que podían volar.

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Las implicaciones de la fama le dieron el coletazo de rigor al matrimonio de Colette. Willy siempre había sido mujeriego, pero con el éxito de las Claudine, cada mujer de París quería tener que ver con el artífice de aquellas historias. Las infidelidades de Willy fueron insoportables para Colette, de quien se esperaba compresión porque “así eran los hombres”. No lo aceptó y comenzó a involucrarse con mujeres, hecho que a Willy no le importó. Desde que no tuviera contacto con más hombres, ella podía seguir siendo su esposa talentosa y bisexual.

A partir de ese momento, Colette afiló sus dientes y abandonó la máscara dócil. Siguió teniendo sexo sin restricciones. Se emborrachó, peleó, lloró. Se sacudió. Inevitablemente, el matrimonio con Willy se quebró. Tampoco pudieron evitar que se supiera quién era la verdadera autora de las cinco obras en las que vivió Claudine. A pesar de eso, Colette siempre sostuvo que su ex esposo había colaborado con la escritura de cada libro y que no hubiese podido resultar sin sus aportes.

Resultó que por cada encierro (Willy la encerraba cuando se negaba a escribir), Colette se despojaba de una cadena. Se liberó peleando. La sociedad francesa, la religión y su esposo pretendieron moldearla pero en cada intento por someterla, le reforzaron el coraje.

Intensa, furiosa, inteligente, aguda y valiente. En su juventud leyó a Balzac. Cuando creció se dedicó a ser la autora de su vida, su sexo y su obra. Sintió placer sin culpa, y Willy, sin saberlo, la impulsó. Colette se encendió y, después de muchas luchas, mucho arte y muchos libros, murió en llamas.

En 1954, falleció a causa de una artritis de cadera. Para esos días ya había completado su obra con libros en los que habló sin tapujos y sin miedo como “La vagabunda”. La iglesia católica le negó un funeral y Francia decidió despedirla con uno de Estado. El primero para una mujer.  

Por Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad

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