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Efeméride de Czeslaw Milosz

El 14 de agosto de 2004 falleció en Cracovia, Polonia, el escritor Czeslaw Milosz, quien ganó el Premio Nobel de Literatura en 1980. Presentamos cinco de sus poemas.

14 de agosto de 2020 - 06:39 p. m.
Los primeros poemarios que Czeslaw Milosz publicó fueron "Poema sobre el tiempo congelado" (1933) y "Tres inviernos" (1936).
Los primeros poemarios que Czeslaw Milosz publicó fueron "Poema sobre el tiempo congelado" (1933) y "Tres inviernos" (1936).
Foto: Archivo Particular

Czeslaw Milosz nació el 30 de junio de 1911 en Steniai, Lituania. Entre los libros que escribió están La mente cautiva, Mi Europa, El valle del Issa, Abecedario, Otra Europa, en el que escribiría a propósito de la relación de Lituania y Polonia que “Se comprende mal desde el exterior la intensidad de los odios nacionales en la Europa del Este. Cuanto más tardíamente se despertó el nacionalismo, tanto más intentó afianzarse con pasión en los tiempos semilegendario”.

Milosz hizo parte del grupo literario Zagary. A partir de la década de 1930 empezó a publicar, iniciando con los poemarios Tres inviernos y Poema sobre el tiempo congelado. Por este último ganaría una beca para irse a París, en donde continuaría su escritura literaria y trabajaría para la Polskie Radio.

En los años de la Segunda Guerra Mundial estuvo residiendo en Varsovia. Por esta experiencia escribiría El pensamiento cautivo. En 1951 regresaría a Francia hasta 1960, cuando se traslada a Berkeley para ser profesor de lenguas y literaturas eslavas hasta su regreso a Cracovia en la década de 1990.

El 14 de agosto de 2004 falleció con 93 años.

Le sugerimos leer Czeslaw Milosz, el poeta que nos entiende, nos perdona y nos inspira

***

Encuentro

Estuvimos paseando a través de los campos

en un vagón al amanecer.

Una herida rosa roja en la oscuridad.

Y de pronto una liebre atravesó la carretera.

Uno de nosotros la señaló con la mano.

Eso fue hace tiempos.

Hoy ninguno de ellos está vivo,

Ni la liebre, ni el hombre que hizo el ademán.

¿Oh, amor mío, dónde están ellos, a dónde han ido?

El destello de una mano, la línea de un movimiento,

el susurro de los guijarros.

Pregunto no con tristeza, sino con asombro.

Le sugerimos leer “La cultura tiene valor, pero no precio”: Gonzalo Castellanos

La caída

La muerte de un hombre es como la caída de una poderosa nación

Que tuvo valientes ejércitos, capitanes y profetas,

Y ricos puertos y barcos en todos los mares,

Pero ahora no socorrerá ninguna sitiada ciudad,

No entrará en ninguna alianza,

Porque sus ciudades están vacías, su población dispersa,

Su tierra que una vez proveyó de cosechas está saturada de cardos,

Su misión olvidada, su lengua perdida,

El dialecto de un pueblo puesto sobre inaccesibles montañas.

Una vida feliz

Su antigua edad cayó en años de abundante cosecha.

No había terremotos, sequías o inundaciones.

Parecía como si el cambio de las estaciones ganara en constancia,

Las estrellas crecían vigorosas y el sol aumentaba su poder.

Aún en remotas providencias no se agitaba la guerra.

Las generaciones crecían amistosas hacia el prójimo.

La naturaleza racional del hombre no era un motivo de irrisión.

Era amargo decir adiós a la tierra renovada.

Estaba envidioso y avergonzado de su duda,

Contento de que su lacerada memoria desaparecería con él

Dos días después de su muerte un huracán arrasó las costas.

Humo vino de los volcanes inactivos por un centenar años.

La lava se extendió por los bosques, viñedos y poblados.

Y la guerra comenzó con una batalla en las islas.

Río Wilia

El río, que viene de los bosques, gira aquí.

Es domingo, las campanas de las iglesias del pueblo repican.

Las nubes se acumulan, se dispersan, y de nuevo el cielo es azul.

A lo lejos, ellos, diminutos, corren a lo largo de la orilla.

Prueban el agua, se sumergen, el río los lleva.

En medio de la corriente sus cabezas, tres, cuatro, siete,echan una carrera, sus voces se llaman, y retornan como eco.

Mi mano lo describe en tierra ajena.

Quién sabe por qué lo hace.

Quizá porque ocurrió tal y como lo recuerda.

Una hora

Hojas que brillan con el sol, celoso zumbido de abejorros,

Desde lejos, desde algún lugar allá del río, ecos de prolongadas voces

Y lentos sonidos de un martillo, me dieron la alegría no solamente a mí.

Antes, los cinco sentidos, estaban abiertos y, más temprano que en cualquier comienzo,

Esperaron, listos, por todos los que a sí mismos se llamaran mortales,

Para que de este modo ellos pudieran alabar, como yo hago, vida, eso que es la felicidad.

*Traducciones de Rafael Díaz Borbón.

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