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El coronavirus en un país de viejos

Hablar de los fallecidos de esta crisis no es tarea fácil cuando la muerte llega tan de golpe y de forma colectiva. Una de las muertes “cercanas” que más me entristeció, fue la del abuelo de una amiga en un pueblo cercano a Madrid. Murió en una residencia para adultos mayores, en la soledad de su habitación. En su pueblo, Alcalá de Henares, más de 300 ancianos han fallecido por coronavirus.

Daniela Siara
12 de junio de 2020 - 02:44 a. m.
En España es común el abandono de las personas de la tercera edad. La crisis por el coronavirus ha hecho más notoria esta situación
En España es común el abandono de las personas de la tercera edad. La crisis por el coronavirus ha hecho más notoria esta situación
Foto: Archivo Particular

Una de las diferencias culturales que más me impactaron cuando llegué a este país, fue que las personas mayores suelen estar muy solas. Está completamente normalizado que sus cuidados estén delegados a personas ajenas a la familia. Muchos ancianos son enviados a residencias de adultos mayores tras meditar la misma justificación: estará mejor atendido allí. Otros tienen a una cuidadora que es contratada para que lo asista en su casa (principalmente son las migrantes latinoamericanas quienes se encargan de estos trabajos). Y, en el peor de los casos, algunos se marchitan solos y solas en sus apartamentos.

Mi visión, quizás sesgada, y muy influenciada por mi entorno familiar y de amistades, es que en Colombia aún hay una identificación positiva con los ancianos. Los abuelos y las abuelas, en muchos casos, ejercen de patriarcas y matriarcas en las familias. Hijos, nietos y bisnietos se reúnen en torno a ellos, en las fiestas familiares se les da un lugar protagonista, incluso muchos son acogidos en sus últimos años de vida en la casa de algún familiar. Cuando eso no sucede, al menos hay algún hijo o hija muy atento a sus necesidades.

El número de víctimas mortales que la COVID-19 ha dejado en las residencias para adultos mayores en España está llegando a las 20 mil personas, según los datos proporcionados por las comunidades autónomas. Y esta cifra solo comprende a las personas que han muerto después de haber dado un positivo. Por lo cual, muchas víctimas del virus se han quedado fuera de las estadísticas, de por sí, ya alarmantes.

A finales de marzo, el Ministerio de Sanidad emitió una instrucción para que el Ejército pudiera entrar a dar apoyo en las residencias que estaban desbordadas o con ausencia de personal. Hasta ese entonces, las fuerzas militares se habían limitado a efectuar tareas de desinfección en aquellas residencias donde el virus había penetrado. Esta instrucción daba potestad a los centros para pedir auxilio en casos desesperados.

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Margarita Robles, Ministra de Defensa de España, dijo en una entrevista a Telecinco que, a raíz de estos llamados de auxilio, la Unidad Militar de Emergencias (UME) se había encontrado ancianos abandonados, cuando no muertos, en las camas de algunas residencias. La mayoría de estos hallazgos ocurrieron entre marzo y abril.

Cuando un anciano moría, tenía que seguir aislado en su habitación, a la espera de que los servicios funerarios vinieran a recoger el cuerpo con un equipo de protección especial. En esas primeras semanas, el trabajo de las funerarias se cuadriplicó y, en algunos casos, tardaron más de 48 horas para recoger los cadáveres.

Cinco días antes de decretar el estado de alarma, en las residencias de todo el territorio se habían prohibido las visitas de familiares. El único medio que tenían para saber sobres sus parientes era el telefónico. Los teléfonos de muchas residencias sonaban sin ser contestados. Los familiares que obtenían respuesta tenían la sensación de que el personal les estaba ocultando el drama que se estaba viviendo de puertas para adentro. La angustia aumentaba y había muchas razones para ello.

Medidas de guerra en los hospitales

Una de las causas principales de la muerte de tantas personas mayores fue, según Jesús Cubero, portavoz de la patronal de geriátricos, que "en las residencias cuidamos, no curamos; si un mayor se enferma lo llevamos al hospital. Pero no atendían a nuestras derivaciones, sobre todo en Madrid y Catalunya. Tenían tal saturación que no podían. Necesitaban las camas para personas con más esperanza de vida. Y eso era un criterio clínico. Nos decían que se tenían que quedar en las residencias, que los aisláramos en una habitación individual. Cuando ya estaban para fallecer, te prescribían un sedante para que se lo dieras”, aseguró.

No se cerraron a tiempo las residencias

En la mayoría de los casos, el virus entró en las residencias por los trabajadores. Sin embargo, el fin de semana del 7 y 8 de marzo, cuando se anunció que a partir del lunes no se permitirían más visitas, hubo un aluvión de familiares que pudieron traer consigo la enfermedad. “Muchas familias querían despedirse de sus seres queridos, fue un fin de semana muy triste para los abuelos”, comentó una auxiliar de geriatría colombiana, que no puede revelar su nombre ni el del centro en el que trabaja por una cláusula de confidencialidad.

Paralelamente, también hubo residencias que decidieron proponer al personal confinarse con sus residentes. Estas le cerraron la puerta en la nariz a la enfermedad. Acá dos casos ejemplares, uno en Cataluña y otro en Segovia.

No había material de protección, ni test diagnósticos

Según la fuente anónima, cuando el personal de su centro pidió mascarillas a la dirección, inicialmente les dijeron que no, que verlas con mascarillas podía asustar a los abuelos. Esa respuesta escondía el desabastecimiento de material de protección que se padeció durante las primeras semanas de la crisis en todo el país.

Además, no había test para confirmar la enfermedad de los abuelos sospechosos y separarlos de los sanos con más antelación. “Una buena medida hubiera sido tomarles la temperatura repetidamente. Pero no había tiempo para esto, había mucho caos y desorganización. Muchos compañeros estaban de baja, solo había tiempo para lo básico”, admite la asistente de geriatría desde su casa en Barcelona.

No se hicieron zonas de contagiados a tiempo

Las residencias pequeñas lo tenían más difícil para separar en zonas diferentes a los contagiados de los sanos. Según un articulo de El Periódico, en Barcelona y en Madrid fue a finales de abril cuando se empezaron a separar a las personas en diferentes plantas de los edificios. En otros hogares, se aislaban a los sospechosos 48 horas y, si no tenían fiebre, volvían a compartir espacios con los demás.

La Fiscalía General del Estado tiene 190 diligencias civiles y 171 penales por la gestión del coronavirus en varias residencias. También, un grupo de abogados de toda España ha presentado una querella contra el Gobierno ante el Tribunal Supremo por un posible delito de homicidio imprudente en la gestión de la pandemia.

Algunas familias que intuyeron el drama que estaba a punto de desatarse, fueron a recoger a sus parientes antes de que se cerrara la entrada de visitantes en las residencias. Durante días, al principio de la crisis, esa escapatoria estuvo prohibida, pero a finales de marzo, cuando los centros ya estaban desbordados, se abrió esa opción a las familias.

Si le interesa leer más de este especial, lo invitamos a leer La nueva normalidad: Diario del confinamiento XIV (Tintas en la crisis)

Don Rafael García, un hombre de 89 años, huyó de su residencia para no morir solo de coronavirus como varios de sus compañeros. Acá la historia.

España es uno de los países con mayor esperanza de vida al nacer (una media de 83 años) y también uno de los más envejecidos del mundo. Un quinto de la población, unos 8.9 millones de personas, tienen más de 65 años. Además, muchos jubilados y ancianos europeos eligen este país para vivir sus últimos años de vida. El sol durante todas las estaciones del año y la vida tranquila de los pueblos de la España profunda, son muy atractivos entre los viejos del norte de Europa. Sin embargo, después de lo sucedido, difícilmente los ancianos recuperen la tranquilidad con la que vivían antes. Los mayores que viven en las residencias siguen confinados y sin la posibilidad de ser visitados por sus familiares.

Acabo este texto con la ilusión de que, en un rato, tengo un zoom con mi abuela Rosa, de 86 años. Estarán también presentes todos mis tíos y tías. Mi abuela está confinada sola en su apartamento en Manizales, pero muy acompañada por su hija Carolina y su familia, que viven en el mismo edificio. Me hace sentir orgullosa que nuestra cultura tenga en tan alta estima a sus ancianos, un reflejo del lugar que ocupa la familia en la escala de valores colombiana.

Hace 40 años España era así, pero los cambios sociales y el individualismo han sacado a los ancianos de la vida publica. Al fin y al cabo, ellos ya no son productivos. Deseo que Colombia no siga ese camino y continué rodeando a los mayores, sobretodo después de ver las terribles experiencias vividas en esta epidemia en Europa.

Fuentes consultadas:

elPeriódico.com

elpaís.com

RTVE.es

Infobae.com

Lavanguardia.com

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Por Daniela Siara

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