El Magazín Cultural
Publicidad

El maestro, los pájaros y las buenas intenciones

El cumpleaños de Fernando Botero es un buen momento para recordar cómo sus obras y sus buenas intenciones se han estrellado en más de una ocasión con ese país salvaje del que el maestro se fue hace tanto tiempo y no termina de comprender.

Sol Astrid Giraldo E.
24 de mayo de 2022 - 07:54 p. m.
Fernando Botero comenzó a consolidar su estilo en 1963, desde su estudio en el East Side y se casó de nuevo en este mismo año con Cecilia Zambrano. Durante la década de los 60, comenzó a realizar exhibiciones entre Colombia, Europa y Estados Unidos.
Fernando Botero comenzó a consolidar su estilo en 1963, desde su estudio en el East Side y se casó de nuevo en este mismo año con Cecilia Zambrano. Durante la década de los 60, comenzó a realizar exhibiciones entre Colombia, Europa y Estados Unidos.
Foto: EFE - GUILLAUME HORCAJUELO

Hablemos entonces de sus aves y recapitulemos tres escenas donde ellas han debido batir sus brillantes alas sobre episodios caóticos y frustraciones históricas. Es que debajo de los cielos impolutos del arte moderno, qué le vamos a hacer, existe esta cosa desenfrenada llamada Colombia.

Le sugerimos leer: Grecia aceptó un diálogo por la devolución de los mármoles del Partenón

Primera Escena: El Pájaro orgulloso

En 1994, Medellín tenía un problema mayúsculo con una zona residual que, paradójicamente, estaba en su centro. Se buscó entonces realizar un ambicioso proyecto de renovación urbana, alrededor de la Iglesia de San Antonio, y replicar allí el éxito del emplazamiento de la escultura de La Gorda de Botero en el Parque Berrío, adonde había llegado una década antes y desde entonces había convertido en una fiesta popular. Así, la administración le encargó varias esculturas al famoso artista, que por entonces se paseaban prepotentes por el mundo, como parte de un cosmopolita maquillaje que se le quería aplicar a la ciudad asediada y coja de la década de los 90.

La acción parecía justificada tratándose de piezas que se consideraron en aquel momento “un símbolo de la esperanza, del nuevo Medellín, de la nueva Antioquia”, según comentaban entonces los optimistas mecenas-gobernantes. Con estos aires de refundación, comenzaron a llegar a la explanada de cemento del Parque San Antonio, después de haber recorrido varias capitales del mundo, un atlético torso masculino, una espléndida Venus y un ave metálica gigante. Sin embargo, cierto sábado de 1995, las impolutas esculturas fueron revolcadas por el remolino de la violencia. Una bomba de diez kilos explotó frente al indolente Pájaro, mientras acababa con la vida de 23 personas y hería a otras doscientas, en uno de los episodios más cruentos del conflicto urbano.

Segunda escena: El Pájaro Herido

No solo la obra fue explotada, sino también el apolítico credo estético del maestro. Así, Botero, quien había dicho con anterioridad: “solo quiero ser pintor… ver los temas como pintor, no como comentarista, filósofo o sicoanalista. Quiero pintar como si siempre estuviera pintando frutas”, tuvo entonces una reacción inesperada. Al calor de los dramáticos hechos, dijo: “quiero que esa escultura quede ahí, como recuerdo de la imbecilidad y de la criminalidad de Colombia”. Con esta decisión, Botero se oponía tanto a sus convicciones esteticistas, como a la cosmética urbana de los amantes de la imagen limpia de Medellín y negacionista de sus conflictos.

Podría interesarle leer: Voces españolas rinden homenaje al Premio Nobel Gabriel García Márquez

De esta manera terminó protagonizando uno de los actos más contestatarios del arte de este momento. Aunque cinco años después volvió a donar una escultura igual a la destruida, que llamó Pájaro de la paz, como un voto de confianza por los nuevos tiempos, insistió en que la recién llegada no remplazara al pájaro explotado, sino que más bien convivieran en el parque ultrajado. Así se hizo y desde entonces están allí, uno junto al otro, como dos caras de la moneda de lo que ha sido la Medellín de mostrar y la carcomida por sus demonios. La pareja alada se quedó allí, ala con ala, pero el pájaro que convoca no es el redondo y sin historia, sino el otro, el “herido” (como se le empezó a llamar). Este se ha vuelto un memorial donde espontáneamente los visitantes arrojan monedas de diferentes nacionalidades, estampas, medallas e incluso se ha llegado a encontrar una carta escrita por la hermana de Pablo Escobar pidiendo perdón, como lo recuerda el arquitecto Juan Carlos Posada. La oquedad y fragmentación del pájaro herido terminó logrando todo lo que la forma cerrada y completa no pudo: dialogar con su entorno, narrar un momento, resistir a la lógica de la muerte, recordar.

Tercera Escena: La Paloma de la Paz

En 2016, más de veinte años después del aciago aleteo de aquellos pájaros, Botero, entusiasta irredimible, volvió a enviar otro a Colombia desde Pietra Santa. Este no era monumental ni negro como el malogrado de los 90. Ahora se trataba de una Paloma de la Paz, blanca, de menores dimensiones y piel tersa, que condensaba los buenos deseos del maestro frente al mayúsculo reto histórico en el que se estaba embarcando entonces el país: nada menos que el Acuerdo de Paz con la guerrilla sexagenaria de las FARC. El entonces presidente Juan Manuel Santos, emocionado, alcanzó a balbucear unas palabras ingenuas: “Es una escultura que va a inspirar a millones de colombianos a decirle sí al fin de la guerra”, como si el arte sirviera para eso.

Le podría interesar leer: Tras su primer estallido, el mercado de los NFT sufre un desplome

La cándida y civilizada paloma, como anteriormente le pasó a estallado primo, no sabía las turbias corrientes que debería sobrevolar. Aunque corrió con la suerte de que no la dejaron al aire libre a merced de los huracanes políticos, no encontró a su llegada el final del diluvio que le prometieron. Como lo recordó una reciente batalla campal en twitter, sus anfitriones ni siquiera se han puesto de acuerdo en si debe ocupar el lugar simbólico de la Casa de Nariño, centro político de la Nación, o un nicho en el Museo Nacional, centro histórico de la memoria. En el fondo, todos saben que no tiene lugar en ninguno de los dos. Que es una desplazada más de Colombia, una paria que no seduce ni inspira con sus plumas brillantes y eufemísticas. Una diezmada escultura de salón, con alas que no terminan de alzarse ni de volar. Un ave fofa, muda, un lugar común, un volumen vacío como la palabra que alegoriza, perdida en el limbo que es hoy este país suspendido en su propia sangre. Por eso, en lugar de pacificar, últimamente se ha convertido, en cambio, en un estandarte de las eternas escaramuzas de la paz.

Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖

Por Sol Astrid Giraldo E.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar