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El universo Tragaluz

Una editorial que, además de buenos libros, pone a circular bellos objetos, hechos con cuidado, esmero y creatividad, en géneros como poesía y literatura infantil.

Santiago La Rotta
31 de enero de 2013 - 10:00 p. m.
‘Que no me miren’, libro ilustrado por Daniel Gómez Henao y Clara Gómez Vieira.
‘Que no me miren’, libro ilustrado por Daniel Gómez Henao y Clara Gómez Vieira.

El primer trabajo de Tragaluz Editores fue el catálogo de ventas de la empresa de champiñones ubicada al lado de la oficina de la editorial, en Medellín. Era 2005.

En ese mismo año, la empresa realizó proyectos para una biblioteca pública de la ciudad y para la Universidad de Antioquia.

Los pocos amigos a los que consultaron Pilar Gutiérrez y Juan Restrepo les dijeron, en coro, que “ni de fundas” se les ocurriera meterse en un negocio tan difícil.

Difícil, eso puede ser un punto de vista. El primer libro fue uno de poemas, con ilustraciones: poemas ilustrados. El autor, Jaime Jaramillo Escobar. El ilustrador, José Antonio Suárez Londoño. La edición corrió por cuenta de Tragaluz que, con ese grito de batalla, arrancó una obra que ocho años después marcha a un ritmo propio, en contra de las tendencias del mercado y del evangelio que promulga el apocalipsis del libro.

Primero fueron 200 ejemplares, destinados en su mayoría a promocionar la editorial y que terminaron por acabarse prontamente. Hoy, el título va por la cuarta reimpresión y suele estar agotado. “Una maravilla editorial”, dice un librero acerca del volumen, que terminó por llamarse Tres poemas ilustrados. Simple.

Simpleza, una portada roja (idea de Jaramillo Escobar), pocas letras en la carátula, algo sin demasiados aspavientos ni pirotecnia. En general, el arte que invoca Tragaluz es un asunto que progresa a una velocidad relativa, una suerte de dimensión alterna en la que el afán y la inmediatez son necesidades sometidas bajo la posible premisa de que la belleza toma tiempo y espacio y suele encarnar en cuerpos y formas inesperadas.

Libros para leer, por supuesto. Libros para ser tocados, también. No braille, sino objetos deseables, incluso poderosos.

En 2007, Gutiérrez y Restrepo, los editores, pasaron un par de días en Barranquilla convenciendo a Meira Delmar, la poeta, para que publicara en Tragaluz una serie de poemas que saldrían bajo el mismo formato utilizado en el proyecto escrito por el autor antioqueño. La escritora firmó el contrato a ciegas, pues ya había perdido la visión, pero pudo tocar el libro de Jaramillo Escobar.

Al año siguiente, 2008, Tragaluz ganó el Premio Nacional Lápiz de Acero, en el área editorial, por Débora Arango, cuaderno de notas, proyecto de Santiago Londoño Vélez que se convirtió en la tercera publicación de la editorial. El año anterior, Tres poemas ilustrados se había alzado con el mismo reconocimiento.

La investigación acerca de la pintora colombiana fue una pausa, si se quiere, en las publicaciones de poesía, que volvieron a aparecer bajo la forma de poemas ilustrados, en 2008, con textos de Giovanni Quessep e ilustraciones de Mario Vélez. Este libro y los demás mencionados se encuentran agotados.

Y nadie lee y a nadie le importa la poesía, dice el manifiesto de la autocomplacencia.

Un impulso minimalista, una obsesión. Quizá. Las ideas son ambiciosas y su llegada al mundo físico se da a través de vehículos improbables, de dimensiones inusuales y en números modestos, no pensados tanto para arrasar como para encantar a un público moderado. Los tirajes de Tragaluz suelen no pasar de mil ejemplares (5.000 ha sido la producción más grande de la editorial) y las reimpresiones, aunque han sucedido, son un modo de operación más bien escaso. El punto no es vivir del best-seller, sino poner a circular nuevos materiales, discursos y autores. Mantra de los editores.

De editora a autora. “Esta bola que tengo entre el corazón y el estómago no es un tumor, no sale en radiografías ni se deja palpar. Sólo hay una forma de verla: me deben mirar a los ojos fija y profundamente”. Bola de agua salió al mercado en junio de 2009 y tuvo una segunda edición a mediados del año pasado.

Literatura infantil escrita por Pilar Gutiérrez, que habita en el universo Tragaluz: un libro pequeño, de tapas duras y forradas en tela. Ilustrado, el objeto se despliega en otras dimensiones. Claro, el relato pasa de página en página, así las páginas no estén pegadas una al lado de la otra, sino arriba y abajo. No es sólo una cuestión de forma, la historia tampoco es el cuento clásico para niños. “Una vez mi llanto fue tan largo que me regalaron un pañuelo marcado con las iniciales de su dueño. Dejé de llorar. ¿Qué haría yo con el pañuelo de un señor que no conozco?”.

Tragaluz vive el sueño, aunque el sueño tiene costos y debe pagar facturas y nóminas y llevar bien las cuentas. La empresa nunca dejó de prestar servicios editoriales para proyectos que, tal vez desprovistos de poesía, igual necesitan calidad.

Pero el sueño ha crecido, al menos lo suficiente como para ser el 40% de las ganancias de la compañía. La meta: llegar a un equilibrio, mitad y mitad, entre las obligaciones y los ideales.

El año pasado, Tragaluz publicó diez libros. Un número similar se quedó en el tintero. Ahora, la editorial prepara una serie de proyectos para la Feria del Libro de Bogotá, además de otros títulos de literatura infantil. En 2014 es probable que la empresa entre al mundo del libro digital, según Gutiérrez.

Se toma su tiempo para responder, aunque su voz suena segura. “Este negocio tiene ciertas realidades. Hacer el libro y hacerlo bien, eso lo logramos. La venta y la distribución son como el talón de Aquiles. Es un trabajo día a día y que tiene que ver con la permanencia y la constancia de estar ahí. Es ir a ferias y mostrar permanentemente el trabajo”, dice Gutiérrez.

Y el trabajo sí que se ve.

Por Santiago La Rotta

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