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                                                                                                                              En nombre de Dios

                                                                                                                              Científicos, pensadores, poetas, artistas y ciudadanos del común han sufrido las consecuencias del absolutismo religioso.

                                                                                                                              Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                              / Vigo

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                                                                                                                              Todos fueron ambiciosos por los siglos de los siglos. Los dioses y sus discípulos, o aquellos que se hicieron pasar por sus discípulos. “¿Ayudar a qué?”, le preguntaba Jesús a su creador, de nuevo según Saramago, en una barca alejada de las orillas, de los humanos y sus miserias. Hablaban sobre la razón de ser de Jesús, sobre el porqué de su sacrificio. Él, Jesús, quería saber. Dios le respondió: “A ampliar mi influencia para ser Dios de mucha más gente (…) Si cumples bien tu papel, es decir, el papel que te he reservado en mi plan, estoy segurísimo de que en poco más de media docena de siglos, aunque tengamos que luchar, yo y tú, con muchas contrariedades, pasaré de dios de los hebreos a dios de los que llamaremos católicos, a la griega”.

                                                                                                                              Luego le explicó que su papel en el gran plan sería el de mártir. “El de mártir, hijo mío, el de víctima, que es lo mejor que hay para difundir una creencia y enfervorizar una fe”. Después le dijo que moriría de la forma más dolorosa e infame, “para que la actitud de los creyentes se haga más fácilmente sensible, apasionada, emotiva”, y por último, le confirmó que fallecería en la cruz. Jesús quiso renunciar a su destino. Fue rebelde ante Dios, su padre, quien le explicó, “Todo cuanto la ley de Dios quiera es obligatorio”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Pese a sus rivalidades, todos ellos, los dioses, dioses de altos intereses, supieron hacer tratos para seguir manteniendo sus poderes. No les convenía, jamás les convino, que los simples mortales se les opusieran, porque esos mortales podrían pecar, y pecar era matar, robar, blasfemar, atropellar, defraudar, mentir, herir, y mientras más lo hicieran, mejor, pues luego buscarían a Dios para redimirse, pero que no dudaran de Él. Jamás. Por eso, quienes los negaron terminaron quemados, como Bruno Giordano, quien entre el fuego escupió la cruz, o fueron excomulgados, como Voltaire, quien fue encarcelado por decir cosas como “me gustaría poder amar a este Dios en que busco a mi padre, y a quien me presentan como un tirano al que no tengo más remedio que odiar”.

                                                                                                                              En el nombre de Dios, quienes renegaron de él terminaron vilipendiados por quienes tenían que estigmatizarlos para borrarles su credibilidad, y así, mantener su poder. Nietzsche, Schopenhauer, Marx, Baudelaire, Rimbaud, Saramago y tantos otros, finalizaron sus vidas, con sus obras, en lo más profundo de los infiernos, o infinitamente heridos de amor-muerte, como el rey portugués Pedro El Severo, quien vio a su padre asesinar a su amada, Inés Pirez de Castro. Luego, irónico, le prometió que en el cielo vería de nuevo a Inés. El rey le respondió: “Además de canalla y criminal, padre, eres un mentiroso, pues si Dios existe no permitiría que víboras como vosotros existieran”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              En nombre de Dios fue creado ese infierno, letra por letra, sufrimiento tras sufrimiento. El miedo como arma letal para que se hiciera “su” voluntad y la de unos cuantos. El miedo como una bomba para obedecer, para detener, para convencer. En la Biblia dice, dijeron una semana atrás unos mineros y recordaron que con oro se había construido el altar al señor. En la Biblia dice, gritó un mes atrás un congresista para censurar a los gays. En la Biblia dice, repiten todos los días y hasta la saciedad aquellos que pretenden dominar, decidir, controlar, obligar, someter. En la Biblia dice, dijeron los sacerdotes de la Santa Inquisición luego de haber quemado a decenas de decenas de inocentes, acusados de brujería por no rezar el santo rosario, y dijeron los cruzados después de haber regado las tierras santas de guerras, de sangre, de muerte y odio. En el Corán dice, dijeron quienes estrellaron sus aviones contra las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre del año 2001. En el Corán dice, dijeron también quienes condenaron a muerte al escritor Salman Rushdie por haber escrito sus versos satánicos, pues sólo ellos, y nadie más que ellos, eran los poseedores de la verdad. Ellos, los inquisidores, los cruzados, los censores, los terroristas, las voces de Dios.

                                                                                                                               

                                                                                                                              / Vigo

                                                                                                                              En nombre de Dios, sus creyentes, sus devotos, se tocaron en la vanidad, en la soberbia y los absolutos, en la sangre y en la muerte, en el poder y en la injusticia. Como le explicaba el Dios de Judea a Jesús en un pasaje del Evangelio según Jesucristo, de José Saramago, cuando le hablaba del poder que tendría: “Es, por ejemplo, ver, siempre, cómo te veneran en templos y altares, hasta el punto, puedo adelantártelo ya, de que las personas del futuro olvidarán un poco al Dios inicial que soy yo, pero eso no tiene importancia, lo mucho puede ser compartido, lo poco, no”.

                                                                                                                              Todos fueron ambiciosos por los siglos de los siglos. Los dioses y sus discípulos, o aquellos que se hicieron pasar por sus discípulos. “¿Ayudar a qué?”, le preguntaba Jesús a su creador, de nuevo según Saramago, en una barca alejada de las orillas, de los humanos y sus miserias. Hablaban sobre la razón de ser de Jesús, sobre el porqué de su sacrificio. Él, Jesús, quería saber. Dios le respondió: “A ampliar mi influencia para ser Dios de mucha más gente (…) Si cumples bien tu papel, es decir, el papel que te he reservado en mi plan, estoy segurísimo de que en poco más de media docena de siglos, aunque tengamos que luchar, yo y tú, con muchas contrariedades, pasaré de dios de los hebreos a dios de los que llamaremos católicos, a la griega”.

                                                                                                                              Luego le explicó que su papel en el gran plan sería el de mártir. “El de mártir, hijo mío, el de víctima, que es lo mejor que hay para difundir una creencia y enfervorizar una fe”. Después le dijo que moriría de la forma más dolorosa e infame, “para que la actitud de los creyentes se haga más fácilmente sensible, apasionada, emotiva”, y por último, le confirmó que fallecería en la cruz. Jesús quiso renunciar a su destino. Fue rebelde ante Dios, su padre, quien le explicó, “Todo cuanto la ley de Dios quiera es obligatorio”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Pese a sus rivalidades, todos ellos, los dioses, dioses de altos intereses, supieron hacer tratos para seguir manteniendo sus poderes. No les convenía, jamás les convino, que los simples mortales se les opusieran, porque esos mortales podrían pecar, y pecar era matar, robar, blasfemar, atropellar, defraudar, mentir, herir, y mientras más lo hicieran, mejor, pues luego buscarían a Dios para redimirse, pero que no dudaran de Él. Jamás. Por eso, quienes los negaron terminaron quemados, como Bruno Giordano, quien entre el fuego escupió la cruz, o fueron excomulgados, como Voltaire, quien fue encarcelado por decir cosas como “me gustaría poder amar a este Dios en que busco a mi padre, y a quien me presentan como un tirano al que no tengo más remedio que odiar”.

                                                                                                                              En el nombre de Dios, quienes renegaron de él terminaron vilipendiados por quienes tenían que estigmatizarlos para borrarles su credibilidad, y así, mantener su poder. Nietzsche, Schopenhauer, Marx, Baudelaire, Rimbaud, Saramago y tantos otros, finalizaron sus vidas, con sus obras, en lo más profundo de los infiernos, o infinitamente heridos de amor-muerte, como el rey portugués Pedro El Severo, quien vio a su padre asesinar a su amada, Inés Pirez de Castro. Luego, irónico, le prometió que en el cielo vería de nuevo a Inés. El rey le respondió: “Además de canalla y criminal, padre, eres un mentiroso, pues si Dios existe no permitiría que víboras como vosotros existieran”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              En nombre de Dios fue creado ese infierno, letra por letra, sufrimiento tras sufrimiento. El miedo como arma letal para que se hiciera “su” voluntad y la de unos cuantos. El miedo como una bomba para obedecer, para detener, para convencer. En la Biblia dice, dijeron una semana atrás unos mineros y recordaron que con oro se había construido el altar al señor. En la Biblia dice, gritó un mes atrás un congresista para censurar a los gays. En la Biblia dice, repiten todos los días y hasta la saciedad aquellos que pretenden dominar, decidir, controlar, obligar, someter. En la Biblia dice, dijeron los sacerdotes de la Santa Inquisición luego de haber quemado a decenas de decenas de inocentes, acusados de brujería por no rezar el santo rosario, y dijeron los cruzados después de haber regado las tierras santas de guerras, de sangre, de muerte y odio. En el Corán dice, dijeron quienes estrellaron sus aviones contra las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre del año 2001. En el Corán dice, dijeron también quienes condenaron a muerte al escritor Salman Rushdie por haber escrito sus versos satánicos, pues sólo ellos, y nadie más que ellos, eran los poseedores de la verdad. Ellos, los inquisidores, los cruzados, los censores, los terroristas, las voces de Dios.

                                                                                                                               

                                                                                                                              Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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