El Magazín Cultural

En palabras de Zygmunt Bauman

El sociólogo y filósofo polaco falleció ayer a los 91 años en la ciudad inglesa de Leeds, donde residía desde hacía años.

Redacción Cultura
09 de enero de 2017 - 09:32 p. m.
El sociólogo Zygmunt Bauman es tal vez quien ha analizado con mayor lucidez las relaciones sentimentales “online”. / AP
El sociólogo Zygmunt Bauman es tal vez quien ha analizado con mayor lucidez las relaciones sentimentales “online”. / AP
Foto: ASSOCIATED PRESS - MICHAL KAMARYT

Zygmunt Bauman nació en Poznan (Polonia) en 1925 y era un niño cuando su familia, judía, huyó del nazismo hacia la URSS al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Tras el conflicto volvió a su país, que nuevamente abandonó en 1968, desposeído de su puesto de profesor y expulsado del Partido Comunista en una purga marcada por el antisemitismo tras la guerra árabe-israelí. Bauman renunció a su nacionalidad, emigró a Tel Aviv y vivió en Israel hasta 1970.

Las teorías de Bauman han ejercido gran influencia en los movimientos antiglobalización. Su obra ensayística alcanzó fama internacional en los 80, con títulos como Modernidad y holocausto (1989), donde define el exterminio de judíos por los nazis como un fenómeno relacionado con el desarrollo de la modernidad. Entre sus obras más significativas destacan La modernidad líquida (2000), considerada su obra cumbre y donde señalaba que el capitalismo globalizado estaba acabando con la solidez de la sociedad industrial, Amor líquido (2005) y Vida líquida (2006).

Entre sus trabajos publicados en español también se encuentran Miedo líquido, La sociedad contemporánea y sus temores (2007), Vida de consumo (2007) y Archipiélago de excepciones (2008).

Desde su mente

A continuación presentamos un monólogo de Bauman construido con las respuestas que dio a El Espectador en una entrevista en 2014.

“Para elevar la integración humana desde el nivel de las divisiones nacionales y pasar a una humanidad unificada, todas las instituciones necesitan ser reemplazadas por una red de instituciones alternativas, sobrepasando las limitaciones impuestas por las barreras de los estados territoriales y reduciendo radicalmente su soberanía. La unificación de la humanidad, llamando a la práctica política y pensando en reconocer la globalización ya existente de la interdependencia humana, no podría hacerse a través de la globalización, sino aboliendo la ciudadanía local, separando de esta manera los derechos humanos de la adscripción territorial.

La cultura es el mayor capital de la humanidad, el arte, la vanguardia de peregrinación histórica humana explorando nuevas y desconocidas tierras y formas de vida, y la educación que pone a disposición de toda la humanidad sus descubrimientos, han sido, sin embargo, reducidos al estatus de productos en el mercado, comercializados como otras mercancías y, contrario a su naturaleza, medidos por el rasero de los beneficios instantáneos. Invertir en la cultura, las artes y la educación, por muy grandes que sus beneficios puedan ser a futuro, se considera, por tanto, poco aconsejable y un desperdicio a corto plazo. Tal miopía resulta en sacrificar la calidad de vida de las generaciones futuras a los caprichos efímeros y comodidades del presente.

Lo que sugiero es acudir a la renegociación de nuestra actual forma de relacionarnos con el mundo, que se hace cada vez más necesaria y urgente en vista de que el planeta, nuestra casa común, se encuentra al borde de la insostenibilidad, gracias al agotamiento progresivo de los recursos del planeta y la creciente impotencia de los instrumentos heredados de la acción colectiva para hacer frente a los problemas que surgen de nuestra cada vez más íntima interdependencia física, social y espiritual.

La confianza en la capacidad de la democracia está marchitándose, lo que resulta en una situación excepcionalmente fértil para que crezcan las semillas de resentimiento y florezcan sentimientos totalitarios. La complejidad de las causas de la miseria, siendo además desorientadoras e incapaces de mostrarse en principio, el sentido humillante, crece la demanda de ‘líderes fuertes’ capaces de proporcionar fórmulas simples, que ofrecen y prometen soluciones simples, haciendo una oferta tentadora de aliviar a sus seguidores en cambio de su obediencia inflexible, de la carga de la responsabilidad de sus vidas demasiado pesadas para ellos y que carecen de los recursos necesarios para sobrellevarlas.

Por desgracia, no hay atajos para una solución radical. En el corto plazo, sólo son posibles paliativos temporales y transitorios. Prevenir catástrofes similares requeriría llamados a repensar y reformar nuestra filosofía de vida y nuestro modo de convivir, de hecho, una especie de revolución cultural, y como ya se ha indicado, el cambio cultural toma tiempo y evade imperativos y gestión. Las raíces de las periódicas crisis económicas, así como la imposibilidad de controlarlas y evitarlas, se encuentran profundamente arraigadas en nuestro modo de ser: la concepción de un crecimiento económico sin fin como remedio universal a todos los males sociales, el hábito de buscar la felicidad a través de comprar (de saquear el mundo en lugar de contribuir al mismo), favorece la competencia sobre la solidaridad, la individualidad sobre el intercambio, y el imparable aumento de la tolerancia a la desigualdad social, que ha llegado a niveles tan altos que hace tiempo era inconcebible que esto ocurriera”.

Por Redacción Cultura

 

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