El Magazín Cultural

Gary Oldman, el actor que siempre decía que no

En el Festival de Cannes, el actor inglé,s ganador del Óscar este año, ofreció una clase magistral.

Janina Pérez Arias / Especial para El Espectador
20 de mayo de 2018 - 07:39 p. m.
Este año, Gary Oldman recibió un Óscar a mejor actor por su interpretación de Winston Churchill en "Darkest Hour". / AFP
Este año, Gary Oldman recibió un Óscar a mejor actor por su interpretación de Winston Churchill en "Darkest Hour". / AFP

Gary Oldman tiene una estrategia. Decir primero que no. “Mientras más decía que no, más papeles me ofrecían, y hasta más dinero”, contaba el actor inglés en el Festival de Cannes.

La sala abarrotada en su mayoría de público joven, era todo un embeleso, escuchando las muchas anécdotas del ganador este año del Oscar por su interpretación de Winston Churchill en La hora más oscura (de Joe Wright)

El propósito de esta masterclass era un repaso por toda su carrera artística, iniciada en 1979 en el teatro, a través de sus películas y roles más emblemáticos. “Espero que hayan traído sándwiches”, bromeó temiendo la duración del encuentro quien a los 15 años se trazó ganarse la vida con la actuación.

“No tenía ni idea de lo que tenía que hacer, así que fui a un teatro para preguntar, y alguien allí me dijo que tenía que ir a una escuela de arte dramático”, recuerda aunque no fue así de sencillo. Cuenta que al abandonar la secundaria tuvo varios trabajos, viviendo al día y hasta contando cuánto dinero le faltaba para comprarse el último LP de David Bowie.

Cada hecho en su vida lo relaciona con una anécdota. Ya muy activo en el teatro, “hasta con cuatro roles en la cabeza que tenía que representar casi al unísono”, le empezaron a llegar ofertas para trabajar en el cine.

“Adoro el cine”, afirma, “pero rechazaba las ofertas una tras otras, es que me encontraba a gusto en el teatro”. Sin embargo en el transcurso de la masterclass diría algo bastante revelador: “Las películas son como un sueño, y para mí les pertenecían a otras personas: Robert De Niro, Gene Hackman, Sean Connery, eran quienes hacían filmes. Entonces hacer cine nunca estuvo en mis planes, y sencillamente pasó lo que pasó”.

Cuenta que su agente de aquel tiempo le reñía un día sí y otro también. “Es una locura que no aceptes roles en el cine, me decía una y otra vez”, se ríe de buena gana. Hasta que llegó el día en el que Gary Oldman cedió, y desde entonces todo es historia.

Su rol en Sid y Nancy (de Alex Cox, 1986)  lo colocó en el mapa de la cinematografía anglosajona. Se mofa de sí mismo cuando se le ocurre la travesura de suponer que tal vez el haber rechazado tantos ofrecimientos “se convirtió en parte de mi proceso”.

Oldman le sacó muchas risas a al público que llenó la Sala Buñuel del Palais des Festivals, sede del Festival de Cannes. Christopher Nolan surgió varias veces a lo largo de esta conversación, hasta que Oldman se levantó de la silla para imitar los movimientos en el set de rodaje, y con voz muy suave remedó lo extremadamente amable que es el director de Batman.

No, a Gary Oldman lo de hacer de Drácula no le apetecía. “Qué pereza hacer de un vampiro, desde luego dije que no primero”, se echa a reír, pero al escuchar que dirigiría Francis Ford Coppola (Bram Stoker’s Dracula, 1992), cambió instantáneamente de idea.

“Fui a Napa (California) a hacer la audición, y quedé”, relata así mismo cómo se puso en manos de una cantante de ópera para que le ayudara a bajar el tono de voz tan característico de Drácula. “La voz es un músculo, y ejercitándola se puede lograr muchas cosas”, detallaba para referirse también a la gran cantidad de habilidades que un actor está dispuesto a aprender en beneficio del personaje de turno.

Otro momento crucial en la carrera de este actor, que también ha intentado su suerte en la dirección, fue JFK (1991), interpretando a Lee Harvey Oswald, el supuesto asesino de John F. Kennedy. Oliver Stone, el director, estableció con Oldman no solamente complicidad, “teníamos dos guiones: uno para no incomodar al gobierno y otro más de teorías de conspiración”, sino también una gran confianza, “Oliver me encomendó hacer una investigación exhaustiva de la vida de Oswald”.  Y le siguió la pista como un sabueso hasta convertirse en todo un experto en la materia.

“¿Cuántos actores o aspirantes a actores hay aquí?”, se dirigió al público y un considerable número de manos se levantaron. Especialmente para estas personas que quieren seguir los pasos de Oldman, o al menos vivir de esa profesión, les dedicó muchos consejos, entre ellos uno en particular: “mantente sobrio y sé puntual”. Habla la voz de la experiencia, y sobre todo de una persona que se ha enfrentado al alcoholismo.

El debate entre el cine independiente e intimista frente a las grandes producciones parece no robarle el sueño a Oldman, quien a lo largo de su carrera se ha dedicado a saltar de uno a otro. “He cumplido 60 años, y la curva va haciendo esta trayectoria”, trazaba una elipse en el aire, “hay que pagar las cuentas, tienes que costear la universidad de tus hijos, en definitiva, tienes muchas responsabilidades”. Sin embargo la edad tampoco le preocupa, es más, deja claro que está en un momento muy floreciente de su carrera.

El público aplaude cada vez que se menciona algún personaje emblemático de Oldman: el Standsfield de León the  Professional (Luc Besson), el Sirius Black de la saga de Harry Potter, el Zorg de El Quinto elemento (Besson), el John Gordon de Batman (Christopher Nolan), el magistral Churchill o el legendario George Smiley de Tinker Tailor Soldier Spy (Tomas Alfredson).

“Me construí un monstruo interno con Smiley”, recuerda la poco placentera experiencia que le causó ataques de ansiedad, y todo porque la exitosa serie de televisión británica, había forjado a un personaje muy arraigado en el imaginario popular y que tenía el rostro de la persona que le dio vida en la pantalla chica, Sir Alec Guinness. En Tinker Tailor Soldier Spy “todo me parecía que era un camino seguro hacia el fracaso”, comentaba. Al comenzar el rodaje se calmó, y revela que luego se enteró de otros casos parecidos experimentados por sus colegas. En esto no estaba solo.

¿Pero quién iba a pensar que este actor de gran calibre pudiera sufrir tanta inseguridad? “Tener dudas e inseguridad es bueno”, reflexiona, “y aunque te paralizan, todo el tiempo tienes que empujarte, ir hacia adelante, en lugar de quedarte sentado satisfecho”.

Por Janina Pérez Arias / Especial para El Espectador

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