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La cómplice de Cioran en Pereira

Liliana Herrera, profesora de la Universidad Tecnológica, es la máxima experta colombiana en el rumano y se cruzó cartas con él.

Juan Miguel Álvarez / Especial para El Espectador, Pereira
09 de abril de 2011 - 08:00 p. m.

UNO: El “filósofo del suicidio” o el “profeta del suicidio” son las dos maneras más comunes para tildar al rumano Emil Michel Cioran. Han corrido rumores que narran suicidios de gente del común —universitarios, profesionales, transeúntes— luego de haberlo leído obsesivamente. La profesora Liliana Herrera, quizá la colombiana que más ha estudiado a este autor, desdice los rumores: “Cualquier cosa es posible luego de leer a Cioran menos suicidarse; su escritura está llena de humor, de un gran sentido del humor. Para él, el suicidio es una opción, es una idea que ayuda a vivir. No es más. Sus preguntas tienen más hondura filosófica que las interpretaciones sensacionalistas que se han hecho sobre su idea del suicidio”.

Nacido hace cien años en Rasinari, diminuto pueblo al pie de los Cárpatos en la provincia de Transilvania, a cinco horas y media en carro desde Bucarest, estudió filosofía y publicó su primer libro titulado En las cumbres de la desesperación a los 23 años. Hijo de un sacerdote ortodoxo y una ama de casa, tuvo una hermana y un hermano. A finales de la década del 30 intercaló su vida entre París y Bucarest hasta que terminó exiliándose definitivamente en Francia desde 1945. A finales de la década del 40, adoptó el francés como su lengua de escritura. Con su primer libro en el idioma de Rabelais, Breviario de podredumbre, 1949, comenzó a ser leído en el resto de Europa.

A partir de la década del 50, experimentó la escritura fragmentada como técnica directa para concretar sus preocupaciones. Vinieron los libros de aforismos: Silogismos de amargura, Desgarradura, La tentación de existir, Del inconveniente de haber nacido, La caída en el tiempo, entre varios más. Y con ellos, el reconocimiento de la comunidad filosófica, de la academia, de los lectores de andén. Defendió con ahínco el derecho a su privacidad y al ocio, a una vida estoica, primero en hoteles del barrio Latino en París y después en un sexto piso en la Rue de l’Odéon. Rechazó premios y murió en 1995. Su tumba, como la de Baudelaire y Sartre, está en Montparnasse.

DOS: La primera vez que la profesora Liliana Herrera leyó a Emil Cioran tenía 20 años. Era 1982 y llevaba la mitad de la carrera de filosofía cuando un amigo le prestó La tentación de existir. “Cioran es uno de esos autores que enamora o produce rechazo inmediatamente se lo lee”, dice. “Yo encontré muchas resonancias internas. Y así como uno no tiene explicaciones para el amor, no puedo explicar por qué me sedujo Cioran”. Sin dudarlo, escribió su monografía de grado sobre el rumano. “Fue un texto ingenuo por la inmediatez, pero tuvo el valor de ser uno de los primeros sino el primero que se hizo sobre Cioran en Colombia”.

Durante la elaboración, la profesora le envió una carta a través de Gallimard, su editorial. “Yo le conté que estaba haciendo mi monografía sobre él y me respondió inmediatamente un carta muy cordial dejándome saber que se sentía contento porque lo estuviéramos estudiando en esta parte del mundo. Y aunque me dijo que él ya no estaba para sostener correspondencia con nadie, me permitió seguirle escribiendo. Tenía casi 70 años”.

La correspondencia fue larga —durante poco menos de una década— pero no fue continua —una carta al año o cada dos—. Paulatinamente, la profesora comenzó a leer cuanto libro de Cioran llegara al país en español y en francés. Para finales de la década del noventa había leído toda su obra, salvo los libros que expresamente por petición del autor no habían sido traducidos del rumano —La transformación de Rumania, por ejemplo—.

“La mirada crítica, aguda, ácida sobre el mundo, el humor para contarlo, fueron los elementos que a mí me impactaron en principio”, dice Herrera. “Sus libros fueron moldeando mi formación intelectual y mi formación interior. No mi carácter, creo como Schopenhauer que el carácter es inmodificable. En Cioran encontré un lenguaje, una forma de expresar muchas cosas que sólo han estado en los sentimientos. Cioran me dio a mí un horizonte teórico para expresar mi malestar y para alejarme de cualquier dogmatismo”.

En 2003, la profesora publicó el libro Cioran: lo voluptuoso, lo insoluble, resultado de su tesis de doctorado en filosofía. “¿Cuál es el problema de la interpretación que se hace de Cioran aquí?”, se pregunta. “Pareciera que Cioran fuera un crítico de todo, que no se relacionara con nada. Que simplemente fue un tipo genial, neurótico, escéptico, como si fuera un anarquista, pero gran parte de su posición tiene raíz en la cultura rumana, en todo lo que vivió antes de llegar a París. Y Rumania es un país casi desconocido para el mundo. En Europa, sobre todo en Francia, lo han cuestionado mucho por haber simpatizado con un movimiento de ultra derecha llamado La Guardia de Hierro. Sin embargo, los rumanos tienen otra perspectiva que en este momento estamos tratando de entender. Un ejemplo de lecturas parcializadas: hace un tiempo un profesor en Bogotá llegó a decir que era absurdo pensar que Cioran tuviera espíritu religioso, cuando si hay un tema fundamental en su obra es el problema de Dios, los místicos, el mal en el mundo, la concepción de hombre y de naturaleza, la utopía, todos surgidos del problema religioso. Esto puede entenderse cuando uno entiende que Rumania es un país creyente y practicante del cristianismo ortodoxo, y se vive con mucho fervor la religiosidad; entonces, si bien Cioran no es creyente, su desencuentro con la divinidad cruza toda la obra. Sobre esto, Cioran tiene un aforismo que para mí ha sido muy revelador: ‘Lástima que para llegar a Dios haya que pasar por la fe’. Sin hacer a un lado que el padre de Cioran era un pope ortodoxo y frente a su casa de infancia en Rasinari hay un templo de hace siglos”.

TRES: En 2004, Liliana Herrera fue a Rasinari. Aprovechó la invitación a dar dos conferencias sobre Cioran en Barcelona para atravesar toda Europa central en busca de la casa del filósofo. “Rasinari es un pueblo que se recorre a pie en diez minutos. Calles en piedra y tierra. No ha cambiado nada en 300 años”, dice. “La casa donde nació Cioran y vivió hasta los 10 años es de arquitectura alemana en el periodo del Imperio Austrohúngaro. Sus actuales dueños la conservan tal cual la habitó Cioran, aunque está descuidada”. Sobre una pared exterior y a la vista de la gente que entra o sale de la iglesia hay una placa que dice: “En esta casa nació el escritor Emil Cioran” y en la calle, un busto del autor. “Es lo único que queda allá del filósofo”. Simone Boué, esposa de Cioran quien le sobrevivió dos años, dijo en una entrevista a la pintora catalana Maite Grau, que al único lugar al que le hubiera gustado regresar al escritor tras la caída de la dictadura de Ceaucescu era a su pueblo natal.

En Sibiu, capital de Transilvania, donde Cioran cursó la secundaria, queda la Universidad Lucian Blaga. Cada año, en mayo, celebran el Coloquio Internacional Emil Cioran. Al de 2005 fue invitada la profesora Liliana Herrera. “Dura tres días. Aunque hay participantes alemanes, rumanos, holandeses, el coloquio se hace en francés”, explica. “Se reúnen unos 20 ó 30 investigadores y presentan sus avances. Pocos estudiantes asisten. Más bien, es un encuentro entre especialistas en Cioran”.

En 2005, Herrera y Alfredo Abad, uno de sus pupilos, conformaron un grupo de investigación en filosofía contemporánea. Su primer proyecto fue “Cioran y la cultura rumana”. Este trabajo arrojó la publicación de dos libros Cioran, ensayos críticos, 2008, y Cioran en perspectivas, 2009. “Uno de nuestros objetivos era que el país pudiera tener acceso a bibliografía en español sobre Cioran. El primer libro, esencialmente, es una recopilación de textos de especialistas traducidos por nosotros. El segundo es una reunión de ensayos míos y de Alfredo”. Otro objetivo del grupo fue organizar un encuentro anual para discutir la obra de Cioran en la Universidad Tecnológica de Pereira (UTP). Han hecho tres y han contado con participación de académicos europeos.

Ahora y por solicitud de su autor, el filósofo rumano Ciprian Valcan, la profesora adelanta la traducción de un nuevo libro. “Es un texto sobre las influencias alemanas y francesas en Cioran, que han estado presentes en Rumania desde fines del siglo XVIII”.

Herrera está casada y es docente de la licenciatura en filosofía de la UTP hace 18 años. En filosofía contemporánea imparte cátedra de Cioran y Karl Jaspers, y en filosofía moderna, cátedra de Hegel.

Vive con su marido en una casa de condominio campestre situado en la vía Pereira-Armenia. Su biblioteca está regada por toda la casa y es famosa su vasta colección de música clásica en acetato. En un rincón de su estudio tiene ampliadas fotografías de Rasinari y de Cioran, de su tumba en Montparnasse, no menos de sesenta títulos sobre él, además de su obra completa. Encima de estos anaqueles, una bandera de Rumania junto a la de Colombia.

Bebe Tuica —un aguardiente rumano de 57 grados de alcohol hecho de ciruela silvestre— y cada tanto escucha música folclórica balcánica. Guarda las cartas que Cioran le envió en una bolsa de plástico dentro del cajón de su escritorio. “La última carta que recibí de él, en 1990, fue una respuesta a una que le había enviado a propósito de una entrevista en la que él decía que amaba el tango. Para mí fue una sorpresa muy grata y se lo dije. Me respondió en una carta muy corta que el tango era pura melancolía, y que si había un sentimiento fundamental en la vida era la melancolía. ‘Quien ame el tango es mi cómplice’, me dijo”.

Por Juan Miguel Álvarez / Especial para El Espectador, Pereira

 

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