La historia de las mujeres en América Latina: un relato de resistencias y construcción de identidad
Diana Uribe, en tres episodios de su podcast, bajo el título Mujeres de América Latina, hace un recorrido por diferentes países del continente, narrando la historia de algunas mujeres que han dejado su huella a lo largo y ancho de la región. Esta antología es un tributo a la diversidad, al pensamiento y a un continente que tiene una historia común.
María José Noriega Ramírez
Contar la historia de las mujeres en América Latina es narrar las luchas y batallas con las que, a lo largo de la historia del continente, desde épocas coloniales, y desde la música, la academia, la literatura, la política y la defensa de los derechos humanos, han aportado a la construcción de un mundo justo, equitativo y en paz, entendido y construido desde América Latina. Estas batallas no han sido fáciles, han traído dolor y dificultades. El exilio y los juicios sociales, que pusieron en duda su integridad como mujeres, han sido el precio que han tenido que pagar por sus batallas y conquistas. Diana Uribe, en tres episodios de su podcast, bajo el título Mujeres de América Latina, hace un recorrido por diferentes países del continente, narrando la historia de algunas mujeres que han dejado su huella a lo largo y ancho de la región. Esta antología es un homenaje a todas las mujeres latinoamericanas, y aunque faltan varias voces por rescatar, resulta siendo un tributo a la diversidad, al pensamiento y a un continente que tiene una historia común.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
Contar la historia de las mujeres en América Latina es narrar las luchas y batallas con las que, a lo largo de la historia del continente, desde épocas coloniales, y desde la música, la academia, la literatura, la política y la defensa de los derechos humanos, han aportado a la construcción de un mundo justo, equitativo y en paz, entendido y construido desde América Latina. Estas batallas no han sido fáciles, han traído dolor y dificultades. El exilio y los juicios sociales, que pusieron en duda su integridad como mujeres, han sido el precio que han tenido que pagar por sus batallas y conquistas. Diana Uribe, en tres episodios de su podcast, bajo el título Mujeres de América Latina, hace un recorrido por diferentes países del continente, narrando la historia de algunas mujeres que han dejado su huella a lo largo y ancho de la región. Esta antología es un homenaje a todas las mujeres latinoamericanas, y aunque faltan varias voces por rescatar, resulta siendo un tributo a la diversidad, al pensamiento y a un continente que tiene una historia común.
Lo invitamos a leer la historia de Vicenta Siosi, la voz femenina de la literatura wayuu
La lucha documentada de las mujeres latinoamericanas data de las épocas coloniales, años en los que no tenían un lugar en el espacio público y el acceso al conocimiento estaba restringido a los hombres. Aun así, y en medio de un contexto social rígido y discriminatorio, nombres como el de Sor Juan Inés de la Cruz y Manuelita Sáenz dejaron su huella en la historia. La primera es ejemplo de lo que significó ser mujer y escritora bajo el virreinato español en México, y la segunda es una heroína de la patria para Ecuador, Perú, Colombia y Venezuela, una figura clave en la lucha por la independencia del continente.
Sor Juana Inés de la Cruz nació en medio del esplendor de la Nueva España, situado bajo los cimentos de grandeza del Imperio azteca. Creció en una época de prosperidad, en la que se desarrollaron tertulias, existieron universidades e imprentas y el poder estaba fundamentado en la Iglesia católica. Así, la única forma en la que pudo garantizar su vida intelectual, a pesar de haber sido una niña que aprendió a leer y a escribir a los tres años, que a los ocho escribió su primera obra, que aprendió latín y que fue apadrinada por los marqueses, quienes reconocieron su inteligencia, vivacidad y capacidad por escribir poemas, fue perteneciendo a la institución religiosa. En la Orden Monástica San Jerónimo, se apartó del ideal de mujer, que estaba encarnado en la figura de la monja, pues en su celda organizó puntos de encuentro entre escritores y filósofos, construyendo a su alrededor círculos intelectuales. Esto le costó recibir juicios sociales, como la recomendación que le hizo el obispo de la ciudad de Puebla de dejar los asuntos seculares en manos de los hombres. Su respuesta fue un manifiesto a favor del derecho de la mujer a la educación y su visión del mundo, con respecto a la doble moral de los hombres, la dejó inmortalizada en el poema Sátira filosófica: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis. Si con ansias sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué querréis que obren bien si las incitas al mal? (…). Dejad de solicitar, y después, con más razón, acusaréis la afición de la que os fuere a rogar. Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia, pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo”.
Por su parte, Manuelita Sáenz, como heroína de la independencia y mujer patriota, asumió como propias las batallas por la independencia. Tiempo antes de conocer a Simón Bolívar, Sáenz estaba ejecutando sus propias luchas: convencer a los regimientos de cambiar de bando y apoyar la causa de la independencia. Es decir, ya era una revolucionaria. Incluso, fue condecorada con la Orden del Sol por haber logrado que un medio hermano y los demás oficiales de una unidad realista lucharan por la causa patriota. Luego de que en Quito se oficializara la incorporación de Ecuador a la República de la Gran Colombia, Sáenz y Bolívar se encontraron. A partir de ese momento, se aliaron bajo un pacto común: liberar el continente del dominio español. Con vestimenta de soldado, con casaca azul y cuello rojo, estuvo al pie del cañón en las campañas y en las batallas independentistas, como la de Ayacucho, con la que terminó toda la secuencia de enfrentamientos a favor de la liberación de América Latina. Así, Manuelita Sáenz estuvo presente en el momento decisivo de la independencia. Como en esa época no existían los Estados nacionales de hoy, Colombia, Perú, Ecuador y Venezuela la reclaman como propia.
Lo cierto es que América Latina se independizó del Imperio español, pero no se descolonizó. La forma de concebirse con respecto a lo de afuera, atada hacia las construcciones sociales europeas que se asumieron como propias, y que han sido la fuente de negación de la diversidad, así como de la invisibilización y del ataque al mestizaje, impidieron formar un pensamiento propio del continente, una narrativa creada por latinoamericanos para Latinoamérica. A partir de ese vacío, varias mujeres han hecho un esfuerzo por contar el continente desde sus voces, sus realidades y problemáticas. Justamente, Silvia Rivera cambió el lugar de enunciación de la región. Viniendo de Bolivia, un país en el que, según El Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA), se han reconocido 36 pueblos nativos, esta socióloga ha trabajado sobre temas vinculados al reconocimiento de las tradiciones no europeas. Como estudiosa de las cosmologías quechua y aymara, Rivera ha hecho énfasis en que los pueblos indígenas tienen su propia historia, aun cuando no esté escrita, y en que su filosofía es igual de válida al sistema de creencias de Occidente. Esto planteó una necesidad de repensar el pueblo latinoamericano.
La lucha por el reconocimiento del mestizaje, sobre todo con relación a la comunidad afroperuana, ha sido la misión de vida que Susana Baca asumió como propia. Su esfuerzo, desde la esfera musical y cultural, ha sido el de visibilizar a la comunidad afro de Perú, ha sido usar su voz, desde las raíces de la música afro, para sacar del olvido y de la marginalización a su pueblo. Teniendo una madre bailarina y a unas tías cantadoras, así como la oportunidad de crecer en un ambiente de folklore musical, en el que resaltaron figuras como Arturo el Zambo Cavero y Victoria Santa Cruz, y de tener vínculos con Perú Negro (la Asociación Cultural Afroperuana), Baca estaba destinada a que esa lucha se convirtiera en su convicción de vida. Su álbum Color de Rosa: Poesía y Cantos Negros es prueba de ello. “Pero no pintes con un mismo color de rosa las llagas de mi pueblo. Que tus pinceles pasen sobre mi país ásperamente, como los vientos de la sierra color de furia. Y que pinten los árboles y el cielo color de rabia, y la tierra robada color de llanto, y mi casa y mi corazón color de fuego, color de combate, color de esperanza”.
Mercedes Sosa, la voz de América Latina, también utilizó su canto en nombre de la conciliación, aquella entre la Argentina provincial y la Argentina porteña, representada por el modelo cosmopolita de Buenos Aires. El país del Cono Sur tenía varias naciones dentro de la gran nación, y Sosa luchó por conciliar esos mundos. El respeto a su acento, a ese énfasis en la letra r que nunca abandonó, y a sus raíces tucumanas la llevó a consolidarse como la voz del continente. Siendo intérprete, más no compositora, le cantó a la esperanza, a la tierra, a la vida y a la unidad, pero también al dolor y a la ausencia que le dejó, como a muchos más, la realidad del exilio. Por eso, entonó “Canción con todos”, que, en palabras suyas, “es casi un himno de América Latina”: “Sol de Alto Perú, rostro Bolivia, estaño y soledad. / Un verde Brasil, besa mi Chile, cobre y mineral. / Subo desde el Sur hacia la entraña América y total. / Pura raíz de un grito destinado a crecer y a estallar. / Todas las voces, todas, / todas las manos, todas, / toda la sangre puede ser canción en el viento. / Canta conmigo, canta, hermano americano, / libera tu esperanza con un grito en la voz”. Pero, un año después de haber sido forzada a dejar su tierra, a ese país que desde el folklore trató de honrar y respetar, de su pecho salieron los versos de “Como la cigarra”: “Tantas veces me mataron, / tantas veces me morí. / Sin embargo, estoy aquí resucitando. / Gracias doy a la desgracia / y a la mano con puñal / porque me mató tan mal. / Y seguí cantando. / Cantando al sol como la cigarra, / después de un año bajo la tierra, / igual que sobreviviente / que vuelve de la guerra.
La literatura no se queda atrás en el intento por construir un relato del continente desde sus propias voces y protagonistas. Los poemas de Gabriela Mistral apelan a los marginados, a los excluidos. Hija de una familia humilde, dio sus primeros pasos dictando clases. Al no tener dinero para pagar sus estudios, Mistral fue una profesora empírica, una maestra en la que por sus venas corrió la capacidad de impactar, a través de sus enseñanzas, a las poblaciones más vulnerables de Chile. Los docentes profesionales la miraban por encima del hombro por su falta de estudios, pero la validación de su conocimiento en la Escuela Normal No. 1 de Santiago de Chile le permitió ejercer como profesora de bachillerato. Recorriendo aldeas, pueblos y ciudades, Mistral vio de primera mano la desigualdad de su país. Como defensora de la educación primaria, esta poetisa dedicó sus versos a los campesinos y a los mapuches. “-Chiquito, escucha: ellos eran /dueños de bosque y montaña, / de lo que los ojos ven / y lo que el ojo no alcanza, / de hierbas, de frutos, de / aire y luces araucanas, / hasta el llegar de unos dueños / de rifles y caballadas (…). -Di cómo se llaman, dilo. / -Hasta su nombre les falta. / Los mientan “araucanos” / y no quieren de nosotros / vernos bulto, oírnos habla. / Ellos fueron despojados, / pero son la Vieja Patria, / el primer vagido nuestro / y nuestra primera palabra. / Son un largo coro antiguo / que no más ríe y ni canta. / Nómbrala tú, di conmigo: / brava-gente-araucana. / Sigue diciendo: cayeron. / Di más: volverán mañana”. Para ella, los mapuches saben amar su tierra, de ahí que esos versos se titulen Araucanos. Los campesinos también fueron la inspiración de sus poemas: “Todavía, todavía / esta queja doy al viento: / los que siembran, los que riegan, / los que hacen podas e injertos, / los que cortan y cargan / debajo de un sol de fuego / la sandía, seno rosa, / el melón que huele a cielo, / todavía, todavía / no tiene un “canto de suelo” (…). Pero fue en vano de niña / la pela y el asoleo, / y en vano acosté racimos / en sus cajitas de cuento, / y en vano celé las melgas / de frutillares con dueño... / porque mis padres no hubieron / la tierra de sus abuelos, / y no fui feliz, cervato, / y lo lloro hasta sin cuerpo, / sin ver las doce montañas / que me velaban el sueño, / y dormir y despertar / con el habla de cien huertos / y con la sílaba larga / del río adentro del sueño”.
Las luchas de las mujeres por aportar a la construcción auténtica del continente se ven en la esfera política, en los imaginarios que se han construido en torno a su labor por la defensa de los derechos, pues, finalmente, los esfuerzos ejecutados desde los diferentes sectores y lenguajes responden a la lucha colectiva por la defensa del territorio y de la vida. María Cano, la primera mujer que luchó por la defensa de los derechos de los trabajadores en Colombia, es ejemplo de ello. En la segunda década del siglo XX, en un contexto en el que existía cierta industrialización y las multinacionales estaban llegando al territorio nacional, esta paisa se convirtió en la abanderada de la clase obrera, no en vano la bautizaron “La flor del trabajo”. Recorriendo el país, visitando las fábricas y organizando reuniones obreras multitudinarias, Cano construyó un relato nacional alrededor de los derechos, en una realidad social en la que no existía tal cosa. La represión hacia el movimiento obrero, vista en su máxima expresión en la Masacre de las Bananeras, la vivió en carne propia. Además, quedó en medio de las tensiones entre el Partido Comunista y el Partido Socialista, diferentes tendencias del movimiento obrero. Sin embargo, su lucha era una convicción, y a quienes trataron de insinuar lo contrario, les respondió: “Usted acusa de conspiradores a mis compañeros y me quiere excluir a mí de mi total responsabilidad, porque supuestamente yo estoy llevada y convencida por ellos. Es decir, no me otorga la posibilidad de criterio personal. En este país, donde la mujer habla a través del cura, del marido o del padre, hay esa costumbre. Pero este debate yo no lo voy a hacer. La gente sabe quién soy y cuál es mi criterio”. Así, María Cano quedó en el imaginario nacional como una mujer en pie de lucha.
A pesar de contextos de violencia y de persecución, las mujeres latinoamericanas no se han quedado calladas. Las hermanas Miraval, por ejemplo, se enfrentaron a la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo, en República Dominicana. Trabajando en la clandestinidad, y siendo parte de la agrupación Catorce de Junio, fueron opositoras permanentes del régimen. Minerva y María Teresa, en mayo de 1960, fueron juzgadas por atentar contra la seguridad del Estado y fueron condenadas a tres años de prisión. Por órdenes del dictador, no cumplieron la sentencia, pero siete meses después, el 25 de noviembre, las tres hermanas fueron violentadas y asesinadas brutalmente por disposición del régimen. Aun cuando Trujillo llegó a pensar que el hecho iba a pasar desapercibido, que la muerte de estas mujeres se iba a olvidar fácilmente, no fue así. El asesinato de las hermanas Miraval fue un llamado de alerta para la sociedad dominicana, incluso se considera como una de las causas del asesinato del dictador, un año después. Así, la muerte de las opositoras abrió los ojos hacia una sociedad que no era sostenible, hacia una realidad en la que nadie estaba seguro. Como una forma de reconocimiento a la lucha de estas hermanas, el aniversario de su muerte se conoce como el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, así se promovió desde el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano, celebrado en Bogotá, en 1981, y reconocido por Naciones Unidas desde 1999.
Finalmente, Rigoberta Menchú es un símbolo de resistencia en la historia de América Latina. Siendo una indígena maya, y tras crecer en un contexto de dictadura y guerra civil, en donde prevalecían los conflictos por la tenencia de la tierra y por la desigualdad social, así como miles de asesinatos de indígenas, campesinos, sindicalistas y estudiantes, vivió en carne propia la violencia de su país. Su papá murió en la masacre de la Embajada Española, en 1980, hecho que ocurrió por la represión ejercida en contra de unos campesinos que se tomaron el lugar en forma de protesta, dadas las condiciones deplorables en las que vivían y por la violación sistemática a sus derechos. La respuesta institucional fue una represión brutal: fueron quemados vivos. Ante este panorama, el exilio fue la única opción y Rigoberta Menchú llegó a México. Desde allí, desde tierras lejanas, comenzó a denunciar las injusticias que se vivían en su país; se levantó y empezó a luchar. En el quinto centenario de la conquista española de América, en 1992, Rigoberta Menchú, la mujer indígena que emprendió una batalla a escala internacional en nombre de su patria, recibió el Premio Nobel de la Paz. En su discurso de aceptación, dijo: “Este premio lo interpreto, primero, como un homenaje a los pueblos indígenas sacrificados y desaparecidos. Por la aspiración de una vida más digna, justa, libre, de fraternidad y comprensión entre los seres humanos, para albergar la esperanza de un cambio de la situación de pobreza y marginalidad de los indígenas, relegados y desamparados en Guatemala y en todo el continente americano”.
Este breve recorrido por la historia de mujeres latinoamericanas, y sabiendo que quedan bastantes nombres por fuera de estas líneas, como lo afirma Diana Uribe en su podcast, muestra cómo la música, la literatura, la política y la academia han sido escenarios de resistencia y creación, desde donde las mujeres han aportado a la construcción de un relato colectivo y auténtico de América Latina.