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                                                                                                                              La historia del cabo nazi que fue fusilado por salvar a los judíos

                                                                                                                              El crimen del austriaco Anton Schmid fue ser aliado de la humanidad. Su fusilamiento se dio en nombre de la compasión que surgió luego de ver los trabajos forzados y los asesinatos en masa a la comunidad judía en Vilna, la llamada "Jerusalén de Lituania".

                                                                                                                              Andrés Osorio Guillott

                                                                                                                              En Viena, capital de Austria, hay una calle llamada Anton Schmid como un modo de honrar la memoria del cabo. / Cortesía

                                                                                                                              Era el 13 de abril de 1942. Al frente tenía a un soldado que en el último lustro pudo haber sido su mejor amigo o simplemente un subordinado. “Yo solo actúo como un ser humano que no quiere hacerle daño a nadie”, le escribió Anton Schmid a su esposa. Y seguramente mientras le recordaban las causas que lo llevaron a ser condenado, el cabo que estaba a cargo de uno de los guettos de Vilna habría de recordar que la bondad lo llevó a la muerte, a la inclemente injusticia que se camuflaba en los ideales de un ejército que mataba a diestra y siniestra por no ser de raza aria y por desconocer los principios que Adolf Hitler promulgaba como mandamientos.

                                                                                                                              Ante sus ojos vio la desaparición de niños inocentes. Que la única culpa, que era impuesta, era ser hijos de judíos. Presenció los golpes, los disparos y los actos barbáricos de los soldados que se hacían inmunes a la compasión. Y se hacían inmunes porque antes que enseñarles a ser humanos les enseñaron que en el mundo existía una raza pura y una raza inferior, que aquello que no estuviera dentro de los lineamientos de la bandera que exaltaba la esvástica era digno de ser apedreado, humillado y borrado del mapa.

                                                                                                                              Puede leer: Diana Uribe: “La paranoia es una vieja arma política”

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                                                                                                                              Vilna, capital de Lituania en la actualidad, había sido un territorio en  disputa desde la Primera Guerra Mundial cuando Polonia y Lituania reclamaban la ciudad. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Vilna hacía parte del noreste de Polonia. Luego, tras el pacto Pacto Ribbentrop-Mólotov, llamado así por los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y la Unión Soviética respectivamente, Vilna pasó a ser parte de la Unión Soviética y, posteriormente, a Lituania. Alrededor de 55.000 judíos hacían parte de la ciudad que contaba con una población de 200.000 personas aproximadamente. “La Jerusalén de Lituania” era el nombre que recibía Vilna por la cantidad de judíos que residían en la ciudad y de los 12.000 refugiados que habían llegado desde Polonia.

                                                                                                                              La comunidad judía de Vilna estuvo a salvo hasta el 24 de junio de 1941, fecha en la cual las tropas alemanas llegaron a la ciudad tras dos días de una inminente avanzada que los nazis habían logrado en el este de Europa. Desde ese entonces, Vilna se convirtió en un escenario de tortura. 8.500 judíos fueron asesinados entre julio y agosto de 1941 en el bosque de Ponary, a 13 kilómetros de “La Jerusalén de Lituania”. Así, los alemanes lograron tomar el control de la zona. Dos ghettos y una prisión convirtieron a Vilna en un fuerte del ejército nazi, en el que los trabajos forzados, las desapariciones y los asesinatos masivos eran tan cotidianos como la salida del sol en el alba.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Puede leer: Las bombas de la Segunda Guerra Mundial tuvieron efecto en el espacio

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                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Schmid fue fusilado el 13 de abril de 1942. Asumió con aplomo su último instante sobre la faz de la tierra y murió con la bandera de la humanidad. Antes que el traje nazi, que fue su mayor imposición y quizá solamente un disfraz, estaba vestido con los colores que no están suscritos a una ideología sino a la simple pero extinta bondad de la humanidad.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              En Viena, capital de Austria, hay una calle llamada Anton Schmid como un modo de honrar la memoria del cabo. / Cortesía

                                                                                                                              Era el 13 de abril de 1942. Al frente tenía a un soldado que en el último lustro pudo haber sido su mejor amigo o simplemente un subordinado. “Yo solo actúo como un ser humano que no quiere hacerle daño a nadie”, le escribió Anton Schmid a su esposa. Y seguramente mientras le recordaban las causas que lo llevaron a ser condenado, el cabo que estaba a cargo de uno de los guettos de Vilna habría de recordar que la bondad lo llevó a la muerte, a la inclemente injusticia que se camuflaba en los ideales de un ejército que mataba a diestra y siniestra por no ser de raza aria y por desconocer los principios que Adolf Hitler promulgaba como mandamientos.

                                                                                                                              Ante sus ojos vio la desaparición de niños inocentes. Que la única culpa, que era impuesta, era ser hijos de judíos. Presenció los golpes, los disparos y los actos barbáricos de los soldados que se hacían inmunes a la compasión. Y se hacían inmunes porque antes que enseñarles a ser humanos les enseñaron que en el mundo existía una raza pura y una raza inferior, que aquello que no estuviera dentro de los lineamientos de la bandera que exaltaba la esvástica era digno de ser apedreado, humillado y borrado del mapa.

                                                                                                                              Puede leer: Diana Uribe: “La paranoia es una vieja arma política”

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                                                                                                                              Vilna, capital de Lituania en la actualidad, había sido un territorio en  disputa desde la Primera Guerra Mundial cuando Polonia y Lituania reclamaban la ciudad. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Vilna hacía parte del noreste de Polonia. Luego, tras el pacto Pacto Ribbentrop-Mólotov, llamado así por los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y la Unión Soviética respectivamente, Vilna pasó a ser parte de la Unión Soviética y, posteriormente, a Lituania. Alrededor de 55.000 judíos hacían parte de la ciudad que contaba con una población de 200.000 personas aproximadamente. “La Jerusalén de Lituania” era el nombre que recibía Vilna por la cantidad de judíos que residían en la ciudad y de los 12.000 refugiados que habían llegado desde Polonia.

                                                                                                                              La comunidad judía de Vilna estuvo a salvo hasta el 24 de junio de 1941, fecha en la cual las tropas alemanas llegaron a la ciudad tras dos días de una inminente avanzada que los nazis habían logrado en el este de Europa. Desde ese entonces, Vilna se convirtió en un escenario de tortura. 8.500 judíos fueron asesinados entre julio y agosto de 1941 en el bosque de Ponary, a 13 kilómetros de “La Jerusalén de Lituania”. Así, los alemanes lograron tomar el control de la zona. Dos ghettos y una prisión convirtieron a Vilna en un fuerte del ejército nazi, en el que los trabajos forzados, las desapariciones y los asesinatos masivos eran tan cotidianos como la salida del sol en el alba.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Puede leer: Las bombas de la Segunda Guerra Mundial tuvieron efecto en el espacio

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Por Andrés Osorio Guillott

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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