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                                                                                                                              La historia detrás de la Historia

                                                                                                                              Los escritores han buscado en personajes y hechos de otros tiempos una excusa para novelar. ¿Qué tensiones existen entre la verdad y la imaginación?

                                                                                                                              Juan David Torres Duarte

                                                                                                                              Fue en 2008 cuando Nahum Montt publicó Lara, el relato que revivía el asesinato del dirigente político Rodrigo Lara Bonilla en 1984. Fue por ese tiempo, también, en que entregó la novela a la familia de Lara Bonilla para que la leyeran y quizá dieran su opinión; al día siguiente de la entrega, el hijo menor de Lara, Paulo José, fue a visitarlo. Le dijo que, en algún sentido, allí estaba todo lo que él había escuchado de pequeño, todos los fragmentos reunidos de tantas historias que había venido escuchado desde que tenía dos años, cuando murió su padre.

                                                                                                                              Sin embargo, poco antes de terminar la visita, Paulo José Lara detuvo a Montt y le dijo: “Hay una cosa que no puedo perdonarle”. El escritor, extrañado, pensó que había cometido algún error. “No puedo perdonarle —siguió Lara— que haya matado a mi papá en la novela. Usted lo mató”.

                                                                                                                              Por esas palabras, Montt —uno de los invitados principales del VI Encuentro Nacional de Escritores en Calarcá, que finalizó este fin de semana— reflexionó sobre el papel de la novela histórica. Hoy piensa que, pese a que está bien investigar y documentarse antes de escribir, la novela no puede perder la libertad de imaginación, no puede dejar de jugar con los hechos y sus variantes. El final real fue la muerte de Lara; en la novela pudo ser otro, quizá una hipótesis sobre qué hubiera sido del país si Lara siguiera vivo. Son, en últimas, decisiones del autor. Del mismo modo procedió Miguel Torres en El crimen del siglo, donde Roa Sierra, el tan mentado asesino de Jorge Eliécer Gaitán, no es más que una pieza ingenua de una maquinaria más amplia y misteriosa que el lector desconoce por completo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Evelio Rosero (Bogotá, 1958) cuenta que desde muy niño, cuando su familia se trasladó a Pasto, escuchó historias sobre Bolívar; en susurros, su familia hablaba de esa figura de un modo extraño, no con el mismo respeto con que se lo trataba en las clases del colegio. Años después, en la universidad, encontró una biografía de Bolívar escrita por el pastuso José Rafael Sañudo: allí estaba la respuesta a esas rivalidades. El retrato histórico martilló su cabeza hasta la escritura de La carroza de Bolívar: fue allí donde recordó, entre otras historias, que Bolívar no era tan querido en Pasto por las masacres que allí cometió, porque los pastusos no lo dejaron pasar hacia Ecuador, porque siempre fue un hombre de ambiciones desmedidas y no olvidó nunca la negativa del pueblo pastuso, liderado por Agustín Agualongo. La escritura fue, pues, una experiencia distinta al resto de su obra: Rosero dice que su obra previa había estado basada en su imaginación, pero en esta ocasión tuvo que ceñirse a hechos históricas para dar una relativa verosimilitud a su historia. Lo mismo que hizo Nahum Montt.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Rosero también fue un poco más allá. No sólo tomó datos documentados (como las fechas de las batallas, el número de muertos, los enfrentamientos y las cifras oficiales), sino que también puso por escrito recuerdos que apenas hacían parte de la tradición oral nariñense, como aquel relato en que Bolívar deja a una niña pastusa embarazada. Son palabras que han pasado de generación en generación, tanto como la imagen misma de Bolívar, y que ahora hacen parte de una tradición escrita. La novela histórica, entonces, es el vehículo más adecuado para alejarse de la historia oficial; la novela histórica resalta anécdotas que, de otro modo, se perderían. Prueba de ello sería El general en su laberinto , de Gabriel García Márquez, que narra los últimos días de Simón Bolívar en Santa Marta: más allá de un recuento de su enfermedad, la novela somete al lector a la vida de un hombre enfermo, lleno de delirios.

                                                                                                                              De esa opinión es Fernando Cruz Kronfly (Buga, 1943). Cruz dice que la literatura le propone un juego distinto a la Historia (así, con mayúsculas), un relato que se aleja de la supuesta imparcialidad a que se someten los historiadores. En ese sentido, la novela histórica es también uno de los modos de la crítica: toda novela histórica bien construida es un relato ajeno a la verdad establecida. ¿Ha sido crítica la novela histórica en Colombia? A partir del estudio que realizó, Pablo Montoya (Barrancabermeja, 1963) dice que pocas novelas han revelado alguna oposición a los personajes y hechos históricos. En los últimos años, quizá, las cosas han cambiado: además de la novela de Evelio Rosero, el periodista Mauricio Vargas publicó en 2009 El mariscal que vivió de prisa, un retrato cercano de José Antonio Sucre, mucho más allá de su papel heroico y de su extraña muerte.

                                                                                                                              Montoya también resalta un hecho esencial, pero que por momentos se olvida: la novela histórica, antes que historia, es literatura. De modo que debe preocuparse por convertirse en una aventura del lenguaje y crear un entorno propio. Por encontrar la belleza por encima de la verdad oficial.

                                                                                                                               

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                               

                                                                                                                              jtorres@elespectador.com

                                                                                                                              @acayaqui

                                                                                                                              Fue en 2008 cuando Nahum Montt publicó Lara, el relato que revivía el asesinato del dirigente político Rodrigo Lara Bonilla en 1984. Fue por ese tiempo, también, en que entregó la novela a la familia de Lara Bonilla para que la leyeran y quizá dieran su opinión; al día siguiente de la entrega, el hijo menor de Lara, Paulo José, fue a visitarlo. Le dijo que, en algún sentido, allí estaba todo lo que él había escuchado de pequeño, todos los fragmentos reunidos de tantas historias que había venido escuchado desde que tenía dos años, cuando murió su padre.

                                                                                                                              Sin embargo, poco antes de terminar la visita, Paulo José Lara detuvo a Montt y le dijo: “Hay una cosa que no puedo perdonarle”. El escritor, extrañado, pensó que había cometido algún error. “No puedo perdonarle —siguió Lara— que haya matado a mi papá en la novela. Usted lo mató”.

                                                                                                                              Por esas palabras, Montt —uno de los invitados principales del VI Encuentro Nacional de Escritores en Calarcá, que finalizó este fin de semana— reflexionó sobre el papel de la novela histórica. Hoy piensa que, pese a que está bien investigar y documentarse antes de escribir, la novela no puede perder la libertad de imaginación, no puede dejar de jugar con los hechos y sus variantes. El final real fue la muerte de Lara; en la novela pudo ser otro, quizá una hipótesis sobre qué hubiera sido del país si Lara siguiera vivo. Son, en últimas, decisiones del autor. Del mismo modo procedió Miguel Torres en El crimen del siglo, donde Roa Sierra, el tan mentado asesino de Jorge Eliécer Gaitán, no es más que una pieza ingenua de una maquinaria más amplia y misteriosa que el lector desconoce por completo.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Entonces, ¿cómo debe la literatura retratar la historia de Colombia? Tres escritores —Evelio Rosero, Pablo Montoya y Fernando Cruz Kronfly— se reunieron en el panel de cierre del encuentro para discutirlo. Los tres han escrito novelas sobre personajes históricos; Rosero y Cruz coinciden en Simón Bolívar, que retrataron en sus obras La carroza de Bolívar y Las cenizas del Libertador. Montoya, por su parte, realizó un estudio titulado Novela histórica en Colombia, 1988-2008: entre la pompa y el fracaso. ¿Cuál fue su experiencia de escritura y qué función le otorgan a este tipo de literatura?

                                                                                                                              Evelio Rosero (Bogotá, 1958) cuenta que desde muy niño, cuando su familia se trasladó a Pasto, escuchó historias sobre Bolívar; en susurros, su familia hablaba de esa figura de un modo extraño, no con el mismo respeto con que se lo trataba en las clases del colegio. Años después, en la universidad, encontró una biografía de Bolívar escrita por el pastuso José Rafael Sañudo: allí estaba la respuesta a esas rivalidades. El retrato histórico martilló su cabeza hasta la escritura de La carroza de Bolívar: fue allí donde recordó, entre otras historias, que Bolívar no era tan querido en Pasto por las masacres que allí cometió, porque los pastusos no lo dejaron pasar hacia Ecuador, porque siempre fue un hombre de ambiciones desmedidas y no olvidó nunca la negativa del pueblo pastuso, liderado por Agustín Agualongo. La escritura fue, pues, una experiencia distinta al resto de su obra: Rosero dice que su obra previa había estado basada en su imaginación, pero en esta ocasión tuvo que ceñirse a hechos históricas para dar una relativa verosimilitud a su historia. Lo mismo que hizo Nahum Montt.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Rosero también fue un poco más allá. No sólo tomó datos documentados (como las fechas de las batallas, el número de muertos, los enfrentamientos y las cifras oficiales), sino que también puso por escrito recuerdos que apenas hacían parte de la tradición oral nariñense, como aquel relato en que Bolívar deja a una niña pastusa embarazada. Son palabras que han pasado de generación en generación, tanto como la imagen misma de Bolívar, y que ahora hacen parte de una tradición escrita. La novela histórica, entonces, es el vehículo más adecuado para alejarse de la historia oficial; la novela histórica resalta anécdotas que, de otro modo, se perderían. Prueba de ello sería El general en su laberinto , de Gabriel García Márquez, que narra los últimos días de Simón Bolívar en Santa Marta: más allá de un recuento de su enfermedad, la novela somete al lector a la vida de un hombre enfermo, lleno de delirios.

                                                                                                                              De esa opinión es Fernando Cruz Kronfly (Buga, 1943). Cruz dice que la literatura le propone un juego distinto a la Historia (así, con mayúsculas), un relato que se aleja de la supuesta imparcialidad a que se someten los historiadores. En ese sentido, la novela histórica es también uno de los modos de la crítica: toda novela histórica bien construida es un relato ajeno a la verdad establecida. ¿Ha sido crítica la novela histórica en Colombia? A partir del estudio que realizó, Pablo Montoya (Barrancabermeja, 1963) dice que pocas novelas han revelado alguna oposición a los personajes y hechos históricos. En los últimos años, quizá, las cosas han cambiado: además de la novela de Evelio Rosero, el periodista Mauricio Vargas publicó en 2009 El mariscal que vivió de prisa, un retrato cercano de José Antonio Sucre, mucho más allá de su papel heroico y de su extraña muerte.

                                                                                                                              Montoya también resalta un hecho esencial, pero que por momentos se olvida: la novela histórica, antes que historia, es literatura. De modo que debe preocuparse por convertirse en una aventura del lenguaje y crear un entorno propio. Por encontrar la belleza por encima de la verdad oficial.

                                                                                                                               

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                               

                                                                                                                              jtorres@elespectador.com

                                                                                                                              @acayaqui

                                                                                                                              Por Juan David Torres Duarte

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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