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La muerte de Virgilio (Extractos literarios)

Presentamos un fragmento de La muerte de Virgilio, tomado de la edición de Alianza Editorial, Madrid (2017), páginas: 169-171, 175-176. La versión de esta edición es de J.M. Ripalda sobre la traducción de A. Gregori.

Hermann Broch
17 de noviembre de 2020 - 05:12 p. m.
Virgilio presentó al emperador César Augusto en la "Eneida", su epopeya fundacional de Roma. / Getty Images
Virgilio presentó al emperador César Augusto en la "Eneida", su epopeya fundacional de Roma. / Getty Images
Foto: Getty Images

Fuego - El descenso

La soledad sin nombre del azar, sí, esto era lo que veía ante sí, a punto de caer y ya cayendo, mientras estaba aquí en la ventana. La noche vuelta extraña se había abierto ante sus miradas febriles, indómita e indomable en su abandono; inalteradamente inmóvil y sin embargo extraña, transida por el aliento suavemente áspero de la luna, inalteradamente inmóvil, atravesada quedamente por la Vía Láctea, se hundía en el silencioso canto de los astros, se hundía en la belleza y en la mágica unidad de su hechizo, en la fluctuante unidad del mundo embellecido, se hundía en su super-lejanía-petrificada-petrificante; y hermosa, rígida, enorme de espacio como esta super-lejanía, demoníacamente convertida como ella en algo extraño, con ella iba, transportada a través de las edades, noche y sin embargo lo inmortal dentro del tiempo, eónica y sin embargo sin eternidad, vuelta extraña a todo lo humano, extraña al alma humana, ya que la silenciosa unificación que así se realizaba impregnada de lejanía, impregnando la lejanía, no permitía ya ninguna clase de participación, el atrio de la realidad se había transformado en atrio de la irrealidad. Se habían extinguido los órdenes de las esferas del ser, callaba el mate sonido de su espacio de plata encerrado y enajenado por lo ultra-sensible, encerrado en sí como extrañeza lo ultra-inasible de cualquier humanidad, y luna y Vía Láctea y astros no tenían ya nombres, eran para él desconocidos en lo inaccesible, en su aislamiento insalvable e irrevocable y, a pesar de ello, pensando sobre él despótico y amenazador, transparente y ardiente, frío abrasador del espacio de los mundos; lo que estaba alrededor de él no le encerraba ya, y, aunque encerrado por la noche, estaba fuera de su cueva, separado del destino del mundo invisible-visible, separado de todo por lo divino, separado de todo lo humano, separado del conocimiento, separado de la belleza, pues también la belleza del mundo invisible-visible había desaparecido en lo sin nombre, apenas era ya el recuerdo…

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-Oh Plocia, ¿sé todavía tu nombre? En tus cabellos habitaba la noche, coronada de estrellas, presintiendo la nostalgia, prometiendo la luz, y yo, inclinado sobre su nocturnidad, ebrio con el aliento brillantemente dulce de la noche, ¡no me he hundido en ella! Oh ser perdido, extrañeza la más familiar, familiaridad la más extraña, tú, lejanísima cercanía, la más cercana de todas las lejanías, primera y última sonrisa del alma en su seriedad, tú, oh tú, que eras y eres todo, familiar y extraña y sonrisa de cercana lejanía, tú, flor portadora del destino, yo no pude hacer penetrar tu vida en mí por su aplastante lejanía, por su aplastante extrañeza, por su aplastante cercanía y familiaridad, por su aplastante sonrisa de noche, por el destino, por su destino, que llevabas siempre y siempre llevarás en ti, inasequible para ti, inasequible para mí, que yo no podía tomar sobre mí, pues su aplastante inaccesibilidad hubiera hecho estallar mi corazón, ¡y yo he visto solamente tu belleza, no tu vida! Oh tú, que huiste indecisa, que no volví a llamar, tú, agraciada con la nostalgia, tú, claridad perdida entre las sombras, ¿dónde está tu retorno?, ¿dónde estás?, tú eras; y me dejaste el anillo de tu dedo, poniéndolo en mi mano y era, rodeándonos de oscuridad, el tiempo cercado de oscuridad, rodeando la oscuridad, delirante; oh Plocia, ya no lo sé…

(…)

-¡Oh Plocia, inolvidablemente inolvidada, bañada de belleza! Oh, si hubiera amor, sin la espesura de los hombres hubiera la fuerza arbitral del amor, significaría que juntos podríamos hallar la rama de oro, que juntos bajaríamos hasta la fuente de la nada del olvido, hasta la última sobriedad del infierno, que bajaríamos en una sobriedad sin sueños hasta el fondo primigenio, no a través de la bella puerta de marfil del sueño, que a nadie deja volver, sino por la sobria entrada de cuerno, que nos permite el retorno, la ascensión juntos, llevándonos de la última extinción del destino el nuevo destino, llevándonos del último no-amor el amor, ¡el destino creado de nuevo, el destino in fieri!, ¡oh Plocida, infantil y sin embargo ya no infantil!, sólo lo que está germinando es la realidad del amor que buscamos en todo lo que brota y florecer en primavera, en cada brizna de hierba, en cada flor, en cada creatura joven y creciente, pero en nada más íntimamente que en el niño, aceptando la moldeabilidad del destino en germen, que nos hace atractivo todo lo intocado, aceptando lo por venir en lo realizado, aceptando al niño en la fuerza de la constitución del hombre; oh Plocia, es el destino in fieri que nos será otorgado, si hubiera amor, si fuerza decisoria, liberada de todo el celo del acaso, pudiera garantizar la más verdadera seguridad de amor, y entonces el destino mismo sería el amor, lo sería en su devenir y en su ser, lo sería como descenso al más profundo no-recuerdo y al ascenso de vuelta al recuerdo de todo, como extinción en la nada y retorno a lo inmutablemente igual, sería como tallo de hierba y flor y niño y siempre fueron; pero transformado en amor, iluminado por el resplandor de la rama de oro del amor, el inhallable…

Por Hermann Broch

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