El Magazín Cultural

La paloma de Suan (Crónicas sin género)

Paloma Spinoza de los Monteros nació en un hogar de clase alta.  Siendo muy niña sus padres murieron en un accidente de   tránsito. Al quedar huérfana, su crianza estuvo a cargo de dos tías en un antiguo caserón ubicado en el pueblo mexicano de  San Cristóbal.

John Better Armella
10 de mayo de 2018 - 08:47 p. m.
Paloma, la protagonista de esta crónica, camina por Suan con el autor de la misma, John Better Armella. / Cortesía
Paloma, la protagonista de esta crónica, camina por Suan con el autor de la misma, John Better Armella. / Cortesía

Paloma Spinoza de los Monteros nació en un hogar de clase alta.  Siendo muy niña sus padres murieron en un accidente de   tránsito. Al quedar huérfana, su crianza estuvo a cargo de dos tías en un antiguo caserón ubicado en el pueblo mexicano de  San Cristóbal.  Hecha una señorita, la joven es sometida a una rigurosa crianza católica por parte de  Carlota, la menor de sus tías. Por el contrario, Leticia, la menor de las hermanas, le brinda a Paloma todo el amor y la comprensión posibles. La joven  ve pasar su vida como dentro de una jaula custodiada por Carlota, quien en realidad no es la puritana que aparenta, sino  el mismísimo  demonio, quien   se dedicará a  convertir sus días  en un infierno. A la pobre muchacha le tocará enfrentar “verdades inesperadas” como enterarse, entre otras cosas, de que su tía Leticia es su verdadera madre y que la terrible Carlota fue la asesina de Fernando,  su primer gran amor.

La anterior sinopsis parece haber sido sacada de uno de los tantos culebrones mexicanos que se emiten en el país, y en efecto así es. Lo anteriormente citado es el argumento de la telenovela “En nombre del amor”, una de las tantas producciones que ha protagonizado Victoria Ruffo a lo largo de su vida.

La otra Paloma de la que hablaremos a continuación vive en Suan,  un caluroso pueblo del Atlántico, y debe su nombre al personaje que caracterizó la joven actriz,  Allison Lozz, en la mencionada producción. A diferencia de la Paloma de San Cristóbal, la nuestra no vive en una mansión. Aunque tiene en común con la de la telenovela  el haber sido criada por un par de tías.

Paloma Coronel nació hace 24 años en Suan y fue bautizada con el nombre de Hader Coronel de la Hoz. Es de tez oscura, usa una gruesa cola de caballo hecha de pelo sintético rojo y negro. Lleva  un maquillaje fuerte que permanece inalterable a pesar de los 38 grados de temperatura que hacen brotar una cascada de sudor  que desciende por su rostro anguloso.  Sus cejas están delineadas con fuerza, parecen las alas de un pájaro oscuro en pleno vuelo.

Paloma ha dispuesto dos abanicos en la sala de su casa para iniciar esta charla. El aire que sale de los aparatos es vaporoso, se podrían hervir algunos vegetales con solo ponerlos enfrente de la hélice.  Luego se  dirige hasta la cocina y trae un par de vasos de agua. Toma asiento. Cruza  sus delgadas piernas. Tiene puesto un jean ajustado que le ha regalado una gran amiga y una blusa blanca tipo body. Su pecho es plano como una tabla de picar pescado y sus manos, como las de un boxeador amateur. Lleva las uñas pintadas de un rojo quemado, algunas de ellas lucen con el esmalte descascarado.

“Me las tengo que retocar”, dice, como disculpándose por haber fijado mi mirada en ellas.

¿Por qué tomó por nombre el de ese personaje de telenovela?

“Porque ella es buena”, dice la Paloma de Suan y sonríe penosamente.

Hay algo de niña avergonzada en sus gestos y su forma de hablar. Aun no puedo afirmar si nuestra Paloma sea buena o mala, eso está por verse.

El barrio Abajo de Suan está constituido por una serie de callejones a la orilla de la carretera  oriental, la cual comunica con el departamento de  Bolívar.  La calle donde vive Paloma está sin pavimentar. Una de sus tías vive  a dos casas de la suya y tiene en la puerta un puesto de aguacates.

“¿Te gusta el aguacate?”, me pregunta.

Al mediodía algunos vecinos del sector  buscan refugio bajo la sombra de algún árbol donde disponen sus mecedores y  pasan la tarde charlando o jugando cartas y dominó. Hay un grupo de niños jugando fútbol bajo el sol canicular. Uno de ellos es Steven, hermano de Paloma. Tiene 10 años y al igual que otros  tres de sus hermanos, Steven es no oyente. Fany, una de sus tías,  desconoce de dónde viene esta novedad, ya que en su familia no había referente alguno. Steven entra  la sala y su hermana Paloma lo presenta:

“Él es mi hermano, el sordito”. El niño mira con curiosidad, emite un indescifrable sonido y su tía Fany va por un vaso con agua para dárselo.

El patio de la casa es otro lugar de reunión de la familia Coronel. Doña Melba, la abuela y matrona del clan, yace sobre un banco de madera, a sus pies reposa una enorme ponchera con una sarta de brillantes y olorosas arencas.

“Son de un vecino que me las da para que las prepare, yo les saco el tripaje y las pico. Así me gano pa esta”, dice la mujer, haciendo una señal con las manos, que indica  que su noble labor representa parte del  sustento diario. Por su parte Fabián, primo de Paloma, se dedica a la recolección de leña en el monte, es un muchacho simpático y descamisado, en cuya anatomía está escrito lo duro de su trabajo.  En el patio también hay gallos de peleas, dos perros somnolientos que toman la siesta y un palomar con avecitas de diversos tonos picoteando la arena reseca.

“Esas palomas son de Hader”, comenta la abuela.

Paloma es una obsesiva con la limpieza.  Su casa es  muestra de ello. La sala es un  espacio amplio dotado solo de un juego de comedor y algunas fotografías familiares colgando en las paredes, una estancia limpia y agradable. Y es que cuando se trata de aseo general, no hay quien le eche cuento a esta chica.  Desde muy pequeña supo para qué servían un trapero y una escoba. Hoy en día no hay quien le supere cuando se trata de los asuntos relacionados con la limpieza

¿Desde cuándo se dedica al trabajo doméstico?

“Hace un tiempo ya, primero lo hacía en Barranquilla en casa de unas primas en el barrio la Chinita y en otra casa de por allí cerca. Aquí en Suan lo hago para mucha gente del pueblo”.

Los servicios que presta Paloma son variados: lava, trapea, cuida niños, y cocina, en esto último asegura estar su fuerte. Dice con orgullo que lo que mejor prepara es un arroz y una sopa de menudencias, su tía Fanny mete la cuchara y reafirma lo que su sobrina acaba de decir.

“Hader es experto con la cocina, le queda la comida más sabrosa que a mí”, agrega la tía.

Por una jornada  de oficio, ella  puede ganarse entre $6000 y $9000. Aunque hay veces  que solo trabaja para una sola persona y ganar alrededor de 120000 pesos mensuales. Una suma irrisoria para un trabajo que puede resultar estresante y pesado. Aunque los gastos de Paloma parezcan mínimos, por ejemplo, su ropa casi toda es obsequiada por amigas, no deja de tener cierto tinte de explotación el salario que recibe por sus servicios y es quizá por ello que le toca realizar otros oficios alternos para poder subsistir.

Salimos a dar un paseo por Suan. En el pueblo  todo el mundo la conoce. Casi nadie le llama por su nombre. Le gritan Hader o Shakira, aunque en nada se parezca a la cantante de Pies Descalzos. La saludan con efusividad. Las mujeres le entregan saludes de parte de otras personas, los hombres le agobian con términos de toda índole, pero nunca un insulto. No se escucha una sola voz que le lance algún comentario hiriente o mal intencionado.

Llegamos hasta el pequeño puerto en las afueras de Suan, donde los habitantes se comunican  con algunos corregimientos del Magdalena a realizar múltiples diligencias. Se pagan dos mil pesos y en menos de cinco minutos se atraviesa el rio hasta el Cerro de San Antonio, el pueblo más cercano. Desde allí se traen hasta Suan vegetales, mercancías y cerdos, principalmente.  En el cerro,  Paloma es un personaje conocido, vive allí un sinnúmero de conocidos. Gente como  Jeilir, un joven gay que emigró hasta el cerro debido a la persecución que padeció por parte de grupos al margen de la ley en la  alta Guajira.  En el Cerro se repiten las mismas escenas que en las calles de Suan, a bordo de un bicitaxi, Paloma parece una reina de pueblo tirando besos y devolviendo las sencillas flores en forma de palabras  que le son lanzadas.

“Hader, dice la señora Nury que vayas allá”, le grita una mujer desde la puerta de su casa.

Al interior de la paloma

Entre sus diez hermanos,  siempre sobresalió. Era diferente al resto de los varones, de eso se dieron cuenta todos cuando el pequeño Hader empezó a crecer  y sus intereses  distaban a los de sus hermanos. Poco le interesaba por entonces asarse bajo el sol canicular de Suan pateando una pelota o ir al monte a cazar torcazas o recolectar leña para atizar el precario fogón dispuesto en su patio.

“Algo raro pasa con el niño”, se decía su abuela Melba cada vez que observaba a Hader vistiendo a una vieja muñeca o inmiscuido en asuntos que a su parecer solo les incumbía a las mujeres de la casa.  Convertido en un preadolescente, Hader tenía algo claro: no se identificaba como varón, no estaba cómodo con su genitalidad ni con las imposiciones que su género asignado al nacer le sugería. Odiaba la ropa de niño que le hacían usar, al punto de esconderse en el cuarto y ponerse la ropa de sus tías. Con la adolescencia era ya casi imposible  seguir reprimiendo lo que sentía y por ello se va a Barranquilla a casa de unas parientes.

Es en esta ciudad donde encontraría el espacio perfecto para alzar el vuelo.  Había salido de la  jaula entreabierta que Suan  representaba para sus aspiraciones y ya era momento de tomar una decisión. Entonces las alas empezaron a brotarle de a poco.  Su pelo empezó a crecer, la ropa de hombre la dejó atrás y empezó a usar sus anheladas prendas  de mujer que desde siempre quiso llevar consigo, pintó las uñas de sus manos y pies, suavizó el rostro con maquillaje, delineó cejas y labios, se calzó unas sencillas sandalias, y salió a la calle, tímida, sin querer ser notada dio sus primeros pasos. Por último, despidió a Hader y se presentó al mundo con las alas abiertas.

Por lo general las chicas transgénero se identifican con personajes malvados, usted elegió un personaje bueno, virginal. ¿Por qué?

“Por qué yo soy así”, es su escueta respuesta, y vuelve a reír y luego asume ese gesto de pena que no abandonará a lo largo de esta charla.

A pesar de que Barranquilla era una ciudad grande y supuestamente tolerante para chicas como ella, Paloma decide regresar a su pueblo natal y mostrarle  a su familia y amigos en lo que se había transformado. Ya habían volado hasta Suan chismes sobre su nueva apariencia y a muchos no les tomó por sorpresa el cambio. Los suyos recibieron a Paloma con los brazos abiertos, de eso, hace dos años. Su tía Fany, su abuela, y todos en casa, le siguen llamando Hader. Contrario a lo que se creería, a ella no le molesta en lo absoluto que le llamen por ese nombre.

La gente del pueblo acogió su nueva imagen, y ahora ella y su íntima amiga, La Yuya, un estilista local, eran las dos primeras mujeres transgénero entre sus habitantes. Parece que los únicos que miran con desagrado a Paloma son aquellos a los que ella llama “maricas serios”, quienes le niegan el saludo y cuchichean cuando ella sale a la calle a pasear su vistoso plumaje.

Paloma, ¿no se sentiría más cómoda con una par de grandes tetas? La tomo por sorpresa con la pregunta, ella suelta una carcajada sonora.

“No, me da miedo que me pase lo de la Giovanita y la Wilsin”.

Se refiere a unas amigas de Malambo quienes murieron recientemente debido al abuso de sustancias cosméticas en sitios no acreditados para este tipo de intervenciones.

Un olor a leña viene desde el patio. El fogón se ha encendido, ya pronto será mediodía y hay que preparar el almuerzo. Una colegiala llega bañada en sudor de la calle. Es Claudia, su hermana de 18 años. La chica toma asiento y le pide agua a su tía Fany. Es una muchacha bonita, de rostro amable y  con esa misma aura de timidez de Paloma. Para ella no es tan fácil aceptar que su hermano se sintió siempre como una mujer. Claudia no entiende-y parece no importarle- la diferencia entre un transgénero o lo que coloquialmente ella conoce como un “mariquita” y para ella  lo que Paloma  es, hoy en día, no está bien visto ante los ojos de Dios, y lo resume en una simple ecuación: hombre con mujer, mujer con hombre.

¿Ama a su hermana?

“Sí, yo amo a mi hermano, Hader”, dice Claudia y se retira a su habitación separada de la sala por una sencilla cortina de color azul fuerte.

En nombre del amor

Los amores de Paloma son viajeros. El más reciente se fue al otro mundo hace menos de tres meses. “Era David”,  dice, y pone en mis manos una fotografía donde aparece un chico de unos veinte años que sostiene  en sus piernas a una muchacha rolliza de cabello crespo. Estamos nuevamente en la sala de su casa, el calor ha mermado solo un poco.

“Es su hermana”, comenta Paloma.

Cuando le pregunto sobre las causas de la muerte de su compañero, Paloma no sabe muy bien qué responder. Gaguea, mueve las manos, parece confundida, luego de unos segundos de silencio explica que el deceso de su novio tuvo que ver con problemas respiratorios.

“¿Recuerdas la señora que me mandó a decir que fuera a su casa allá en el Cerro de San Antonio? Bueno, era la señora Nury,  la mamá de David, ella me quiere mucho.

A Paloma le sobra gente que la quiera y la desee. Los fines de semana, cuando cae la noche en Suan, sus amores viajeros la reclaman a lo largo de la carretera oriental.

“Hace ya un tiempo trabajo en la carretera, ese es mi otro oficio. Soy trabajadora social”.

Así lo llama ella textualmente. Palabras más, palabras menos, Paloma se prostituye los fines de semana con los conductores de tractomula que transitan la carretera.  Cada viernes de la semana, entrada la noche, ella aborda una mula en la entrada del pueblo que la transporta hasta una bomba de gasolina cerca al puente de Calamar,  punto estratégico donde se reúne con  alguna de sus amigas del oficio como  la Andrea, la Marbella y la Giovanni.

¿Cuánto le cobra un mulero de Suan hasta el puente?

“Nada, mira, la cosa es así,  yo me entrego al  mulero, y al contrario,  él me da plata a mí”.

Ya en el punto de encuentro, todas luciendo hot pants y blusas provocativas, esperan uno a uno a los muleros que las llevarán con ellos hasta ciudades como Cartagena o Bucaramanga, el más alejado destino que el vuelo de Paloma haya alcanzado.

¿Cuánto cobra por tus servicios?

“30mil pesos”

¿Eso qué incluye?

“Todo”.

¿Qué es todo?

“Lo que se hace en el amor”.

Si un cliente te pide que lo penetres por ejemplo, ¿lo haces?

Antes de responder, Paloma pone cara de asco y pide excusa para ir al baño un momento.

“Eso a mí no me gusta, me ha pasado unas cuantas veces, pero yo mejor me bajo, yo soy mujer, mujer”.

Aunque afirma disfrutar más su trabajo de servicio doméstico, resalta que ese que ejerce en la carretera le permite conocer maravillosos lugares y pasear, para ella eso es algo positivo. Nunca se ha enamorado de sus clientes, la mayoría de ellos, hombres maduros del interior del país, sujetos sin nombre ni pasado que llegan hasta su regazo con olor a sudor y gasolina para volcar sobre ella el estrés acumulado durante horas y horas de timoneo.

Paloma vive el momento, el amor dura lo que marque el odómetro, quizá un día llegue a los mil kilómetros de amor de los que habla en su canción  la intérprete  argentina Divina Gloria. Por lo pronto su vida trascurre entre quehaceres y fines de semana al filo de la ruta, ir o venir, ya  le da lo mismo.

A veces hay días malos en que nada pasa, nadie se detiene a recogerlas.

¿Con que sueña, Paloma?

“Yo quiero ser maquilladora”.

¿No cree que lo que hace es peligroso? ¿No teme que la puedan herir cualquier día?

“Después de lo que le pasó a la Kelly, a veces me da miedo”.

Se refiere a una amiga travesti de Campo de la Cruz que se suicidó lanzándose del puente de Calamar. Meses antes a Kelly la habían violado entre varios sujetos y la dejaron abandonada  en un monte cerca de Suan. La encontraron desangrándose, le extrajeron de sus partes íntimas objetos contundentes que desgarraron sus entrañas, y milagrosamente  sobrevivió. Pero tiempo después la homofobia que padeció toda la vida  en su pueblo la condujo hasta el fondo  lodoso del rio Magdalena.

“Me da una tristeza cuando me acuerdo de Kelly”, dice.

Ya casi anochece cuando me despido de Paloma, desde la puerta de su casa se ve la carretera y los autos que pasan por allí a toda velocidad. Hoy es viernes, en unas horas ella estará parada allí mismo,  a merced como siempre de la bondad de los extraños.

 

                                  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por John Better Armella

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