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La pasión obsesiva de Salomé

Salomé, hija de Herodías e hijastra del tetrarca Herodes, deseada por todos y en plena conciencia de sus encantos, es la protagonista de una historia que saltó de la Biblia al teatro de la mano prodigiosa de Oscar Wilde, el hombre del girasol en el ojal y del bastón con pomo de oro.

Alberto Medina López
15 de octubre de 2016 - 02:00 a. m.
La pasión obsesiva de Salomé

La obra, estrenada en París en 1894, es el relato de la pasión siniestra y obsesiva de la joven por el profeta Jokanaán, Juan el Bautista. En la fiesta de cumpleaños de Herodes, Salomé abandona el lugar y pide a los soldados que le traigan al detenido.

Jokanaán, encadenado, cae a sus pies y ella intenta seducirlo, pero la única respuesta que obtiene es el desprecio. Le insiste: “No hay nada en el mundo tan rojo como tu boca. ¡Déjame besar tu boca!”. Pero él la llama “hija de Sodoma” y a su madre la califica de adúltera y pecadora.

El profeta vuelve a la mazmorra y acto seguido Herodes y Herodías salen en busca de Salomé. Contra los deseos de su mujer, el padrastro le pide a la princesa que dance para él. Ella se niega, pero Herodes, enfermo de pasión por su hijastra, le ofrece medio reino si lo hace. Salomé accede y baila la sensual danza de los siete velos.

La hora fatal llega. Salomé no quiere medio reino: pide la cabeza del profeta en una bandeja de plata. Herodes le ruega que cambie de petición porque le asusta matar a un hombre que pueda ser enviado de Dios. Le ofrece el oro y el moro, pero ella sólo quiere vengar el desprecio. Su madre, ofendida por Juan el Bautista, la impulsa a no ceder, y su voluntad se cumple.

Con la cabeza en sus manos, Salomé le habla al profeta: “¡Ah, no querías permitir que yo besara tu boca, Jokanaán! ¡Bueno! Ahora la besaré. (…) No querías tener nada conmigo, Jokanaán. Me rechazaste. Dijiste palabras perversas contra mí. (…) Bien, tú has visto a tu Dios, Jokanaán, pero a mí, a mí, nunca me has visto. Si me hubieras visto, me hubieras amado. (…) ¡Estoy sedienta de tu belleza; estoy hambrienta de tu cuerpo; y ni el vino ni la fruta pueden apaciguar mi deseo!”.

La obra se presenta al público por los mismos años en que Wilde, que ya frecuentaba bares en busca de jóvenes prostituidos, se enamora de lord Alfred Douglas, hijo de un poderoso marqués que lo acusa de sodomía y de pervertir jóvenes.

El veredicto es su acabose: dos años de trabajos forzados y el embargo de sus bienes. En prisión deja de llamarse Oscar Wilde para convertirse en C.3.3. Cumplida la condena, vive en París hasta su muerte, bajo el nombre de Sebastián Melmoth. Sólo entonces recupera su identidad y se hace inmortal, así sobre él haya caído la sombra del escándalo.

Subdirector de Noticias Caracol 

Por Alberto Medina López

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