El Magazín Cultural

La poesía como memoria

Cuando la poesía se vuelve crónica sucede que se convierte en un testimonio estético de la historia. Sucede también que entrega a quien puede leerlo versiones diversas y no absolutas de los hechos.

Beatriz Vanegas Athías
04 de marzo de 2020 - 02:00 a. m.
 Mario Rivero,  poeta colombiano, periodista y crítico de arte. Falleció el 13 de abril de 2009. / Cortesía.
Mario Rivero, poeta colombiano, periodista y crítico de arte. Falleció el 13 de abril de 2009. / Cortesía.

Versiones que provienen del detalle, de los hechos intrascendentes, de los actos considerados nimios por la historia oficial. Es posible entonces acceder un poco a las entrañas de la infamia ocultada que suele ser el discurso histórico de la guerra, por ejemplo. Es posible entonces que prevalezca el recuerdo –memoria- sobre la ignorancia –olvido-. Es la poesía quien se erige entonces como un arte que sostiene la memoria. ¿Para qué? Puede ser para que no se repita o para dejar una huella de lo trágico que fuimos o para evidenciar que la poesía también es un oráculo que vaticina el círculo tedioso del que no salen países como Colombia.

En 2007, Arango Editores publicó un libro del poeta colombiano Mario Rivero. Hablo de “La balada de los pájaros”. El poeta Rivero en 1972 fundó en compañía de Aurelio Arturo, Fernando Charry Lara, Giovanni Quessep y Jaime García, la revista cultural "Golpe de dados" en cuyas páginas durante cuatro décadas tuvieron cabida poetas colombianos, latinoamericanos, traducciones, antologías y ensayos sobre poesía y filosofía. Fue autor de una extensa obra poética que configuró el olor, los sabores, los sonidos, el quehacer de hombres y mujeres anónimos habitantes de la ciudad y su periferia: "Poemas urbanos" 1966; "Noticiario 67" 1967; "Y vivo todavía" 1972; "Baladas sobre ciertas cosas que no se deben nombrar" 1973; "Baladas" 1980; "Los poemas del invierno" 1984; "Mis asuntos" 1986; "Vuelvo a las calles" 1989; "Del amor y su huella" 1992; "Flor de pena" 1998; "Qué corazón"1998; "Porque soy un poeta" 2000; "La elegía de las voces" 2000, y "Balada de la gran señora" 2004.

La balada de los pájaros es un poema extenso que recoge en 595 versos eventos posteriores al inicio de las Guerras civiles del siglo XIX; la violencia liberal de 1930; la violencia de los cincuenta y el surgimiento y consolidación del movimiento guerrillero (1960- 1970) y el paramilitarismo surgido en los noventa como brazo del narcotráfico. El poeta dijo sobre su texto que no era “(…) un discurso literario, sino el texto vivencial del testigo, que resulta la intrahistoria de un país despedazado”. Sin embargo, La balada de los pájaros es un poema que puede inscribirse como un canto épico del sufrimiento de un país como Colombia a quien resulta un contrasentido llamar República. Un sufrimiento que, al decir de Héctor Rojas Herazo poeta y grande amigo de Mario Rivero “es alimentado por el horror de ver convertidas las variantes del crimen en una atónita normalidad”.

El poema se divide en dos grandes momentos que marcan a su vez dos hitos de la violencia del siglo XX en Colombia. En un primer momento que transcurre a lo largo de las primeras treinta y una páginas de cuarenta y dos que conforman el poemario, el sujeto poético describe a través de imágenes, sentencias y metáforas el período de La Violencia, es decir, la guerra partidista entre los conservadores siniestros llamados pájaros y liberales perseguidos, llamados chulavitas. Un tono dantesco recorre este poetizar donde la violencia se solaza en los campos y troca todo asunto cotidiano en amenaza: No el viento primeramente conocido/ -el que sopla los perfumes penetrantes/ de las hierbas-/ El otro viento que lo aventaría todo/ de aquí para allá/ El que batió con inasible melancolía /contra los harapos / de los que quedaron rodando por los campos / como las banderas de la Casa en ruinas (…) La transformación del viento que no siempre es el mismo: antes era portador de aromas-perfumes penetrantes- y por acción de la muerte ahora sopla sobre las ruinas de la vida.

Este primer momento es un continuo imprecar la tragedia del asesinato masivo y desleal: En tanto que indolentes relucen/ los cielos/ Porque –y esto es lo que no se dice-/ en todo aquello no había Dios/ y era mejor saberlo/. El idioma se torna oscuro para describir todo aquello, porque precisamente todo aquello era la barbarie: Cadáveres suspendidos de árboles/ Incinerados / o degollados a machete/ los cuerpos sin cabeza /arracimados bocabajo humillados/ en la uniforme suerte/ el destino común/ (…) Cierra este primer momento del canto épico en el que no hay héroes sino personificaciones de deslealtades, con una sentencia que connota el desencanto ante la inutilidad de la palabra poética para nombrar la magnitud de la tragedia: Multiplicadas/ las razones del duelo/ ¡no caben en el hueco del Poema!

Un segundo momento que corresponde a la configuración poética de la violencia generada por actores como la mafia del narcotráfico, el surgimiento de la guerrilla y el terrorismo de Estado encarnado en las Autodefensas Unidas de Colombia, conocidos como paramilitares. En esta segunda parte del poema que inicia en la página 32, se narra-describe no sólo la violencia contra el ser, sino contra la geografía que habita: Porque/ un hombre puede ser enemigo de otros hombres/ pero no de cuerpos de agua/ / de parcelas/ No insurge contra la Naturaleza/ tal como ahora esta geografía se empobrece/ -hablo de un territorio descarnado/ hasta el hueso-/.

Se trata también en esta parte del extenso y solemne poema el tópico de la insatisfacción con la palabra poética y con el lenguaje en general que de acuerdo al sujeto se torna insuficiente para captar y plasmar la inmensidad y profundidad de la tragedia de la violencia colombiana. Entonces surge la imprecación al poema y a su hacedor el poeta: ¡Qué pobre es el discurso / que no es sino un verso / en estas horas de desorden perplejo! / Cuando el “ay” no llega talvez / a la torre de marfil que nos aísla / a los inventores de palabras / los poetas / ¡Ah Poema! / Poema / La palabra se llena de pudor / ¿Cómo cantar ahora cuando la Muerte está fija / en su flor? / ¿Cómo / ante el balido de cordero de los niños / que intuyen que crecer es la meta de vivir? / (…) ¿Qué verso –para mi boca- / si siempre hay algo peor para contar?

La balada de los pájaros termina con un tono desesperanzador, un continuará, un espacio de apertura a más dolor como si la violencia fuera una fatalidad y su cesar no dependiera de la misma decisión de los que la ejecutan. Es la poesía de lo trágico. El lenguaje poético de Mario Rivero es descarnado y escueto porque tanto el logos como la emoción están heridos y hasta el lenguaje se desangra. Las imágenes como expresión verbal dotada de gran poder de representación son elaboradas desde el dolor que no acepta la mimesis por su inmensidad misma. Así, para nombrar a los desplazados, a los desterrados que en Colombia desde 1984 a la fecha ascienden a siete millones de campesinos y campesinas que las políticas artífices del conflicto llaman eufemísticamente “migrantes” poetiza sin adjetivar y cede el poder de representar al verbo, a la acción: No es hora de dormir ni sentarse/ a llorar / O ponte los zapatos y alista el talón/ dispuesto a andar los caminos del destierro /.

Por Beatriz Vanegas Athías

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