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Juan Fernando Conde: “La poesía es, por excelencia, la música de las palabras”

En entrevista para El Espectador, el escritor y músico caleño habló de su más reciente libro ‘Manos’, el cual trata del entendimiento y la relación que hay entre las manos y el acto creador, entre otras cosas.

02 de diciembre de 2023 - 03:00 p. m.
“Puedo dejar de tejer, pero no de leer y escribir”, asevera Juan Fernando Conde.
“Puedo dejar de tejer, pero no de leer y escribir”, asevera Juan Fernando Conde.
Foto: Cortesía

Juan Fernando Conde se formó como historiador en la Universidad del Valle, pero su interés por la naturaleza, la escritura, la música y las artesanías han estado siempre presentes. Luego de finalizar su vida laboral decidió seguir estudiando, pero esta vez, realizó una maestría en Escrituras Creativas en la Universidad de Salamanca. Otra de sus pasiones ha sido la biodiversidad y el avistamiento de aves, factores que lo han acompañado en sus procesos de escritura.

En ‘Manos’ el autor comienza haciendo un recorrido sobre lo que mencionaba Engels en su libro El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre y la relación que han tenido las manos para la evolución del ser humano. Seguido de esto nos comenzamos a adentrar en la intimidad de Conde, pues no solo hay relatos de su niñez, en el que cuenta los juegos que más disfrutaba, como lo era el trompo, sino que también cómo se fueron dando los encuentros con la música; en este caso la guitarra, los quehaceres diarios y hasta los tejidos.

Empecemos hablando de la relación que hay entre la literatura y la música…

Esa relación se remonta al origen mismo de la cultura. La música, que es en sí misma un lenguaje, ha inspirado desde siempre muchas de las obras literarias. Muchos escritores se refieren en sus textos a músicos y obras musicales; y la ópera y gran cantidad de piezas de música clásica se inspiran en obras literarias. Los cancioneros del mundo están nutridos de literatura, y numerosas composiciones musicales han enmarcado célebres producciones literarias. Por su parte, grandes músicos han creado obras para grandes obras literarias. Los cantantes han cantado y seguirán cantando a los poetas. La poesía es, por excelencia, la música de las palabras. Cada escrito de calidad tiene su ritmo, su cadencia y sus armonías. Cuando las palabras disuenan el lector lo percibe de inmediato, intuitivamente.

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Si las manos y sus funciones hablan de una evolución, como menciona al inicio del libro, ¿cómo entendemos la labor de las manos en la actualidad cuando día a día perdemos relación entre los objetos y las manos?

Las manos de los muchachos de hoy están entrenadas para el manejo de la tecnología. Ya se perfila en ellas el alargamiento del dedo pulgar, con el que se manipulan mayormente los celulares. Muy interesante sería hacer –quizás ya se ha hecho o estará en proceso– un estudio comparativo entre las manos de los muchachos de hoy y las de quienes fuimos muchachos hace cincuenta años, cuando no existían los aparatos de la tecnología digital. A duras penas nos recreábamos con la televisión y el cine. En ese entonces, el uso de las manos y de la memoria era el recurso que teníamos para sobrevivir en este mundo. Creo que la clave está, como siempre, en la educación tanto familiar y social como escolar. Hay que propiciar en los niños el desarrollo de habilidades manuales; apartarlos paulatinamente de las pantallas e inducirlos a utilizar sus manos en actividades como la pintura, la escultura, la música, los tejidos, la costura, los deportes. Eso lo siguen intentando hacer hoy en algunos colegios.

La actividad cerebral que genera la escritura manual no es reemplazable. Escribir a mano es dibujar letras, y el dibujo es la forma más expedita de acceder a la creatividad. En Suecia se detectó una disminución de las actividades físicas y de lectura en los niños y el decreciente uso del lápiz y el papel para escribir. Se investigó sus causas y se evidenció que el excesivo uso de las pantallas estaba creando estudiantes con deficiencias en la lectura y en la escritura manual. Entonces decidieron volver a las clases del idioma escrito con la letra de cada uno, y están reduciendo el uso de las pantallas para escribir. Es más: las pruebas las deben responder de su puño y letra.

Hablemos de las manos como herramienta del acto creador...

La simbiosis entre la mano y el cerebro creó al Homo sapiens. Este proceso de hominización tardó millones de años. En este largo recorrido la mano elaboró las herramientas necesarias para sobrevivir: las primitivas hachas e instrumentos de piedra, y lanzas y objetos de madera. Como resultado de esta feliz simbiosis, la mano desarrolla el cerebro y el cerebro a su vez moldea y perfecciona la mano.

En el cobijo de las cavernas y al calor y la luz de las hogueras surgió el arte figurativo con la representación de escenas de caza y de costumbres, que se enriqueció con el uso de diversos pigmentos. Es la mano el maravilloso instrumento que creó al hombre y todo lo que lo rodea, y la tecnología de hoy es producto de la mano y de la inteligencia del hombre, amenazada ahora por la Inteligencia Artificial.

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¿Cuál ha sido el papel de la memoria en su quehacer como escritor, como músico y como artesano?

Desde niño disfruté leyendo y escribiendo, y a mis años sigo haciéndolo con igual deleite. Mis recuerdos se remontan al ambiente familiar, que guardo en la memoria desde que tenía tres años. Cuando me decidí por la escritura libre empecé a recordar sucesos de mi niñez y a hilvanarlos por escrito. Un recuerdo me llevaba a otro. El recorrer las calles de Ginebra, donde pasé mis primeros dieciocho años, siempre revive mis recuerdos. Conversar con mis compañeros de esos años encadena otros recuerdos que nutren mi escritura.

La música es un lenguaje que se aprende con la notación musical o con el oído musical. Para lo primero es preciso saber leer partituras, y con la lectura de los diagramas del periódico El Campesino aprendí a tocar la guitarra. No soy ni pretendo ser músico, pero puedo acompañarme muchas canciones con mi guitarra o con mi cuatro. Sin alardear, creo que me sé unas mil canciones, entre ellas las que me enseñó mi mamá en la infancia, como Torna a Sorrento y La mula rusia. A mis sesenta y siete años todavía me aprendo de vez en cuando alguna canción, pero debo confesar que me es cada vez más difícil memorizar las letras…, pero las que me sé no las he olvidado.

Con las artesanías hay que saber manejar la técnica que demanda cada una y cómo utilizarla, y eso se aprende con tesón y persistencia. Cuando toco este tema llega siempre a mi memoria el tejido de chinchorro que aprendí a mis trece años, y el nudo plano de macramé que aprendí a los diecinueve. Con esos dos nudos he creado innumerables tejidos, aunque dejé de hacerlo por muchos años, posiblemente más de veinticinco. En mis hamacas mezclo el tejido de chinchorro con el de macramé.

Cuando decidí volver a tejer tuve que apelar a mi memoria y a mis sentidos, sobre todo la técnica del chinchorro, que apenas si recordaba y no tenía a quién pedir ayuda. Pero hice un gran esfuerzo mental y puse, literalmente, manos a la obra. Primero me ideé cómo hacer a punta de navaja una aguja o lanzadera para tejer, y la hice utilizando una regla de guadua. Luego tuve que exigir al máximo mi memoria cerebral y la memoria de mis manos. Fue un momento triunfal cuando supe que podía tejer mi primera hamaca después de cinco lustros de no hacerlo. Ahora tengo una técnica depurada.

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Huizinga, filósofo neerlandés, afirma en su libro “El Homo ludens” que el juego es anterior a la cultura, y que ha estado vinculado desde un inicio al desarrollo de la civilización humana. Teniendo esto en cuenta, ¿cómo percibe la pérdida de los juegos, a lo que usted alude, con el auge de la tecnología y la implementación de esta en la infancia?

Convengo con la tesis del autor. El juego es una manifestación de muchos mamíferos, muy evidente en gatos y perros, así que los antecesores del Homo sapiens con seguridad también debieron de jugar, y ello constituyó un factor importante en su proceso evolutivo pues contribuyó a dotarlo de destrezas y habilidades. Por supuesto, esta propensión al juego no se ha perdido, pero han cambiado sus características y muchos de ellos han caído en el olvido con el advenimiento de la era digital. Hoy muchos los recordamos y podemos enseñarlos. En lo que respecta a los juegos que alegraron a mi generación, existen variedades de trompos o peonzas, diferentes clases de yoyos, de baleros, de bolas y canicas. Y estos elementos siguen ahí y algunos los recordamos y hasta podemos jugar con ellos.

Las escuelas y colegios deberían interesarse nuevamente por promover estos juegos elementales, incluso las caucheras, resorteras o tirachinas, que figuran en los programas escolares de la provincia de Asturias, en España. El solo mencionarlas causa escozor en algunos ambientalistas, pero con la educación adecuada podemos seguir disfrutando de este artefacto tan interesante y lúdico para ejercitar las manos y la observación. Fortunosamente, hoy deben de ser muy pocos los niños que utilizarán una cauchera para atentar contra la vida de un pájaro o disparar contra alguien. En honor a la verdad, debo aceptar que hay juegos posmodernos como el ‘cubo mágico’, que contribuyen a afinar las habilidades manuales y la memoria; y debe haber otros, pero los desconozco.

Hablemos del tejido como medio para narrar una historia o conocer una comunidad a través de sus tejidos...

Es un hecho que la cultura de una comunidad se puede comprender indagando la historia de sus tejidos, pues el uso de determinados materiales y la concepción de los tejidos están relacionados con aspectos sociales, políticos, religiosos y ceremoniales. La fibra de algodón urdida en los telares respondió no solo a la necesidad de cubrirse, de abrigarse, de lucirse, sino que devino en la creación de objetos útiles como redes de pesca, mochilas y jigras, chinchorros con un sello particular en diferentes culturas; igual cosa sucedió con el fique, y el lino en otras culturas. Los kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta tejen cada uno su propia ropa, y haciéndolo se ‘visten de sus pensamientos’, como tan poéticamente lo expresan.

Cuando hago una hamaca para una persona en particular escribo la crónica del proceso. Cuento sobre los materiales, las cantidades, las medidas, los avances de la pieza día por día y su terminación. Y, cronista congénito como soy, a lo largo del proceso artesanal voy entreverando los sucesos importantes de mi vida y de mi entorno, y finalmente imprimo a la hamaca mi energía de duende artesano para que fluya a la persona que la disfrutará. Todo eso se traduce en una memoria completa e ilustrada de la elaboración de la hamaca, una copia de la cual entrego a su destinatario.

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De acuerdo con lo anterior, ¿qué lugar ocupa el tejer en su vida?, y ¿cómo el tejido va contribuyendo al patrimonio material e inmaterial de una cultura?

La lectura, la escritura y la elaboración de tejidos ocupan gran parte de mi vida desde hace varios años. Pero confieso que en ese quehacer prima la lectura y la escritura. Puedo dejar de tejer, pero no de leer y escribir. Soy un cronista por vocación y llevo más de cinco lustros registrando día a día mi vida, la de mi familia y la de mis amigos, así como las particularidades del entorno y de la naturaleza; porque también soy un naturalista y escribo sobre las especies de pájaros que avisto dondequiera que esté.

Los tejidos ocupan el segundo lugar en mi vida. Desde que creé DuendeArte en Pichindé en 2003 me he dedicado a enseñar lo que sé y lo que voy creando. Nunca con fines lucrativos. Es más, literalmente he pagado por enseñar. Actualmente mi casa es un taller permanente de artesanías tejidas, y por lo general siempre llega a él alguien dispuesto a aprender y a dejarse enseñar. En la Universidad Javeriana hice varios talleres de artesanías, y mi cubículo profesoral fue siempre un taller para tal fin. Muchos de mis estudiantes aprendieron allí esta lúdica actividad y con ellos hice dos exposiciones de tejidos.

En cuanto a su segunda pregunta, debo decir que un rasgo característico de una cultura son sus tejidos, algunos de diseños tan originales y de tan exquisita factura que universalmente la identifican, por lo cual determinada región o país, e incluso organismos internacionales como la Unesco, declara tales tejidos como patrimonio inmaterial de una región, un país e incluso de la humanidad. Al respecto, el acervo del Museo Textil Precolombino (antes Museo Amano), del Perú en Lima y único en su género, recopila la historia del Perú a través de su esplendorosa colección de tejidos, conservada en muy buenas condiciones, y que se remonta a ocho mil años antes de nuestra era. Ha sido declarado patrimonio nacional.

Hablemos sobre estar en estado de observación...

La observación es mi sexto sentido, y debe serlo para quien se proponga aguzar su vista. Los últimos años de mi vida docente en la Universidad Javeriana dediqué gran parte del tiempo a inculcar en mis estudiantes el amor por la lectura y la escritura, y a que aprendieran a observar, porque la observación también es susceptible de ser enseñada. ¿Cómo? Haga con alguien este sencillo ejercicio: muéstrele lo que usted ve y que él no ha percibido, detalle las singularidades de lo que ahora ven juntos, emociónese con él, muestre alegría y asombro, invítelo a que escriba lo que observaron y los sentimientos que le suscitó.

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Un ejercicio que hice con mis estudiantes durante los años crepusculares de mi quehacer docente en la Universidad Javeriana de Cali fue sacarlos de los salones y llevarlos a las zonas verdes del campus, donde los inducía a observar su variadisima flora. Hay, o había, en ese escenario más de cien especies arbóreas, la mayoría de ellas con una placa de cerámica adosada al tronco, en la cual consta su nombre, su procedencia y sus usos. Y los estudiantes debían copiar a mano la información completa de la placa. Me preocupé por ordenar nuevas placas para identificar algunas especies que carecían de ellas y para otras que yo conseguí –especialmente frutales–, para enriquecer la diversidad de su fauna alada. Los resultados de este singular ejercicio fueron sorprendentes y de ello doy cuenta en mi trabajo final de grado en el Máster en Escritura Creativa de la Universidad de Salamanca.

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