El Magazín Cultural

La soledad en el naufragio; la crisis del sector cultural a raíz del COVID-19 (Relatos y reflexiones)

“Contar historias, resulta, fue crucial para nuestra evolución, incluso más que los pulgares oponibles. Los pulgares oponibles nos permiten aferrar, las historias nos dicen a qué aferrarnos” -Lisa Con

Iván D. Abaunza García*
24 de abril de 2020 - 01:30 p. m.
El gremio de los bailarines es uno de los más afectados en el sector cultural ya que no cuentan con una asociación que los represente frente al gobierno para exigir las mismas garantías.  / Cortesía
El gremio de los bailarines es uno de los más afectados en el sector cultural ya que no cuentan con una asociación que los represente frente al gobierno para exigir las mismas garantías. / Cortesía

La pandemia del COVID-19 ha sacudido al mundo como la ola de un gran tsunami. Frente a la amenaza de esa primer gran oleada lo principal ha sido proteger la vida y correr en búsqueda de tierras más altas. En nuestro caso, consistió en cerrar fronteras y declarar una cuarentena generalizada, con la intención de reducir el factor de contagio, en un esfuerzo mancomunado por disminuir, así sea un poco, el tamaño de la gigantesca ola, y darle un poco de tiempo al sector salud para asimilar los estragos causados por su golpe aplastante.

Si bien nuestra atención, como suele pasar en estos casos, se ha centrado en lo urgente, no debemos dejar a su suerte al sector que será capaz de rescatar los restos de este naufragio colectivo para rearmarlos en forma de ficciones; historias que busquen darle sentido a lo ocurrido, que rescaten las batallas que se gestan en las UCI, en las plazas de mercado, y en los cientos de alcobas en las que se ha atrincherado la vida, de momento.

La fragilidad económica del sector cultural siempre ha sido palpable, pero se ha hecho aún más evidente en estos días en que los gritos de auxilio provienen desde todos los rincones del sector: músicos y actores se han quedado de golpe sin público y, por ende, sin ingresos hasta nueva orden (18 meses, si creemos en las palabras del presidente Duque); las librerías independientes han dicho que ya no tienen cómo sostener sus contratos de arriendo; los organizadores de festivales masivos verán pasar este año en blanco, y todos dudan si podrán seguir dedicándose al arte y la cultura en un futuro cercano. 

Para entender la magnitud de esta tragedia y sacarla de un contexto anecdótico, es necesario recordar que en torno a los autores e intérpretes (músicos, bailarines, actores, etc.) se teje un complejo ecosistema del cual hacen parte editores, fotógrafos, diagramadores, utileros, imprentas, maquilladores, productores, ingenieros de sonido, entre muchos otros, que tampoco tendrán un medio de sustento para ellos y sus familias (compuestas en su mayoría por tres personas que viven un arriendo o subarriendo que probablemente tampoco podrán pagar). A pesar de las difíciles condiciones que encuentran los miembros de las industrias creativas para dedicarse a su oficio, su actividad representó el 3,2% del PIB del país para el 2018, con 28,4 billones de pesos y más de medio millón de empleos generados.

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Dejar hundir al sector cultural en medio de la tormenta representará, además de la catástrofe social y económica, la perdida de una voz que nos permita hablar sobre lo ocurrido; será decir adiós a la posibilidad de crear narrativas propias de lo que significó a nivel personal, y como sociedad, este periodo de encierro, dificultad y muerte. Quedaremos no solamente rezagados frente a otros países a nivel de oferta cultural, sino que además estaremos a su merced (nuevamente) para llenar los silencios de las voces que se ha llevado la marea.

El gobierno, dentro de los ya cientos de decretos expedidos durante la emergencia, ha dedicado dos al sector cultural (el Decreto 475 y el Decreto 516), que si bien tienen buenas intenciones no contemplan ninguna solución de peso para aliviar la difícil situación por la que atraviesan artistas y empresarios culturales. Incluso, algunos llegan a plantear soluciones contradictorias, como asignar recursos de boletería para este año cuando se ha dicho que no volverá a haber espectáculos durante el 2020, o medidas que reducen la cuota de programación nacional en horario triple A, buscando ayudar a los canales frente a la disminución de pauta en dichos horarios, pero perjudicando a los actores y artistas nacionales quienes reciben regalías por las reproducciones que se realizan de las obras en las que han participado.

Desde luego, no se pretenden soluciones anticuadas de corte proteccionista, como emitir Café o Betty la Fea por décima vez, pero sí abrir espacio para películas y producciones nacionales que han tenido éxito internacional y poca asistencia en nuestras salas de cine. Se necesita que el gobierno se siente con los representantes de los diferentes sectores del gremio para que, con conocimiento de causa, expida medidas que estén dirigidas a aliviar las cargas más significativas del sector, con la intención de darle tiempo al gremio cultural de nadar hasta la orilla, donde deberá reinventarse si quiere sobrevivir.

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Y es que al igual que con la salud, el sector cultural lo que más necesita es necesita tiempo; tiempo para enfocarse en el entorno digital; para encontrar caminos que brinden experiencias artísticas de calidad a través de este medio, y cobrar por estas; tiempo para buscar nuevas formas de colaboración entre todos los partícipes del ecosistema; tiempo para que nos acostumbremos a pagar por contenidos online de artistas independientes; tiempo para identificar alternativas a los canales nacionales en las plataformas digitales que están en búsqueda de contenidos locales; y en especial, tiempo para construir las historias que den cuenta de este extraño momento, en que la vida transcurre entre paredes mientras nos resguardamos de la pandemia, y que han de contarse cuando pase la tormenta y volvamos a estar afuera, sentados juntos frente al fuego.

*Experto en propiedad intelectual y gerente legal en Legal-Tape.

Por Iván D. Abaunza García*

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