Dolor y sacrificio: de la tragedia griega a la violencia en Colombia
Varias personas en Colombia han demostrado cómo desde la tragedia griega podemos comprender algunas problemáticas de la violencia en el país. Obras de teatro, ensayos y libros han hecho referencia a estos relatos para entender los dilemas éticos y morales que dejan la guerra.
Andrés Osorio Guillott
En la academia se aconseja mucho no forzar las relaciones entre obras y momentos de la historia, pues los contextos determinan la realización y conformación de ambos elementos, de manera que equiparar relatos con acontecimientos que están tan separados en el tiempo puede acarrear anacronías o fallas argumentativas. Así, si hablamos de la tragedia griega como un conjunto de narrativas que nos pueden ayudar a comprender la violencia en Colombia muchos abrirán los ojos por susto y otros se preguntarán qué asociación podría haber entre una cosa y otra, pero justamente desde la literatura y la filosofía han sido varios los autores en el país los que han propuesto un ejercicio de análisis de la guerra desde este género.
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En la academia se aconseja mucho no forzar las relaciones entre obras y momentos de la historia, pues los contextos determinan la realización y conformación de ambos elementos, de manera que equiparar relatos con acontecimientos que están tan separados en el tiempo puede acarrear anacronías o fallas argumentativas. Así, si hablamos de la tragedia griega como un conjunto de narrativas que nos pueden ayudar a comprender la violencia en Colombia muchos abrirán los ojos por susto y otros se preguntarán qué asociación podría haber entre una cosa y otra, pero justamente desde la literatura y la filosofía han sido varios los autores en el país los que han propuesto un ejercicio de análisis de la guerra desde este género.
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Sandro Romero Rey, escritor y director de teatro, escribió Género y destino: la tragedia griega en Colombia, libro que fue originalmente una tesis donde demuestra cómo las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides han estado presentes en varios productos culturales de Colombia donde la temática transversal es la violencia. Y allí, por ejemplo, en el capítulo Colombia: ¿una sociedad trágica?, publicado luego como artículo en la revista Calle 14, dijo que: “Vélez Saldarriaga considera entonces que los grupos de teatro en Colombia que utilizan la tragedia griega como intermediaria para hablar de sus propios desgarramientos, lo hacen porque hay allí un referente que universaliza el dolor y lo saca de la particularidad. Esa es la diferencia entre “el testimonio” y “las narrativas” de la violencia. El testimonio es demasiado doloroso, porque pareciese anegar en el pantano. Pareciese que nunca fuese a haber opciones de salir a flote. En cambio, la narrativa despersonaliza el sufrimiento y le confiere la esperanza que brinda la universalidad. Contar el sufrimiento con el nombre de Antígona o con el nombre de Edipo o con el nombre de Ifigenia, es recurrir a unas convenciones simbólicas que despersonalizan a la víctima”.
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Antígona (Sófocles): tribunal de mujeres, de Tramaluna Teatro; La Orestíada (Esquilo), del Teatro Libre; Edipo Rey (Sófocles), del Teatro Escuela de Cali; Las Troyanas (Eurípides), del Teatro Tierra, entre otras obras han sido presentadas a lo largo de los últimos 20 años en varias ciudades del país. Partiendo del carácter trágico del destino, del dolor, la muerte y el sacrificio como elementos que conforman estas historias, los colectivos han logrado plasmar también la crudeza de la violencia en Colombia.
Quizá una de las obras más destacadas es la de Antígona: tribunal de mujeres. Varias madres de los mal llamados falsos positivos, de líderes y estudiantes víctimas de persecución y desaparición forzada, así como sobrevivientes del genocidio político cometido contra la Unión Patriótica entre 1985 y 2000 hacen parte de esta presentación donde exponen objetos de sus familiares y de ellas mismas mientras reflejan el dolor y el duelo de la pérdida.
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Como bien lo dijo Romero luego de citar a la profesora Martha Cecilia Vélez Saldarriaga, “Contar el sufrimiento con el nombre de Antígona o con el nombre de Edipo o con el nombre de Ifigenia, es recurrir a unas convenciones simbólicas que despersonalizan a la víctima”. De manera que se hace posible que los casos de estas mujeres víctimas de la violencia puedan simbolizarse en una obra de teatro donde confluyen varios dolores, aunque de fondo encontramos justamente el dilema moral de la tragedia griega de Sófocles, del enfrentamiento entre las leyes del Estado y las leyes divinas.
Justamente Antígona también es citada en La sombra de Orión, la novela más reciente de Pablo Montoya, y que tiene que ver con el sector de La escombrera en Medellín, donde se asegura que yacen muchos cuerpos producto de la violencia en la región. En el libro, el escritor antioqueño, que afirmó en una entrevista para El Espectador que Sófocles es el autor más vigente para entender nuestra realidad, se presenta un diálogo donde se habla del autor griego: “Sófocles dice que para ser un espectro no hay que morir. Vivos somos ya sombras vagas”. Y más adelante se lee: “Antígona dice que el hecho de enterrar a su hermano la sitúa en una frontera que no atañe ni a los vivos ni a los muertos”.
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Incluso, hace poco Montoya publicó una columna en Diario Criterio llamada Homero y la Sanación, donde al final dice que: “Jorge Mejía Toro, en su estudio sobre Homero y la guerra, dice algo esencial: “El final de la Ilíada devuelve todo el terror que atraviesa el poema, que no es el temor a la muerte, sino el horror a la negación del cadáver”. Y negar el cadáver, negar el funeral, equivale a la “perfecta negación de la comunidad”. El último canto de la Ilíada, atraviesa como un rayo portentoso la bruma ensangrentada de la historia, para conducirnos al centro mismo de nuestra calamidad nacional. Héctor es enterrado y Troya cierra la herida. Pero nosotros en Colombia, donde hay más de 100.000 desaparecidos, territorio signado por muchas fosas comunes sin exhumar, y donde una inhumación posterior resulta tan ardua como enrevesada, no hemos tenido ni siquiera la posibilidad de la cura. Y no la habrá hasta que no hagamos los ritos de la honra y la despedida sobre esos cuerpos injuriados que forman parte también de nuestro cuerpo”.
Es la literatura siempre una vía para comprender las profundidades de la condición humana. Tras varias décadas en guerra, hace falta creer en el poder que tiene la cultura para comprender a quienes han padecido la espiral de la violencia y han sido víctimas del dolor, el sacrificio y la venganza. La tragedia griega, por lejana que suene, expone varios dilemas morales que justamente exponen la fatalidad de un destino dramático, tormentoso, y acudir a los relatos de aquel entonces es vernos en otros espejos donde es posible solucionar lo fundamental que no es otra cosa diferente a los problemas éticos y morales que se han refundido en leyes, discursos y repeticiones de muertes y delitos.