El Magazín Cultural
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“Los vagabundos de Dios”: el regreso de Mario Mendoza a la ficción

Esta novela del escritor bogotano es una de las novedades de la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2024.

Andrés Osorio Guillott
17 de abril de 2024 - 01:00 p. m.
Bogotá, esa ciudad caótica, es el lugar en el que se narra "Los vagabundos de Dios", la más reciente novela de Mario Mendoza.
Bogotá, esa ciudad caótica, es el lugar en el que se narra "Los vagabundos de Dios", la más reciente novela de Mario Mendoza.
Foto: Juan Catumba

Un año más de Mario Mendoza en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, dirán algunos. Si hay una certeza sobre la FILBO es que siempre que asiste el escritor bogotano hay largas filas para escucharlo y obtener una firma de su libro. Leer es resistir: así como se titula uno de sus libros, más de una vez ha firmado sus obras.

En los últimos años lo vimos firmando cómics y libros de ensayos; pero regresó a la ficción, que lo catapultó hace más de 20 años con libros como La ciudad de los umbrales, Satanás y Scorpio City, entre otras novelas.

Bogotá vuelve a ser el epicentro de sus historias. Desde que se lanzó al precipicio de la escritura, Mendoza supo que tenía que escribir sobre la ciudad a la que sabe que pertenece, porque vivió en otros lugares, en otros países, pero él sigue afirmando que lo que tiene que hacer y que lo que tiene que vivir lo debe vivir aquí.

El día de la presentación de Los vagabundos de Dios, la novela con la que regresa a la ficción, Mario Mendoza contó que hay un ensayo que influyó en la construcción de su personaje, de Adán Santana: Picasso, de Carl Gustav Jung, en el que, según el escritor bogotano, dice: “Parece ser que en la trayectoria de ciertos artistas, hay un momento en el cual es necesario frenar, parar y descender a las profundidades. Es un momento difícil, le puede pasar a cualquier persona, pero en los artistas se ve con mucha claridad”. Lo dice incluso el narrador de la novela cuando asegura que “en ninguna otra profesión el sufrimiento es material de trabajo”.

Es un libro de un realismo degradado, como muchas otras novelas de Mendoza, con una atmósfera decadente y un personaje con tintes existencialistas que asiste al absurdo de la vida y de ese instante que, como lo cuenta desde la primera página, las cosas empiezan a caerse no paulatinamente, sino de un día a otro. “Es como si alguien hubiera apagado la luz en el universo”.

Seguramente en otros artículos he acudido a la misma frase, pero de nuevo aquí aparece el eco de Emily Dickinson cuando dijo que “después de un gran dolor un solemne sentido nos llega”, y ese verso, que es a su vez una tesis de la vida, se desarrolla en esta novela de Mendoza, que habla también de la catarsis y la aparente obligación de nuestra condición de pasar por el sufrimiento para aprender de nuestra existencia y el mundo.

Y sobre ese concepto del dolor se desprende otra parte de la estructura de esta historia según su autor, que quiso destacar que aquí intentó plasmar el modelo de la novela de formación, pero esta vez con las preguntas y los retos de hacerlo con un personaje adulto, que ya tenía todas sus creencias y certezas establecidas. “La novela de formación casi siempre es con muchachos jóvenes, adolescentes, en donde vamos viendo cómo se forja el carácter. ¿No será posible hacer una novela de formación sobre una persona adulta? ¿No tenemos que seguir forjando el carácter toda la vida? Me esforcé mucho en mostrar cómo él va corrigiendo los errores y cómo tiene que bajar otra vez a la fragua, meterse en el fuego y entender ciertas dinámicas del dolor y del sufrimiento. Entonces, poco a poco, forjar el carácter significa que yo voy pasando el dolor del pronombre personal de la primera persona del singular al pronombre impersonal de la tercera persona del singular. Ese es el proceso. Personalizar el dolor es el error de la victimización contemporánea. Se sufre. Es parte constitutiva de la existencia”.

Adán Santana cumple con el viaje del héroe de Joseph Campbell, como también señaló Mario Mendoza, a quien le interesó mostrar cada uno de los 12 pasos: el mundo ordinario, la llamada a la aventura, el rechazo de la llamada, el encuentro con el mentor, el paso por el umbral; las pruebas, los aliados y enemigos; el acercamiento a la cueva más profunda, la gran prueba, la recompensa, el camino de vuelta, la resurrección y el regreso con el elixir.

La pandemia es el tiempo de la novela; Bogotá, como ya lo dijimos, el lugar en el que transcurren la mayoría de sucesos; la religión es un elemento transversal, y lo es porque es uno de los temas que más ha obsesionado a Mendoza, quien se considera un religioso sin fe. Y lo esotérico tampoco falla en esta novela, siendo siempre una de las herramientas narrativas del bogotano, que a lo largo de su obra ha explorado los inframundos y las sombras de la naturaleza humana.

“El llamado de la escritura da mucho miedo, y es así porque uno sabe que está completamente solo, que no tiene nada a favor. Está uno solo en la inmensidad del desierto. Toda la obra es un recorrido por una ciudad como Bogotá, que fue algo que me propuse al comienzo, yo sentía que nadie había entendido la ciudad como un obstáculo o un reto de un viaje de un héroe que tiene que cruzar”.

Los vagabundos de Dios es un libro que nos recuerda por qué muchos empezamos nuestro camino como lectores con Mario Mendoza, porque es un libro que atrapa con los giros de su narración, que nos cuenta nuestras calles y nuestra realidad, lo que hace que comprendamos y revivamos incluso sentimientos y recuerdos de antes. Su regreso a la ficción da cuenta también de los años en que se ausentó, porque, aunque muchas cosas permanecen, otras dan cuenta del paso del tiempo, de una historia que bebe de muchas otras referencias y de una madurez que solo se adquiere con la pausa, el aislamiento y el dolor que quiso destacar desde el primer momento de su obra.

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