El Magazín Cultural
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Memorias de la esquina literaria (Vol.1)

Eran los primeros días de marzo del año 2020. El monstruo biológico nacido en la ciudad de Wuhan, en China, había llegado a Colombia.

Luis Vidal Sierra
25 de septiembre de 2021 - 03:00 p. m.
Memorias de la esquina literaria (Vol.1)

Buena parte de nuestra población, a esas instancias, a duras penas tenía clara la nominación precisa de la emergente amenaza (se alternaban indistintamente los términos “coronavirus” y “covid-19″, entre los más populares); mucho menos comprendían o dimensionaban su constitución y alcances. Meses atrás, incluso, el fenómeno era contemplado de manera tan distante y poco seria que se llegó al punto de parodiar sus formas hirsutas y sus efectos mortíferos a través de letanías carnavaleras y memes paradójicamente virales. Solo cuando se conoció el reporte de los primeros casos positivos en el país, y el mismo gobierno encendió las alarmas, con eco en diversos medios de comunicación y redes sociales, cesó la burla y se borró de repente la risa el mapa nacional.

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Llegaron el miedo, la zozobra y los episodios de esquizofrenia colectiva que llevaron a la gente a replicar lo que ya había ocurrido en otras partes del globo: la compra de víveres para un mes, el blindaje excesivo, la adquisición desmesurada de implementos de aseo (se recordarán las canastas de supermercado llenas de botellas de alcohol antiséptico y las pilas de rollos de papel higiénico que no se vieron ni en los tiempos del cólera), entre otros actos que muchos imaginaron necesarios para superar el trance apocalíptico. También vinieron, a mediados del mes, fuertes medidas presidenciales y ministeriales en consenso con las directrices de la OMS. La mayor de ellas: la suspensión de todas las actividades académicas, laborales y económicas a lo largo y ancho del territorio, por un lapso de 15 días, como estrategia básica para disminuir las cifras de contagio, las cuales iban en preocupante aumento; suponía eso una estricta orden de no salir de casa salvo para diligencias vitales y situaciones de excepción. Oficialmente, estábamos en cuarentena.

Fue por esos días que Carlos Martínez Buelvas, docente egresado del Programa de español y literatura de la Universidad del Atlántico, concibió la idea de crear un espacio de tertulia literaria mientras pasaba el decretado período de claustro obligatorio. Ignorante del porvenir, lo hizo con la misma candidez con que Aureliano Segundo se arrellanó en un sillón a esperar que cesara esa lluvia que se transformó, poco a poco, en un diluvio de más de tres años. El espacio lo bautizó Esquina Literaria. Junto con un colega llamado Robinson Soto, extendió la invitación para una reunión virtual a través de una cuenta gratuita de Zoom, plataforma cuya existencia y uso apenas algunos estábamos conociendo. A la cita pactada, celebrada exactamente un 21 de marzo a las 20 horas, asistieron amigos cercanos tales como Víctor Ahumada, Gabriel Mendoza, Yessica Teherán y Miguel Beleño, a quienes reconocemos, junto con Martínez, como los pilares fundacionales del grupo.

Yo me sumé al mismo como a la tercera o cuarta sesión y me quedé enganchado con la genialidad de la iniciativa. Hasta entonces, la propuesta consistía en comentar de manera crítica un relato corto ya elegido por uno de los fundadores. El objeto de charla de la sesión a la que asistí por vez primera, según recuerdo, fue el cuento El Eclipse, de Augusto Monterroso, a cargo de Gabriel. Cada noche se discutía uno distinto y no se contemplaba guardar ni siquiera el domingo (luego se acordaría rotar entre los nuevos miembros del creciente grupo la responsabilidad de proponer un texto y moderar los intercambios de opiniones). Antes de llegar al relato número 15, se anunció la prórroga del período de cuarentena durante dos semanas más; y desde ya se sospechaba que, ante el panorama de crisis sanitaria, cada vez más agudo, este también habría de renovarse en un ciclo indefinido. Y así ocurrió. A la par de esas decisiones, nuestro colectivo aumentaba entonces el número de lecturas, discusiones nocturnas y, como ya sugerí, de participantes.

Contando unos dos meses de creación, en efecto, el promedio de invitados que acudían a la cita oscilaba entre 12 y 16 personas. Las bondades de la virtualidad y el auge de las redes sociales nos permitieron entonces congregar individuos de diversas latitudes, nacionales e internacionales. Y valga dar unos ejemplos de lo anterior al estilo Rayuela: De los lados de acá: connacionales de Barranquilla, Baranoa, Bogotá, Malambo, Medellín, Puerto Colombia, Sincelejo, Soledad y Zapayán. De los lados de allá: extranjeros de Chile, Argentina, Guatemala. De otros lados: colombianos radicados en países como Brasil, que es el caso de Miguel Beleño; o de Mary Pachón, quien vive en Estados Unidos y actualmente auspicia la cuenta Premium de Zoom. Varios -una docena, por lo menos-, mantenemos la base de asistencia hasta el presente, y asumimos la responsabilidad de pertenecer a la lista de turnos; otros van y vienen de acuerdo con sus ocupaciones laborales o académicas.

Ahora bien, el referido encierro y la falta de interacción social con los familiares, amigos y compañeros de labores, como en el resto del mundo, fueron haciendo mella en la sociedad colombiana, desacostumbrada a experiencias semejantes. Nosotros, como parte de aquella masa, no éramos la excepción, pero sentíamos que al menos contábamos con ese refugio que nos libraba de los lastres del aislamiento. Dicho en pocos términos (y lo sé porque alguna noche nos confesamos estos pareceres), nuestro mundo empezó a girar en torno a la Esquina: las mañanas las ocupábamos buscando buenos relatos para proponer, sobre todo al percibir que los niveles de exigencia argumental, por parte de los participantes, así lo demandaban: si un texto no llenaba las expectativas, era lacerado sin piedad pero con fundamentos y sin importar el autor (¡si lo sabrá el sabio Vinyes!); y las noches, a partir de las ocho, compartiendo ideas, comentarios e impresiones, dentro de la más absoluta camaradería y respeto pese a las diferencias interpretativas.

Cuando menos nos dimos cuenta habíamos alcanzado la centena de textos en medio de la pandemia por efecto de la SARS Cov2. Para mí fue imposible entonces dejar de pensar que habíamos realizado un espontáneo y original performance de las ilustres jornadas de El Decamerón, de Giovanni Boccaccio; y que habíamos, por ello, marcado ya un hito histórico que de alguna manera debía darse a conocer. ¿Hasta dónde llegaríamos?, me pregunté a su vez. Hubo un momento, cuando los miembros empezaron a retomar sus ocupaciones desde la emergente modalidad del teletrabajo, en que quizás se pensó que la continuidad de la Esquina corría peligro; no obstante, ocurrió lo contrario: los lazos se fortalecieron y el compromiso de algunos para con ella ya estaba firmado. Como solución a la crisis se concertó hacer las reuniones tres veces a la semana (lunes, miércoles y viernes), pero con la propuesta de dos textos por sesión, de tal modo que no se disminuyera cantidad y ritmo de lecturas.

La nueva frecuencia se mantuvo sin interrupción, salvo una breve pausa navideña y se retomó con todo en año nuevo. Hoy, quién lo creyera, estamos cerca de quintuplicar la cifra (así como lo leen: ¡aspiramos a cerrar el 2021 con 500 textos!), motivación suficiente para la redacción de estas páginas, humilde recuento de esa idea inicial que se fue transformando en un proyecto serio, yendo siempre en procura de trascender la mera constitución de club de lectura.

En mayo de este año, por cierto, aplicamos para la más reciente convocatoria de la Red de Talleres de Escritura Creativa RELATA, que abría la posibilidad de suscribirnos a ella en calidad de Tertulia. Fuimos aceptados. La noticia llegó acompañada de un listadocnacional que daba cuenta de que nuestra experiencia, claro está, no era la única. El año de lacpandemia sin duda había generado una eclosión de clubes de lectura y talleres de creació literaria. No obstante, es difícil pensar que algunos de los primeros, neonatos como el nuestro, también se hallen siquiera próximos a batir el aducido récord. Y más allá, que hayan alcanzado el nivel de organización y constancia que nosotros logramos a falta de un semestre para nuestro segundo aniversario. A continuación, me gustaría ampliar sobre este aspecto, aunque antes ofreceré algunos apuntes aclaratorios:

No se piense, para empezar, que todos los textos a los que aludo son cuentos. Si bien en la Esquina este género literario ha sido protagonista por su brevedad y por ser del gusto del grueso del público, en la práctica jamás nos hemos cerrado al tratamiento de diversas manifestaciones artísticas y de escritura. Parte del volumen de sesiones le han dado cabida también al cine (tanto en cortos como en largometrajes), a documentales, crónicas, poesía, fragmentos de novelas, capítulos de tesis, ensayos, cómics, entre otros textos que, como le gusta recordar al fundador principal, se hallan en un “baile de fronteras”, aludiendo a un concepto propuesto por Enrique Vila- Matas y Ricardo Piglia, caracterizado por una suerte de eclecticismo textual. Vista así, la Esquina ha sido una pista democrática que ha sabido acoger no solo distintos géneros sino temáticas y perspectivas.

Los temas son libres, por supuesto, pero actualmente son concertados y programados con el fin de darle mayor profundización, a través del análisis de un corpus de obras que comparten un núcleo común. Esto se empezó a hacer desde octubre de 2020, cuando se inició con un ciclo de terror, en alusión al mes que culmina con la fiesta de brujas; la idea caló y se terminó cerrando el año con un análisis de relatos de navidad que, para sorpresa de lectores como yo, carecen del contenido naïve que se les suele atribuir. 2021, por su parte, ya tiene establecida una agenda de ciclos temáticos para todo el calendario, tratando de no repetir los mismos asuntos sobre los que versamos el año pasado. Por dar unos ejemplos, la narrativa erótica, bestiarios, la literatura escrita por mujeres, relatos de estafas, el género policiaco, han sido algunos de los ciclos temáticos del año en curso. Entre uno y otro, hacemos una sesión de poesía donde se recita, también se comenta y, aunque se busca más una experiencia de placer estético que de tipo pedagógico, siempre se aprende.

La diversidad, como se puede ver, ha sido una impronta en nuestra constitución. Y esto también se percibe en el hecho de que los miembros buscamos variedad en la selección de obras y autores. Se traen a la mesa, por ejemplo, textos de hombres y mujeres, extranjeros y connacionales, autores canónicos y outsiders. Incluso a ciertos miembros de nuestro grupo, inéditos o con publicaciones, se les ha ofrecido el espacio para presentar sus escritos; y con la objetividad y criterio ya destacados, se les ha aportado opiniones y conceptos para corregir, crecer y publicar (el año pasado, sirva acotar, fue prolífico para varios integrantes). La productividad de las sesiones reside, de hecho, en el compromiso que se asume con respecto a las lecturas y en la aproximación que se hace a ellas desde distintas visiones y niveles. Debido a la heterogeneidad de los participantes, las tertulias suelen contar con aportes desde el derecho, la filosofía, la ciencia, la historia, la literatura per se, pero también desde la mera experiencia vital, entendiendo que nuestro pasado o cotidianidad, muchas veces se ven reflejados en las historias que ponemos en debate.

Otro aspecto que nos caracteriza y que ha significado un salto importante para nuestro crecimiento como colectivo literario, ha sido el principio de organización. Ello se hace ostensible en la sistematización de nuestras sesiones y/o actividades. Dos botones de muestra: por un lado, el inventario que se lleva, desde abril del año pasado, de cada una de las lecturas y propuestas no literarias que han ocupado nuestras noches de tertulia; por otro, la creación de un blog llamado Esquina Literaria, cuyas entradas registran, día por medio, pequeñas invitaciones redactadas por los moderadores en turno, en las que se ofrecen señuelos para el potencial público asistente. De esta manera, el blog se suma a los órganos de difusión (Facebook, Twiter e Instagram) que buscan no solo darle visibilidad a lo que hacemos sino atraer nuevos adeptos. Solo en WhatsApp se creó un grupo cerrado con el ánimo de compartir información, tomar decisiones con respecto a las sesiones venideras, o para presentar nuevas propuestas. Una vez alguien manifiesta el deseo de pertenecer al grupo, y hacer parte de la programación, se agrega su contacto al mismo.

En este aspecto del carácter organizativo, la labor de la compañera Yessica Teherán merece capítulo aparte. Ella es, sin más, la columna vertebral de la Esquina literaria, reconocimiento ya expresado de forma unánime durante la celebración de nuestro primer aniversario, el pasado 21 de marzo. Es la persona que hace la actualización en drive de cada sesión, detallando los títulos de los textos, con sus respectivas fechas, enlaces y moderadores a cargo; abre puntualmente la sala de Zoom a las 20 horas; realiza los flyers de invitación con esmerada estética y creatividad, añadiendo algún paratexto (cuadro o imagen representativa) que se vuelve la primera aproximación del asunto a tratar. Además, coadministra junto con Víctor, otro gran gestor, líder y promotor de nuestro trabajo, varias cuentas o plataformas de las cuales hacemos uso. Todo lo resuelve con admirable eficiencia. Cuando se le pregunta cómo lo hace y de dónde saca tanto tiempo, simplemente contesta risueña: “Si quieres saber, visita mi app”.

La aportación de los demás, por su lado, está signada más bien por el sentido de pertenencia y el compromiso individual para que el espacio no muera y, por el contrario, evolucione. Ello se evidencia en la búsqueda esmerada de los textos (es posible que los que iniciamos el proceso tengamos más lecturas encima de lo que creemos, si metemos en las estadísticas las opciones desechadas por no pasar el filtro personal), y la dedicación en la lectura de los textos de los demás, como una muestra de respeto al tiempo que empleó cada quien; también en la formulación de propuestas innovadoras que reafirman la identidad grupal o la apertura hacia un amplio espectro, y en la participación activa de casi todos para fortalecer esas iniciativas (por ejemplo, cuando apoyamos la idea de un logo para la Esquina literaria y se culminó con un diseño colectivo que recoge, simbólicamente, nuestro principal objeto de estudio y la pluralidad del grupo, reunidos en torno a un borde de placer); pero sobre todo, se refrenda en la participación durante las sesiones (aunque tenemos claro que si alguien quiere entrar solo a escuchar, también es bienvenido) y en la tolerancia en medio de esas interacciones que, como ya ha sido dicho, implican lógicas divergencias.

La preparación de las sesiones, en suma, reviste un esfuerzo colectivo, en cooperación moderador-líder-asistentes. Algunas veces los primeros han gestionado para que los autores acudan a las sesiones donde sus textos han de ser abordados. Es así como hemos tenido gratas visitas sorpresa como la del maestro Isaías Peña Gutiérrez, la de los periodistas Fernando Araújo y Jorge Gómez Pinilla, la del poeta Luis Mallarino, o el narrador chileno Rodrigo Sandoval, quien de hecho se sumó al staff de la Esquina, siendo una cuota representativa de lo jocosamente llamamos “nuestras sucursales internacionales”. Y próximamente, a través de RELATA -convenio que también es producto de la gestión de nuestros líderes y de todo el proceso que se ha adelantado-, tendremos un par de encuentros especiales: primero con William Ospina, narrador, periodista y ensayista de destacada influencia y reflexión en los temas de nuestro tiempo; y luego con Alberto Salcedo Ramos, reconocido maestro de la crónica periodística. Eventos y visitas que muestran la pujanza que un grupo se labra un camino dentro del ámbito cultural y se proyecta al mundo con empleo de los recursos tecnológicos a su haber.

A Carlos Martínez, Yessica Teherán, Víctor Ahumada, Gabriel Mendoza, Fredy Molina, Berlín Sofía Rincón, Luis Miguel Beleño, Rodrigo Sandoval, Claudia Betancourt, Mary Pachón, Yina Osorio, Laura Díaz, felicitaciones por su constancia y dedicación; a los que se han tenido que alejar por fuerza mayor, pero que han dejado su huella (Gissell Rada, Freddy Mizger, Anabell Posada, Mónica Lázaro, Jonathan Cantillo, Ómar González, Álvaro Prada, Mónica Lucero), muchas gracias por sus contribuciones. Saben que las puertas de la Esquina Literaria siempre están abiertas para su retorno y para nuevas suscripciones. Y en este sentido, a todos los que apenas nos conocen, sean bienvenidos también. Que sea esta primera memoria (excusen, a propósito, su fragilidad o torpes omisiones) una invitación más. En la Esquina nos vemos.

Septiembre 15, 2021.

Por Luis Vidal Sierra

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