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La violencia no se actúa, se vive en carne propia

Hace poco se exhibió en Bogotá la obra “Resistencia”, del colectivo teatral de Mujeres Espejo, de Cartagena. Se trata de una historia que reconstruye a la mujer colombiana.

Maria Camila Alvarado *
22 de octubre de 2016 - 07:00 p. m.
Cada una las mujeres integrantes de la fundación tienen en sus cuerpos marcas de la guerra. / Cortesía
Cada una las mujeres integrantes de la fundación tienen en sus cuerpos marcas de la guerra. / Cortesía

Cuerpos vigorosos y esbeltos se levantan entre las tablas del escenario. “No puedo más” susurra una  voz ahogada en llanto.  “No puedo más” repite la mulata en el vaivén de su cadera. “No puedo más con esta guerra” grita mientras deja caer su cuerpo. Esta mulata  que se estremece en el escenario recrea uno de los acontecimientos de su vida. No actúa, por el contrario se retuerce en sus memorias al tiempo que les hace duelo. Sus compañeras esperan entre las sombras como los recuerdos que la atormenta, cada una grita una frase. “Abre las piernas” grita la primera, “Entre más rápido, mejor” susurra la segunda, “Haz lo que te diga o te mata” dice entre carcajadas la tercera.

Esta es una de las escenas del colectivo de Mujeres Espejo de Cartagena que reconstruyen sus vidas a través del arte. Lo hacen por medio de la obra “Resistencia” dirigida por Josefa Morelo y presentada en el Teatro de la Candelaria. “No es teatro lo que hacemos. Lo que hacemos es sanar, sacamos las cargas del cuerpo y cicatrizamos heridas. Ponemos en escena todas las historias lloradas y sufridas por cada una de las mujeres víctimas del conflicto en regiones como la  Costa” cuenta Anett Emilia Cañate Uñoque, creadora de la puesta en escena.

Cada una las mujeres integrantes de la fundación tienen en sus cuerpos marcas de la guerra y el conflicto colombiano. Pero  esas  heridas del pasado las entierran una y otra vez, cuando suben al escenario. Son como capullos de dolor que hacen su metamorfosis a través del arte para convertirse en mariposas libres y llenas de vida. Cuerpos viejos y cansados como el de Josefa Mórelo Díaz cuentan la historia de una Colombia que ha pasado por múltiples guerras, unas que se libran a punta de balas y otras que se libran a punta de indiferencia. A sus 85 años ha vivido las múltiples manifestaciones de la violencia. Desde una guerra bipartidista hasta las masacres por tierra. “Mi pueblito natal es Chambacú que quedaba en la Costa Atlántica, no sé si aún exista porque fue arrasado junto a mi familia por la guerra de liberales y conservadores. Llegué a los ocho años a Cartagena, ahí crecí y forme mi familia. Jugaba con ellos a echarles cuentos sobre una guerra que no creían que existía” dice Josefa mientras pasa por el telón del teatro.

Cuentos como los de Josefa son hechos reales en el informe de la Unidad de víctimas que pone en cifras la violencia cometida hacia las mujeres, identificando que el mayor número de víctimas del conflicto armado cuenta con edades entre los 27 y 60 años (1.294.601), seguido por aquellas que están entre los 18 y 26 años (603.150) y entre 6 y 12 (455.212).

Los cuentos no se quedaron en cuentos en la familia de Josefa, pues sus hijos fueron asesinados y otros desaparecidos por cuenta de los grupos al margen de la ley. “En mi cuerpo aún corre la sangre de mis hijos, cada vez que subo a las tablas les devuelvo la vida y los abrazó por última vez, el arte es el vínculo que me une a ellos” el abrazo inadvertido de Annett interrumpe a Josefa y le recuerda que es hora de salir al escenario.

Camina despacio hacia el telón. Su joroba y sus ojos cansados miran entre una de las cortinas al público que la espera con ansiedad. Respira profundo, alza la cabeza y agita sus manos en el aire. Sale del telón y un silencio recorre el auditorio. Ya no es Josefa Morelo, ahora es Mamá Grande, la mamá de todos los colombianos que aún tienen en sus cuerpos la carga de la violencia. Su piel morena rodea a las mujeres que se encuentran en el centro del teatro bajo una manta negra. Manta que quita Mamá Grande y la cambia por una blanca.

Mamá Grande queda inmóvil frente a sus mujeres, solo las mira. Las mira llorar, las mira gritar, las mira golpearse. Hasta que se dan cuenta que Mamá Grande nunca las ha dejado. Que siempre ha estado allí para ellas. Que aunque la violencia, el rencor y el odio quiera apoderarse de los corazones de las mujeres, Mamá Grande les recuerda que aún existe un amor que mueve el mundo. 

Un amor que invita a perdonar, un amor que mantiene vivos a sus seres queridos en las tablas del teatro, un amor que reconstruye y restaura, un amor que las impulsa a salir adelante. Ese amor lo lleva y lo reparte Mamá grande a través de margaritas blancas que esparce por todo el teatro. Coloca flores en la cabeza y en las manos de su público mientras replica en todo el auditorio, “Si nosotras pudimos perdonar, ¿Por qué ustedes no?”

* Estudiante de Periodismo, Universidad Javeriana, Bogotá. 

Por Maria Camila Alvarado *

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