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                                                                                                                              Las barreras de la libertad

                                                                                                                              Con la reseña del libro “Vida y destino”, de Vasili Grossman, El Espectador presenta El Cisne, un espacio para comentar libros clásicos.

                                                                                                                              Isabel-Cristina Arenas, EL CISNE

                                                                                                                              Vasili Grossman nació en Rusia el 12 de diciembre de 1905 y murió en Moscú el 14 de septiembre de 1964. / Archivo particular

                                                                                                                              “Cada época tiene una ciudad que la representa en el mundo, una ciudad que encarna su voluntad y su alma”, escribió Vasili Grossman. Entre agosto de 1942 y febrero de 1943 esa ciudad fue Stalingrado, antes Tsaritsyn, hoy Volgogrado.

                                                                                                                              En diciembre del año pasado leí en un reportaje de Pilar Bonet que cuando Svetlana Alexiévich obtuvo el Nobel de Literatura, el presidente de su país, Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, la felicitó y poco después la acusó de empañar la imagen de la patria con sus libros. A Vasili Grossman (Berdychiv, 1905 - Moscú, 1964) le pasó algo peor, pues ni siquiera logró ver publicado el libro al que le había invertido tanto tiempo. Vida y destino, con mil ciento cuatro hojas y dedicado a su madre, fue impreso sólo en 1980, después de haber sido confiscado por el gobierno, e incluso fue comparado con las armas atómicas que los adversarios preparaban contra Rusia. Lo acusaron de igualar a los comunistas con los nazis y de que su obra causaría más daño al estado soviético que Doctor Zhivago de Borís Pasternak. Aun así él creía en la bondad del ser humano, en la verdad. En algo ha cambiado el mundo desde ese entonces, aunque últimamente parece que retrocedemos.

                                                                                                                              Stalingrado fue sitiada el 23 de agosto de 1942, aproximadamente cuarenta mil personas murieron ese día, miles más resultaron heridas. La mitad de la ciudad quedó destruida y el río Volga fue testigo de cada muerto. Al igual que el Drina en la guerra de los Balcanes y en la Primera Guerra Mundial; el Tigris y el Éufrates en las interminables guerras de Medio Oriente; y el río Magdalena en Colombia con sus más de 1.500 kilómetros que no ha dejado de transportarlos.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Shtrum, un físico que tiene gran peso en la historia, le pregunta a un amigo sobre el hombre del futuro: “¿Crees en la evolución de la bondad, de la moral, de la generosidad y en el hombre capaz de ese avance?”. El amigo sí cree en el incremento de la capacidad de amar del humano, pero teme al uso que pueda darle a la energía del átomo. Yo a veces sí creo en ese hombre del futuro, pero muchas veces no lo veo tan claro. Es un porcentaje variable, dependiendo de las noticias del día, de las conversaciones en el desayuno. Hay momentos que pienso que este poema, que aparece en el libro, es escrito y reescrito cada día:

                                                                                                                              Camarada mío, en la larga agonía, / no llames a nadie pidiendo ayuda. / Deja que me caliente las manos, / con tu sangre humeante. / Y no llores de miedo como un niño, / no estás herido, sólo estás muerto. / Trae para aquí, es mejor que coja tus botas, / a mí todavía me toca ir a la lucha.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Vasili Grossman nació en Rusia el 12 de diciembre de 1905 y murió en Moscú el 14 de septiembre de 1964. / Archivo particular

                                                                                                                              “Cada época tiene una ciudad que la representa en el mundo, una ciudad que encarna su voluntad y su alma”, escribió Vasili Grossman. Entre agosto de 1942 y febrero de 1943 esa ciudad fue Stalingrado, antes Tsaritsyn, hoy Volgogrado.

                                                                                                                              En diciembre del año pasado leí en un reportaje de Pilar Bonet que cuando Svetlana Alexiévich obtuvo el Nobel de Literatura, el presidente de su país, Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, la felicitó y poco después la acusó de empañar la imagen de la patria con sus libros. A Vasili Grossman (Berdychiv, 1905 - Moscú, 1964) le pasó algo peor, pues ni siquiera logró ver publicado el libro al que le había invertido tanto tiempo. Vida y destino, con mil ciento cuatro hojas y dedicado a su madre, fue impreso sólo en 1980, después de haber sido confiscado por el gobierno, e incluso fue comparado con las armas atómicas que los adversarios preparaban contra Rusia. Lo acusaron de igualar a los comunistas con los nazis y de que su obra causaría más daño al estado soviético que Doctor Zhivago de Borís Pasternak. Aun así él creía en la bondad del ser humano, en la verdad. En algo ha cambiado el mundo desde ese entonces, aunque últimamente parece que retrocedemos.

                                                                                                                              Stalingrado fue sitiada el 23 de agosto de 1942, aproximadamente cuarenta mil personas murieron ese día, miles más resultaron heridas. La mitad de la ciudad quedó destruida y el río Volga fue testigo de cada muerto. Al igual que el Drina en la guerra de los Balcanes y en la Primera Guerra Mundial; el Tigris y el Éufrates en las interminables guerras de Medio Oriente; y el río Magdalena en Colombia con sus más de 1.500 kilómetros que no ha dejado de transportarlos.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Shtrum, un físico que tiene gran peso en la historia, le pregunta a un amigo sobre el hombre del futuro: “¿Crees en la evolución de la bondad, de la moral, de la generosidad y en el hombre capaz de ese avance?”. El amigo sí cree en el incremento de la capacidad de amar del humano, pero teme al uso que pueda darle a la energía del átomo. Yo a veces sí creo en ese hombre del futuro, pero muchas veces no lo veo tan claro. Es un porcentaje variable, dependiendo de las noticias del día, de las conversaciones en el desayuno. Hay momentos que pienso que este poema, que aparece en el libro, es escrito y reescrito cada día:

                                                                                                                              Camarada mío, en la larga agonía, / no llames a nadie pidiendo ayuda. / Deja que me caliente las manos, / con tu sangre humeante. / Y no llores de miedo como un niño, / no estás herido, sólo estás muerto. / Trae para aquí, es mejor que coja tus botas, / a mí todavía me toca ir a la lucha.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Por Isabel-Cristina Arenas, EL CISNE

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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