El Magazín Cultural

Las Hortensias de Felisberto Hernández

El escritor uruguayo es la sublimación de lo absurdo, tuvo la capacidad de hacer uso de lo fantástico sin necesidad de utilizar los elementos fantásticos, pues lo suyo está en la cotidianidad. Un recorrido por su vida y obra.

Jaír Villano / @VillanoJair
24 de junio de 2017 - 03:00 p. m.
Felisberto Hernández fue un compositor, pianista y escritor uruguayo, caracterizado por sus obras, en un principio catalogadas como literatura fantástica, basadas, principalmente, en una reflexión sobre sí mismo.
Felisberto Hernández fue un compositor, pianista y escritor uruguayo, caracterizado por sus obras, en un principio catalogadas como literatura fantástica, basadas, principalmente, en una reflexión sobre sí mismo.

No creo ser el único que después de leer a Felisberto Hernández tuvo unas incontrolables ganas por saber todo sobre él. Hay autores a los cuales es necesario conocer su vida para entenderlos, parafrasearía a un poeta; pero no es el caso, pues los relatos del uruguayo hablan por sí mismos. No necesitan la mirada aguda de un exegeta. Nada: el surrealismo, onirismo y la fantasía de ellos hacen que uno quiera saber quién es el sujeto que les dio energía. Miren este inicio y díganme si no es cierto:

Hubo una vez en el espacio una línea  horizontal infinita. Por ella se paseaba una circunferencia de derecha a izquierda. Parecía como que cada punto de la circunferencia fuera coincidiendo con cada punto de la línea horizontal. La circunferencia caminaba tranquila, lentamente e indiferentemente” (Genealogía).

Una introducción magistral, con algo -si es el caso de encontrar el lunar- de cacofonía. Un inicio que solo un autor como Felisberto pudo crear. Y así es el resto de su obra: una imaginación desbordada que le da alma y vida a los objetos, a las sombras, al silencio, que te arrastra por dimensiones tan desconocidas que, al final, dudas si te están tomando del pelo:

“(…) Hoy me encontré con un misterio blanco. Éste se diferenciaba del otro en que el otro tentaba a destruirlo y éste no tentaba a nada: uno se encontraba envuelto en él y no le importaba nada más”. (La casa de Irene).

Si de resumir se tratara, diría que en Felisberto encuentro la sublimación de lo absurdo, que él hace uso de lo fantástico sin necesidad de utilizar los elementos fantásticos, pues lo suyo está en la cotidianidad; pero entonces te topas con otros textos donde los protagonistas son personas… digamos “peculiares”, como él mismo, y donde la narración es tan normal que parece salirse de su línea. Pero no. Te confías, y luego ocurre:

Yo no podía dejar de pensar en las manos. Haría muchos años, unas manos habían obligado a estos objetos de la mesa a tener una forma. Después de mucho andar ellos encontrarían colocación en algún aparador. Estos seres de la vajilla tendrían que servir de toda clase de manos”. (El balcón).

Con lo cual demuestra su maestría, dado que, a diferencia de otros autores, lo suyo no es una formula sino un estilo. De ahí que haya relatos donde no hay aquello que he venido mencionando, pero siempre hay una pista que indica que se trata de uno de sus cuentos, ‘El cocodrilo’, ‘Úrsula’, ‘Muebles El Cairo’, sirven para ejemplificar. Y otros de un corte autobiográfico como ‘Mi primer concierto’, ‘El comedor oscuro’, ‘Las dos historias’.

Y ya que volví a la biografía, para quienes no saben Felisberto fue un pianista relativamente desafortunado, que vagaba por las calles y los pueblos de Uruguay y Buenos Aires en busca de conciertos, que se desempeñó efímeramente como librero, que recibió una beca del gobierno francés para escribir en París. Allá conoció a su última mujer, María Luisa Heras, a quien le dedicaría ‘Las Hortensias’.

Hasta aquí todo normal. Pero -ya lo dije- no te confíes, como en sus cuentos algo raro debe acontecer. Pues bien: resulta que Hernández murió sin saber que su esposa fue coronela del Ejército Rojo y miembro de los servicios secretos soviéticos, que se casó con el único propósito de hacer inteligencia militar. Felisberto era el anticomunista que le servía a la NKVD (luego KGB) para organizar su espionaje latinoamericano.

Y ya entrados en digresiones, resulta que en el relato hay un diálogo en relación a una de las hortensias (muñecas). Cuando Horacio pregunta por Eulalia, su mozo responde: “Muy hermosa, señor, se parece mucho a una espía que conocí en la guerra”. Es imposible no detenerse a imaginar qué habría pasado por la mente de “María Luisa” cuando leyó ese formidable texto.

Pero dejando lo extraliterario a un lado, Las hortensias es una magnífica historia que da cuenta de un hombre (Horacio) que está obsesionado con estas, esto es muñecas que son más altas “que las mujeres normales” y a las cuales se le atribuyen comportamientos de seres humanos. En la prensa se comercializan de la manera más dicente: “ (…) ¿Es usted feo? No se preocupe. ¿Es usted tímido? No se preocupe. En una Hortensia tendrá usted un amor silencioso, sin riñas, sin respuestas agobiantes, sin comadronas”.

Además de estar obsesionado con ellas, Horacio tiene una manía por los espejos, por los sonidos de la fábrica ubicada cerca de su casa y por el silencio del pianista que contrata , pero el hilo central es el desvarío que siente por Hortensia, a quien llama así en honor a su mujer, cuyo nombre es María Hortensia (nótese el homenaje a la espía rusa), pero a quien se refiere únicamente como María.

Hortensia no sólo era una manera de ser de María sino que era su rasgo más encantador; y él se preguntaba cómo había podido amar a María cuando ella no tenía a Hortensia”.

Para darle gusto a su marido, María viste a Hortensia con su ropa y la trata como si se tratara de un ser imprescindible en su relación. Ciertamente, lo es. Y el encantamiento de Horacio llega al punto de la traición. Primero con Hortensia y luego con otras muñecas que va encargando.

Todo lo cual sirve para compendiar la prolijidad con que Felisberto da vida a una trama de por sí compleja. Y es que en esta obra se pueden encontrar varias de las características de su narrativa. Una de ellas, la técnica no advertida con que desarrolla personajes que por su manera de ser parecen ser víctimas de la vesania, pero en cuyo proceder se muestra espontaneidad y naturalidad al punto que el lector se olvida que se trata de una persona fuera de serie; Horacio y de alguna manera María simbolizan ello.

Otro elemento es la manera con que hace que los objetos se instalen en la vida de forma que terminan por hacerse necesarios; lo fantástico en donde no parece existir más que un entorno simple.

Lo cual complejiza el discernimiento entre lo natural y lo artificial, porque Horacio confunde a María con Hortensia (una muñeca) y a Hortensia con María (una persona). Esto situado en un escenario que tampoco se puede definir, o bien sí, pero con una dicotomía entre lo real pero fantástico o fantástico pero real.

Cualidad insinuada en otros relatos, pero llevada a su paroxismo en una obra que cumple 68 años de existencia y que sirvió como referente para autores como Italo Calvino y/o Julio Cortázar.

Y aunque sigue sin determinarse si se trata de una novela corta o un cuento largo, Las Hortensias es un documento que nos inserta en un universo en movimiento, con piezas que tropiezan entre sí, pero con un encantamiento particular. Su autor: un maestro de las letras latinoamericanas, influencia en las viejas, las nuevas y las futuras generaciones de letras mundiales.

Los que saben dicen que no era bueno en la música, que en las noches se proponía tocar el piano y terminaba escribiendo cuentos. No sé ustedes, pero creo que la literatura necesita más de estos músicos.

Por Jaír Villano / @VillanoJair

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